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La 'procesión' industrial con la que Sevilla celebró en 1900 la llegada del nuevo siglo

Carroza del gremio de fundidores, una de las más pintorescas de las que salió.

Antonio Morente

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Vaya por delante que esta historia no tiene nada que ver con Semana Santa. O sí, porque en una ciudad como Sevilla siempre se le acaba sacando punta para arrimar el ascua a la sardina cofradiera, y porque detrás de esta iniciativa estuvieron algunos de los gremios profesionales que hasta entonces se expresaban más por medio de las hermandades, algunas de las cuales llegaron a fundar. El caso es que en 1900 se puso sobre la mesa la idea de saludar la llegada del pujante y moderno siglo XX con una especie de procesión industrial, la Cabalgata Alegórica, que debía mostrar el peso histórico de la ciudad combinado con el poderío de sus industrias y comercios. Aquello se hizo una única vez, y el resultado fue un peculiar evento en el que se rastrean trazas de cofradías, Rocío e incluso Feria, y que sirvió de embrión a lo que luego fue la Cabalgata de Reyes.

Si curiosa es la mezcla, también supone toda una rareza esta alternativa laica en una capital tendente a celebrar cualquier evento o efeméride sacando imágenes sagradas a la calle y programando salidas extraordinarias. De ahí la singularidad de esta Cabalgata Alegórica, cuya memoria ha rescatado ahora en Laboratorio de Arte Gerardo Pérez Calero, catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, que enmarca el acontecimiento en un momento en el que se quieren revitalizar unos ánimos todavía congelados tras 1898 y su pérdida de los últimos retazos de lo que una vez fue un imperio.

“A Sevilla le gustan mucho las manifestaciones públicas”, constata Pérez Calero, que aquí pone el ejemplo –y a la vez precedente de la cabalgata que nos ocupa– de los carros alegóricos que desfilaron en 1747 con motivo de la exaltación al trono de España de Fernando VI y Bárbara de Braganza. Así que, en contra del ancestral impulso de la ciudad, el desfile de 1900 “no quiere resaltar nada de tipo religioso o de fe, sino la fuerza industrial y comercial de la Sevilla que entraba en el siglo XX”.

El evento fue “algo excepcional, quiere propiciar una imagen de modernidad de la ciudad más allá del tópico”, una especie de pregón que canta al “espíritu de la modernidad a través de la industria”. Todo ello para saludar a un nuevo siglo que “se espera mucho más próspero” que el anterior y para ilustrar que Sevilla entra en él “con el pie derecho”, de ahí este canto fabril que se adoba con tradición histórica y un pulso festivo.

El escaparate de la Sevilla industriosa

Sevilla tiene entonces poco menos de 150.000 habitantes y se ha estancado social y económicamente, situación a la que se quiere dar un giro con el ansiado 1900, en el que el mundo asiste asombrado a las maravillas que se muestran en la Exposición Universal de París. La capital andaluza, como toda España, sufre los coletazos económicos tras el adiós a las últimas colonias. El mismo mayo en el que se celebra esta Cabalgata Alegórica, comercios y fábricas cierran dos días en protesta por el aumento del 20% en la contribución industrial y del 10% sobre la propiedad urbana como consecuencia de la pérdida de Cuba.

“La fiesta y el cortejo no eran más que el escaparate donde se podía contemplar la Sevilla industriosa de 1900, un espectáculo itinerante en forma de cabalgata lúdica uniendo los conceptos de arte y fiesta”. El resultado es un híbrido, una coctelera en la que se mezclan las batallas de flores de otras ciudades con cuadros vivientes representados en carrozas tiradas por bueyes y caballos como en las romerías, el sentido de la escenografía tan propio de la Semana Santa y el ambiente festivo que acompaña a la Feria.

“Convenía inyectar a la población cierta dosis de moral”, apunta Pérez Calero, y a ello que se pusieron manos a la obra lo que se viene en llamar las fuerzas vivas de la ciudad: el Ayuntamiento, la Real Maestranza, el Círculo de Labradores, a los que se unirán algunos intelectuales, como Vicente Lloréns (el de los cines del mismo nombre), Pelayo Quintero Atauri o Antonio Matarredonda. La idea es transmitir la unión de dos valores, “laboriosidad y ocio”, y como escenario se elige la ribera del Guadalquivir junto al palacio de San Telmo en dirección al sur, a la zona de expansión que pocos años después, en 1929, será el escenario de la Exposición Iberoamericana.

Plateresco y modernidad

Las carrozas se construyeron en base a una especie de arquitectura efímera que también tuvo su debate, porque era importante qué se iba a reflejar. Los impulsores del evento no querían que lo que se plasmase quedase obsoleto, como podía pasar si se tiraba de tradición, pero tampoco terminaban de encajar en la capital las corrientes artísticas imperantes, como el Art Nouveau, el Simbolismo y el Estilo 1900. Se prefirió también huir del tópico islámico, así que el resultado fue algo ecléctico, una mezcla de lo historicista dominante (básicamente, el plateresco) combinado con unas gotas de modernidad.

Y con todos estos mimbres, ¿cómo fue esta Cabalgata Alegórica? Pues contó con un preludio con gigantes y cabezudos, reyes moros y cristianos y caballeros ecuestres. Hubo una carroza que representaba a una empresa de envases de hojalata para conservas y otra, la del gremio de fundidores, tirada por una locomotora cuyo vapor alimentaba fraguas como la de Vulcano que plasmó Velázquez. La del Arte Antiguo (de la que se encargó el Ayuntamiento) mostraba un a modo de templete, y la de la industria corchera fue de las más lujosas y en ella iban trabajadores vestidos a la usanza catalana, andaluza y extremeña.

El gremio de vinateros apostó por una mezcla visual entre lo hebreo y lo romano, incluyendo una escultura de Baco, mientras que el sector del comercio insufló aires modernos (un concepto entonces muy en boga) a una carroza dedicada a la moda. El Ateneo y Sociedad de Excursiones se inclinó por una metáfora que mostraba al Arte y a la Industria premiando a sus creadores, cerrando el cortejo la que representaba a la ciudad de Sevilla “mediante una alegoría de su grandeza histórica y artística” plasmada en estilo plateresco.

Una y no más

Los rescoldos que dejó esta Cabalgata Alegórica, de gran éxito social y económico, animaron a proponer que en la Feria de Abril se organizase una comitiva popular. El Ateneo puso en marcha a finales de 1917 la Cabalgata de Reyes, y en la Exposición Iberoamericana de 1929 se organizó un cortejo que discurría por buena parte del recinto, idea clonada en la Expo 92 con una colorista procesión festiva diseñada por Joan Font.

De esta manera tan poco habitual si nos atenemos a sus antecedentes, Sevilla le cantó a los nuevos valores de la época: el progreso, la industria, el comercio, el desarrollo económico... “De este modo, las artes, la industria, el comercio e incluso las convicciones religiosas tan arraigadas en la ciudad suscitarían el ánimo de sus distintos estamentos, especialmente la burguesía”, apostilla Pérez Calero. La idea gustó pero no tuvo continuidad, así que en adelante se volvió a lo de siempre y aquella singular procesión industrial quedó como una rareza histórica en el currículum festivo de la capital andaluza.

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