Qué productores tuvieron en la palma de su mano la posibilidad de dejarlos al borde de la carretera con un simple y demoledor: “no, no nos interesa un cantante ciego, lo siento, después de cada actuación hay que recoger los equipos, desmontar y todo lo demás y eso puede resultar complicado”.
Menos mal que en nuestros días, los retrones tenemos garantizados nuestros derechos e igualdad de oportunidades (léase con engolada voz).
O eso creería un marciano que aterrizara un viernes cualquiera tras un consejo de ministros. O después de la presentación de una maravillosa campaña de sensibilización a favor de las personas con discapacidad, porque mira que se hacen campañas de “sensibilización”. Andaba yo en estas cavilaciones cuando supe de Sara.
Mi protagonista de hoy se llama Sara Martínez.
Es una chica madrileña de treinta y un años que trabaja como estenotipista subtitulando para sordos. Sara es ciega desde que, como dice ella, la “fastidiaron en la incubadora”. Nació prematura.
Una de sus pasiones es la música y canta. Lleva haciéndolo desde los cuatro años. Aún no posee una larga trayectoria pública, aunque lleva dos años moviéndose por su cuenta, perfeccionándose y encontrando su estilo. Luchando, como cualquiera, en el complicado mundo artístico.
Pero el pasado 28 de octubre experimentó “un revés de los que duelen”, dice, “debido a la impotencia que te causan”.
Acudió a realizar una audición en el Black Light Choir que dirige Rebeca Rots en Madrid y no la dejaron ni siquiera intentarlo. ¿Por qué? Pues porque no era el perfil adecuado. Un holgado saco este del “perfil adecuado”, muy socorrido para no llamar a las cosas por su nombre, porque espetarle a alguien que no puede hacer una prueba porque es ciego quedaría feo.
Nada más entrar con su perro guía, escuchó comentarios tan desatinados como “yo no voy a negar una audición a nadie”.
Sara, como buena retrona visual, les preguntó dónde era adecuado cantar. Obvio que ella no estaba viendo el desarrollo de la audición y necesitaba ser informada de este pequeño detalle, si preferían que cantase de pie, sentada o junto al resto de participantes que aguardaban en semicírculo. Y la respuesta fue algo así como “yo no voy a decirle a nadie cómo tiene que cantar, pero nosotros aquí hacemos mucha actividad física”. Los retrones visuales nos guiamos con perros guía o usamos bastón, pero también podemos hacer ejercicio, que conste.
A Sara ni siquiera se le estaba dando la oportunidad de demostrar de lo que es capaz. Es lo que tienen los cantantes, que si no cantan, no se puede saber si lo hacen bien o mal.
Y no es la primera vez que algo así le ocurre. Cuando tenía dieciséis añitos, la seleccionaron para un grupo de rock que buscaba cantante. Ella les mandó por email las grabaciones que pedían y todo parecía ir sobre ruedas. Pero algo cambió cuando les comunicó que era ciega. Como el local de ensayo quedaba bastante alejado, sugirió quedar en un punto medio y que alguien la recogiera hasta el local. Imagino a su interlocutor en pánico, calentándose los sesos en busca de una respuesta que le dejara en paz la conciencia. Cuando la telefoneó de nuevo, desestimó por completo la posibilidad. Por lo visto iba a tener algún que otro problemilla a la hora de montar y desmontar el escenario. Es que debió pensar el sujeto que los ciegos lo de enchufar y desenchufar cables como que no.
La discapacidad es una mera circunstancia. El talento no está ligado a ella. La falta de talento tampoco.
Si Stevie Wonder o José Feliciano, por seguir con el ejemplo, o músicos como el maestro Rodrigo o el pianista y compositor Ignasi Terraza (todos ciegos) se hubieran topado con tamaña cortedad de miras, al comienzo de sus carreras, a nuestras vidas les habría faltado esa banda sonora imprescindible que crearon con su arte para nosotros. Por no mencionar aquella inolvidable campaña que tantos accidentes de tráfico evitó, “si bebes no conduzcas”. Porque la música y los artistas cambian nuestras vidas, tengan o no discapacidad. Claro que hay quien ya va ciego sin haber bebido una sola gota y no ve más allá de sus narices.