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Rescatando a Manolo Summers, un creador independiente y un quebradero de cabeza para los censores

Cartel del 'Seminario Summers' dedicado al cineasta en el Cicus de la Universidad de Sevilla hasta el 19 de febrero

Alejandro Luque

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Fue una figura mediática muy popular, conoció éxitos de taquilla impensables hoy día y publicó sus dibujos en importantes cabeceras. Nada de ello, sin embargo, ha impedido que Manolo Summers (Sevilla, 1935-1993) haya ido deslizándose poco a poco hacia el olvido. Una injusticia que este año, cumplidos ya los 30 años de su desaparición, pretenden paliar distintas iniciativas. “Es una figura rodeada de estigmas”, explica Miguel Olid, impulsor de varias de ellas, “pero es hora de darle el sitio que se merece”.

Olid estrenará el próximo mes de marzo un documental sobre Summers, a lo largo de este año publicará un libro sobre él y, junto al estudioso Fran G. Matute, comisaría la exposición It’s Summers time! en la Sala de la Provincia de la Diputación de Huelva, y donde se recogen tanto su faceta de cineasta como de humorista gráfico. También es objeto de un seminario que hasta el 19 de febrero se puede visitar en el Cicus de la Universidad de Sevilla, con charlas y proyecciones de algunas de sus mejores películas.

Cuáles son esos estigmas que cayeron sobre el sevillano, es algo que Olid desgrana con rotundidad: “El primero es que hacía comedia, género considerado menor en España. También se le criticaba la comercialidad, pero además, con el PSOE en el poder, establece una guerra criticando el sistema de subvenciones del Ministerio cuando estaba Méndez-Leite al frente del Instituto de Cine, lo que le granjeó la enemistad del colectivo de directores. Fue un independiente que rechazaba las camarillas”.

Olfato comercial

Un dato que contrasta con el hecho de que “con Franco fue también el que más se enfrentó a los censores, pues criticaba la pacatería religiosa, el ejército… Sin embargo, con la democracia se muestra también crítico con el gobierno. ¿Cuál era su pensamiento político? Yo diría que era un ácrata que se mantuvo siempre frente al poder. Pero eso de ser un espíritu libre tiene su coste, y así se explica que ningún colectivo lo haya reivindicado”.

Mención aparte merece la cuestión de la comercialidad. ¿Lo de Summers era cine de autor, o para las masas? La respuesta es que ambas cosas. “Hizo películas muy personales que no encontraron el respaldo del público”, prosigue Olid. “Él apuesta por el cine de calidad, pero sabe que si encadena dos fracasos de taquilla, desaparece como director. Así, hace Ángeles gordos, una película que hasta los críticos más severos le alaban, pero que no tiene actores conocidos en su reparto y, para colmo, el estreno coincide con la entrada de Tejero en el Congreso. Y no va a verla nadie, claro. ¿Qué hace luego? Una de cámara oculta [To er mundo é güeno]. Más adelante, estrena Me hace falta un bigote, la más desconocida de sus películas, una historia de amor donde hace de sí mismo. Y de nuevo la misma historia: fracasa y hace la de los Hombres G [Sufre mamón]”.

Este filme, protagonizado por la banda pop liderada por el hijo del director, David Summers, fue un taquillazo indiscutible, pero también entrañaba sus riesgos, según Olid. “Había antecedentes de películas con grupos muy populares que no funcionaban en los cines. También hubo casos como el de La Biblia en pasta, que llegó a anunciar una secuela, pero que no se llegó a hacer. Ocurrió también con El sexo ataca, con Tip y Coll, otra de sus peores películas. Su olfato no siempre acertó”.

Desencanto de la Transición

Otras veces, en cambio, sí dio en la diana. De hecho, subraya Miguel Olid, “es el cineasta andaluz más importante que hemos tenido. De sus 20 películas, la mitad fue vista por 900.000 espectadores. Teniendo en cuenta que hoy un filme que vean 200.000 es un gran éxito, siendo la población española mayor, nos hacemos una idea de su trascendencia. Sus películas viajaron a Malawi, Rodesia, Taiwán, Filipinas, Hong Kong, toda América… En Colombia, su película Adiós, cigüeña, adiós fue más vista que El Padrino. Marcó a una generación”.

No pasó desapercibida tampoco su faceta de humorista gráfico, ampliamente recogida en la muestra de Huelva y fundida con la cinematográfica, pues la división propuesta es temática: Infancia, Muerte, Autoridad, Religión, Sexo, Deporte y Censura. “Hemos ido ilustrando estas obsesiones”, comenta Fran G. Matute. “Podríamos establecer paralelismos entre su trazo y su cine. La parte gráfica en concreto tiene tres etapas: una primera, cuando empieza a hacer en las páginas de Pueblo, en los 60, chistes de muertos, ciegos y cojos de un humor muy negro y con trazo muy amable, que tiene que ver con la película que hace en ese momento, Del rosa al amarillo”.

“La segunda etapa está marcada por el punto culmen de Hermano Lobo”, prosigue Matute. “Esas viñetas son políticamente muy críticas, con mucha acidez y mala leche, y muy coloridas, incluso un poco pop. Es un Summers más internacional en su sátira política y social. Y en esa época empieza a practicar el collage, como se ve en muchos de sus carteles, y empieza a meterse con la propia industria del cine y la censura. Es su forma de vengarse. A finales de los 70, muerto Franco, se vuelve más político, entra en una etapa muy bestia. Vive la Transición de manera muy, muy desencantada”.

Censura y 'Summersfobia'

La teoría de Matute es que “en sus viñetas es más ácido que en sus películas. En el cine no acaba de hacer un cine rompedor, pero dibujando sí, es incluso violento, especialmente con el clero. De hecho, sufre un proceso judicial por injurias a la Iglesia por una viñeta en la que aparece un cura confesando, y le dice al feligrés ‘Son 350 pesetas’”.

Olid apunta incluso que un censor como Marcelo Arraita Jáuregui llegó a decir de él que era “el director que más quebraderos de cabeza nos da”. “En mi documental hablo de Summersfobia. Saura, por ejemplo, hacía un cine más crítico, pero era también más minoritario. El problema de Summers es que era directo y tenía además tirón popular. No se andaba con metáforas ni zarandajas”.

Sobre el modo en que ha pasado el tiempo por la filmografía de Summers, Olid cree que muy bien en líneas generales, pero incluso sus peores títulos tienen interés. “Cuando se estrena El sexo ataca, Umbral escribe que nadie había retratado tan bien a la sociedad española de los 60, 70 y 80, y ahí se ve. En esa cinta, Summers intercala los sketches con una encuesta a pie de calle en Cádiz, tras 40 años de dictadura, y la gente no tiene ni idea de sexo. Le preguntan a una mujer qué es una vagina y no lo sabe. El humor ha cambiado en este tiempo, pero eso tiene un interés social tremendo”.

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