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CRÓNICA

Las cosas son como son y no se te ocurra discutírselo a Mariano

Los jugadores de la selección española, durante los penaltis del partido ante Marruecos.

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Tanto hablar del test de Turing y resulta que un producto de Inteligencia Artificial puede escribir en inglés o castellano con mayor claridad y con mejor sintaxis que un expresidente del Gobierno de España. Y hasta responder a preguntas sin dar lugar a los razonamientos abstrusos que caracterizaban a Mariano Rajoy, aunque no se puede negar que podían ser divertidos. 

Sin embargo, hay momentos en que los rajoyismos son inapelables, por más que la gente aspire a algo más. Sus artículos de comentario (?) de los partidos de España en el Mundial de Qatar han tenido una legión de seguidores, convencidos de que la repetición de lugares comunes ofrece una entretenida forma de conocimiento. 

Nos rompemos la cabeza para intentar explicar situaciones confusas y al final aparece una simpleza y nos gana el corazón. 

“Las cosas son como son”, escribió Rajoy a cuenta de la derrota de España –o dictó a las notas de voz para enviar el audio por WhatsApp–, y no se puede negar que en fútbol como en política hay veces en que esa forma básica de sabiduría no está muy lejos de la realidad.

Si estás abierto a reformar el delito de malversación en el Código Penal, como parece que pretende Pedro Sánchez, te será muy difícil convencer a los votantes de que eso no afectará a la lucha contra la corrupción. Si quieres revalidar el Gobierno de coalición, no puedes dedicar el último año de legislatura a una guerra sorda entre Podemos y Sumar. Si acusas al Gobierno de poner en peligro la Constitución, como dice Feijóo, no puede ser que tú seas el primero en no cumplirla.

Escuchad a Mariano: las cosas son como son, no hay que darle más vueltas.

El Día de la Constitución coincidió este año con un Mundial de fútbol. Aún más, coincidió con el partido en que España fue eliminada. Antes de que el fútbol lo dominara todo, se repitieron las tradiciones de la jornada. Lo que quiere decir que personas de izquierda tuiteaban el texto literal de artículos de la Constitución y personas de derecha exclamaban horrorizados que ¡eso es comunismo! Luego suele aparecer un catedrático que te dice que esos artículos están un poco de relleno, que los que importan son otros.

Este año, se sumaba la paradoja de que el Partido Popular hacía profesión de fe constitucionalista mientras lleva cuatro años boicoteando la renovación del CGPJ, obligada por la Constitución. Es decir, era un día como tantos otros para el PP.

Los diputados de Vox boicotearon los actos oficiales en el Congreso. Su líder recordó que España es “superior a la Constitución,” una idea contradictoria con los valores que se extendieron por Europa después de la Revolución Francesa. No cabe duda de que Vox se hubiera unido con entusiasmo a los Cien Mil Hijos de San Luis.

Por la tarde, llegó el momento de la verdad, uno de esos pocos días en que hay más tensión en los hogares y los bares que en el Congreso. La selección se lo jugaba todo en un partido contra el vecino marroquí. El fútbol puede desatar las mejores pasiones y también las peores. Unos 800.000 marroquíes de origen viven en España. ¿Qué pasaría en caso de victoria de Marruecos? ¿Algo similar a lo que sucedió en Bélgica?

En el plano futbolístico, la selección se atuvo a una idea siempre muy presente en la política: no hay que alarmarse, la realidad me dará la razón. Tiki taka hasta la muerte. Y eso fue lo que ocurrió. Murieron en la orilla después de dar mil pases.

Marroquíes o hijos de marroquíes se lanzaron a la calle en varias ciudades. Es el país árabe que más lejos ha llegado en un Mundial. Eso provoca un orgullo incontenible. La gente no es consciente en España de hasta qué punto los árabes están locos por el fútbol. Quizá les superen los latinoamericanos. No por mucho.

Los hay que ya habían anunciado que habría disturbios –se olía en algunos titulares–, actos de violencia o enfrentamientos entre las dos aficiones. Tampoco son tan extraños en las celebraciones futbolísticas. Los hubo en Francia tras la victoria de su selección en el Mundial de 2018. Los ha habido en ciudades norteamericanas después de que su equipo gane las finales de la NBA. No hay que olvidar la que arman los aficionados ingleses cuando sus clubes juegan en España.

En la extrema derecha, algunos los deseaban. Les serviría para reiterar sus ideas xenófobas o racistas contra los inmigrantes a los que se niega el derecho de vivir en España o se les responsabiliza por la existencia de la delincuencia, lo que no se hace con los nacidos en España. Debieron de sentirse excitados cuando OK Diario publicó a las siete y media de la tarde que “aficionados marroquíes bombardean con cohetes una calle de Sevilla tras la victoria de su selección”.

No había tal bombardeo. Quizá sí ganas de que se produjera. Los habituales artefactos pirotécnicos que se escuchan en muchas celebraciones futbolísticas.

La noche tuvo su momento cómico en Murcia. El PP y Vox corrieron para denunciar que el Ayuntamiento, que tiene un alcalde socialista, había decidido homenajear a Marruecos pintando la fachada de un edificio oficial con los colores de su bandera. Se trataba de la sede de la empresa Aguas de Murcia, que un año más había adornado la fachada con su iluminación navideña con los mismos colores que, por ejemplo, en 2019, cuando gobernaba el PP. A menos que los dirigentes locales del PP murciano estén en estado de muerte cerebral, no puede ser que lo hayan olvidado tan pronto.

Lo que ocurrió en toda España fue que esa noche de fiesta para los más eufóricos con el triunfo del equipo que precisamente había derrotado a España tuvo lugar sin incidentes violentos graves. Los muy interesados en provocar un choque entre comunidades se fueron decepcionados a la cama. Sólo les quedó Twitter para soltar su frustración o hacer el ridículo.

Va a ser verdad que la sociedad española no está tan crispada o cabreada con todo como algunos de sus políticos. Que la gente no está por la labor de tirarse al cuello de los otros, incluso en momentos de gran decepción. Que el país no es tan malo como lo pintan los profetas del desastre.

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