Los autobuses de la Sevilla del futuro funcionarán con zumo de naranja

Las naranjas se llevan con una excavadora al exprimidor para separar cáscara y pulpa.

Antonio Morente

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Sevilla pasa por ser el mayor naranjal urbano de Europa, título oficioso que le otorgan los casi 48.000 de estos árboles distribuidos por sus calles, que superan de largo los 50.000 si metemos los que están en urbanizaciones privadas o los de espacios como los jardines del Alcázar o el Alamillo. Muchos naranjos suponen muchas naranjas, y es que en función del año cada ejemplar puede cargar con entre 45 y 130 kilos de fruta, lo que en 2022 se tradujo en casi tres millones de kilos, y ha habido temporadas con hasta cinco millones. Pero como las naranjas son amargas, más allá de la anécdota de la producción de mermelada (con producción para la Casa Real británica incluida), toda esta cosecha urbana acababa en el vertedero. Pero eso era hasta hace poco, porque ya está dando sus frutos –nunca mejor dicho– la planta experimental que permite transformar estos restos en energía, un biogás que genera electricidad y llegará a alimentar los autobuses urbanos.

La campaña de recogida se desarrolla sobre todo entre enero y febrero, y ha sido ya en marzo cuando ha dado sus últimos coletazos. Una parte –testimonial todavía– de las naranjas que se recogen acaban en la estación depuradora (EDAR) de El Copero, las principales instalaciones de la Empresa Metropolitana de Aguas (Emasesa), que lleva desde 2015 sacando energía del fango que se obtiene con la depuración, pero que desde 2020 consigue lo mismo con las naranjas. Para ello, con un gran exprimidor se obtiene el zumo y a continuación se deposita en unos enormes tanques y se somete a un proceso de digestión anaerobia, que es un tratamiento biológico en el que comunidades de bacterias actúan en ausencia de oxígeno.

Si tenemos en cuenta que una naranja es mitad zumo y mitad cáscara, por cada tonelada tenemos 500 litros de cada uno de estos componentes. Con la media tonelada de cáscara se obtienen unos 100 kilos de compost, mientras que el medio millar de litros de zumo permite producir 50KWh de energía eléctrica, el consumo medio de una vivienda durante cinco días. La energía por ahora se reaprovecha en la propia EDAR de El Copero, que de esta manera genera hasta el 80% de la electricidad que necesita, unos 40.000 kilovatios al día, con lo que se ahorra el mismo porcentaje en una factura que oscila entre los 30.000 y los 50.000 euros.

Zumo para motores de cogeneración

“El alto contenido en metano del zumo de naranja lo hace muy aprovechable para los motores de cogeneración”, explica el jefe de Supervisión de la estación, Enrique Toro. La alta capacidad calorífica del biogás lo convierte en un combustible del que pueden sacar partido los vehículos equipados con este tipo de motores, como los autobuses. Todo esto se traduce en ahorro económico, reducción de emisiones y una menor dependencia energética. Lo de las naranjas es todavía testimonial, pero con el tratamiento de los lodos que produce la depuración del agua se ha generado en los últimos años energía equivalente a la que requieren 5.500 viviendas, todo ello gracias al tratamiento de 176.000 toneladas de residuos.

En la actualidad, se reaprovecha de esta manera menos del 5% de las naranjas que se recogen, mientras que más del 85% de la producción tiene un uso industrial (en cosméticos, por ejemplo) o ganadero, para la elaboración de piensos. Esto supone que se ha conseguido que menos del 10% de la cosecha urbana acabe en el vertedero, y la idea es conseguir lo mismo con los restos de poda, la basura orgánica y hasta con la arena que recogen los camiones de limpieza: todo puede acabar produciendo compost o energía.

Así que las famosas naranjas amargas empiezan a tener una utilidad a tener muy en cuenta, ayudando así a compensar su parte menos amable. Por que eso de la ciudad de Europa con más naranjos queda muy pintoresco, pero puede llegar a suponer un problema. La causa es que más del 20% de los árboles que hay en Sevilla son de esta especie, una proporción que el Ayuntamiento hispalense está intentando reducir para minimizar, por ejemplo, el impacto que tendría una plaga que les hiciera enfermar. “Ahora hay una que afecta a los naranjos en EEUU, y esto obliga a estar siempre en guardia”, señala Fernando Mora-Figueroa, director municipal de Medio Ambiente y Parques y Jardines, quien advierte de que el problema radica en buena parte en que “la gente no quiere que se pongan otros árboles. En una zona en la que hemos plantado de otro tipo ya nos ha llegado una petición de la barriada para que pongamos naranjos”.

Una tarea que tiene su miga

La otra cara no tan amable es la de la recogida de la fruta, una tarea que no es precisamente fácil y que acomete “gente que sabe lo que hace”, en buena parte cuadrillas que se dedican a la recolección en el campo. “Son especialistas de los pueblos del entorno”, apostilla Mora-Figueroa, que insiste en la dificultad de un trabajo que se hace a mano, en altura y con coches y mobiliario urbano complicando el asunto. Dependiendo de la jornada, el personal asignado a las tareas de recogida llega hasta los 225 operarios, lo que no impide que todos los años haya quejas de vecinos porque en su calle no se ha recogido todavía y se ha puesto todo perdido. “Y eso cuando no llega un temporal y te tira todas las naranjas al suelo a la vez”, como ocurrió por ejemplo en 2021 con la famosa borrasca Filomena.

“Hemos conseguido que la naranja pase de ser un residuo a un producto que se puede valorizar”, subraya por su parte el delegado municipal de Transición Ecológica, David Guevara. El objetivo ahora es que todos los residuos de la ciudad puedan aprovecharse para producir energía, con lo que nos enfrentamos a una cuestión de escala: no es lo mismo manejar los 5.000 kilos de naranjas que ahora se exprimen a enfrentarse a una cosecha que supera las 3.000 toneladas (podría exprimirse la electricidad de un día para 20.000 hogares) y que además hay que procesar en un par de meses.

Sevilla ya ha logrado reducir un 55% los residuos orgánicos que acaban en el vertedero, pero quedan muchos retos por delante, como optimizar la calidad del gas o estandarizar su almacenamiento. “Son procesos lentos, pero esto ya no lo para nadie”, subraya Guevara, y menos en un contexto en el que literalmente no hay materias primas suficientes. Así que sí, es solo cuestión de tiempo que se puedan aprovechar por completo estos biorresiduos... y que los autobuses de Sevilla funcionen con zumo de naranja.

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