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Besos robados en la postpandemia de Madrid: la normalidad en el objetivo de Daniel Ochoa

Besos en pandemia en Callao, Madrid

Andrea Atanes

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En el cruce entre Gran Vía, Hortaleza, Fuencarral y Montera, al lado del nuevo ascensor del Metro, Daniel Ochoa, cámara en mano, sale a buscar besos. De noche, el centro del Madrid postpandemia es un escenario apropiado. El fotógrafo deambula y observa: “Es un poco como pescar. Tiene algo de cazador. Callejeo por aquí, Malasaña, Callao, Sol… Depende de la hora y del día. Siempre me ha gustado la foto de calle”.

Empezó a fotografiar besos hace varios años, inspirado por un libro de su padre —que es poeta—, llamado Gesto de amor en la memoria. Sin embargo, el proyecto quedó dormido durante más de un lustro. Con el estallido de la pandemia, Daniel volvió a Pamplona, su ciudad natal, para estar con su madre, ya muy mayor. Allí vivió su aislamiento, consciente de que, si salía a trabajar, no podría volver a verla, al menos “hasta que estuviéramos vacunados, si es que existía tal cosa”.

“Me di cuenta de que el aislamiento que hemos vivido, la distancia, son cuestiones muy dañinas. El hecho de volver a salir a la calle en mí mismo era algo que me sorprendía, algo tan cotidiano como volver a estar cerca de personas, tocarnos…”. Para él, el beso “es el símbolo que ejemplifica todo eso, y después de la pandemia que aún estamos viviendo, reflejaba muy bien la esperanza en volver a ser humanos”. Y a ello se ha dedicado cuando se levantaron las restricciones.

El trabajo forma parte de un encargo para National Geographic. La publicación especializada editará un libro para ilustrar la pandemia de forma global, en el que aparecerán las fotografías de Daniel, que ha sido becado para realizar esa colección: “Después seguiré. Lo hacía antes de que me lo encargasen y me parece interesante documentar el tiempo en el que vivo”.

Ha captado besos en Madrid, Barcelona, San Sebastián, Pamplona… Siempre con su cámara al cuello, califica este trabajo como un anexo: “Sales a hacer otro tipo encargos, y cuando ves un beso, haces una foto”. Explica que con esta serie quiere inspirar optimismo o esperanza, aunque depende también del público, ya que, según matiza, las fotos las hace él, pero también quien las ve: “Hemos pasado una tormenta tremenda, pero igual que cuando estábamos en el peor momento era importante pensar en un horizonte, estaría bien pensar en que los besos y que, en esencia, la vida, volverán para la mayoría”, detalla.

Recuerda con cariño una escena en la Ciudad Condal, en el Paseo del Born, cuando una pareja se besaba en medio de la calle adoquinada, cortando el tráfico sin darse cuenta. “Estaban muy en su mundo, no dejaban pasar a una moto, pero la escena era tan bonita que los que iban sobre ella estaba medio riéndose”, rememora. Ha caído en la cuenta de que, en muchas ocasiones, aquellos a quienes fotografía no son conscientes, pero se vuelven el centro de atención para el resto.

Otras veces, la situación es algo más compleja, como le ocurrió en Madrid con dos mujeres. Al retratarlas, dos personas se acercaron a advertirlas de que “alguien las estaba grabando”, mientras un tercero le increpaba. Tras explicar su trabajo y mostrarles la imagen, todo quedó en nada: “Les encantó, intercambiamos mensajes en Instagram y se la mande”. Ochoa decide no acercarse a pedir permiso en un primer momento a sus modelos, debido a que “la mayor parte de las veces están a lo suyo, no voy a molestarlas. Al final son solo fotos, nada más y nada menos”.

Sin embargo, confiesa que, últimamente, le cuesta más pasar desapercibido: “Desde hace algún tiempo, me pillan siempre. El 99% de las veces reaccionan super bien”. Tiene que romper la primera barrera de la sospecha, pero al mostrarles el resultado, la reacción siempre es la misma: “Cuando tú crees en lo que estás haciendo y lo explicas de manera honesta, la gente lo recibe bien. Es una escena que normalmente no vemos de nosotros mismos. Son fotos espontáneas y los entornos son bastante peculiares”. No obstante, también acumula alguna experiencia negativa: “Una vez una persona vino derecho hacia mí, sacó una placa y me dijo ‘soy policía, borra la foto’”. Accedió, pese a no estar obligado a hacerlo.

El momento, el contexto, la luz, las personas, los gestos… Todas esas variables influyen en hacer una imagen digna de pasar el corte para formar parte de su colección, aunque subraya un punto indispensable: “Me gusta que haya algo que te toque dentro, que empatices, que sientas algo”. Reconoce que no todos los besos son de amor, como el famosísimo de Times Square entre el marinero y la enfermera, que sin embargo “enmarca un sentimiento del fin de la guerra”. “Fotografiar besos no es nada original, pero hacerlo después de esta situación que acabamos de vivir quizá sea una declaración de intenciones”, asegura.

Pese a su nueva viralidad en Twitter, Daniel Ochoa lleva siendo un fotógrafo de renombre desde hace años, haciendo portadas en todo el mundo. Ha trabajado para New York Times, National Geographic, Washington Post y ganado dos premios Word Press Photo. Freelance desde el 2017, ha retratado ritos y tradiciones en España y otros países: “La seguridad profesional y el sueldo a final de mes están muy bien, pero a mí me gusta mucho lo que hago, quiero seguir haciéndolo. Creía que había vida fuera de donde estaba, y en efecto, la hay”. Ahora trabaja en una serie de retratos posados, que define como “algo mucho más conceptual”. “Hago retratos y ellos se dibujan, es una reflexión sobre cómo hoy en día con la fotografía todos mentimos”, cuenta.

En la frontera de México, Tijuana también ha sido captada por su lente, mostrando la situación de los migrantes: “Había que tener cierto cuidado. Si te viene alguien con un walkie-talkie en la mano y te dice ‘lárgate de aquí’, pues te vas, porque tienes suerte de que te han avisado, ahí no te estás jugando un ladrillazo”.

Más allá de la fama que han alcanzado sus fotos postpandemia, Daniel espera ir más allá de las imágenes, tocando lo personal de cada uno, ya que, tras haber vivido esta situación, se necesita “volver a la normalidad con seguridad”, a su juicio: “Es importante no solo estar vivo sino tener un motivo por el que vivir. Hemos estado vivos encerrados y ahora hay que tener motivos para vivir fuera”.

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