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La crisis climática ya permite cruceros de lujo a través de un océano Ártico cada vez más derretido

El Silver Explorer en el Ártico.

Raúl Rejón

Cuando el verano pasado el océano Ártico era un mar helado menos helado que nunca, un crucero con turistas aprovechaba las condiciones creadas por la crisis climática para completar su primera travesía de “ultra lujo” por el paso del nordeste. Recorrió 5.000 millas náuticas (9.200 km) entre Alaska y Noruega entre el 10 de agosto y el 5 de septiembre, en plena regresión del hielo boreal que ha marcado este año su segundo registro más bajo tanto en volumen como en extensión desde que hay mediciones.

El Ártico, cada vez más derretido por el calentamiento global, se ha convertido ya en ruta para cruceros de “comodidad superlativa”, como los define la operadora, Silversea, que planea explotar esta travesía de manera regular en 2020 a 40.700 euros por pasaje.

Los cruceros completan así una progresión imparable que está aprovechando la desaparición de la capa de hielo sobre el mar para convertir el océano del norte en campo comercial. La pesca, el transporte de mercancías y las industrias extractivas ya estaban explotando los recursos árticos hasta hace poco protegidos por la inaccesibilidad de estas latitudes. Ha llegado el turno de la industria turística. 

“Los tiempos de tránsito en el Ártico se han recortado debido a las condiciones más ligeras del hielo”, explicaban los expertos del Panel Internacional de la ONU sobre Cambio Climático en su último informe sobre el efecto de la crisis climática en los mares y la criosfera. “La pérdida de la cobertura de hielo en el Ártico está abriendo nuevas rutas marítimas y permite un mayor acceso a yacimientos petrolíferos”, añadían.

Las condiciones a las que hacen referencia, y que están permitiendo esa explotación comercial, son una capa de hielo que se extiende menos y es más delgada. Cada año, el agua helada se expande y se espesa durante el otoño y el invierno para reducirse en la primavera y el verano.

En 2019, su extensión mínima se midió el 18 de septiembre y llegó a 4,15 millones de km. Es el segundo peor dato desde 1979. Unido a esto, el volumen de la capa en ese mes se quedó en 4.200 km3. También es el segundo récord negativo, según el Centro de Ciencia Polar de la Universidad de Washington. Un 53% por debajo de la media histórica en los últimos 40 años. “No hay ningún signo de que la capa de hielo esté recuperándose”, según el análisis de la científica de la NASA, Claire Parkinson.

Regulación tardía

El incremento de las actividades industriales en el Ártico “exacerba los riesgos para los ecosistemas marinos y las poblaciones costeras”, explican en la ONU. Sobre todo si no se regulan “al mismo ritmo que aumenta la navegación”. En esta línea, las flotas pesqueras en el mar de Barents podrán capturar el año próximo más bacalao que el máximo propuesto por los científicos del Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES). “No son los científicos los que establecen la cuota sino las comisiones pesqueras de Noruega y Rusia y han decidido que este año esté 50.000 toneladas por encima del consejo científico”, explicó el representante noruego en el consejo. 

Así que la regulación suele llegar con retraso. Hace justo un año, diez estados y la Unión Europea, alcanzaron un acuerdo para prohibir la pesca comercial libre en la zona denominada Océano Ártico Central, tres millones de kilómetros cuadrados en el corazón del mar. El acuerdo establece una moratoria de 16 años para estudiar antes de entrar a pescar. Esa cláusula se activará cuando las partes ratifiquen el documento. En octubre de 2019 lo han hecho EEUU, Canadá, Rusia y la Unión Europea. Faltan China, Noruega, Corea del Sur, Japón, Islandia y Dinamarca por cuenta de Groenlandia. 

Además de la pesca, entre los impactos constatados del aumento del tráfico marítimo en el Ártico se describe una mayor tasa de accidentes entre buques y la propagación de ruido subacuático por parte de los barcos. “Las emisiones de carbono negro provenientes de los buques van a incrementarse”, calculan los expertos del IPCC. El carbono negro son partículas microscópicas que proceden de la combustión de los motores y se asientan más fácilmente sobre la superficie ártica.

El fuel más dañino

Se da el hecho de que las flotas comerciales utilizan sobre todo un combustible llamado fueloil pesado (HFO) que está asociado a mayores emisiones de sulfuro, nitrógeno, metales o este carbono negro. Es un producto residual al obtener otros combustibles de mejor calidad. El IPCC ha mencionado entre las medidas para atenuar los impactos de la navegación en el Ártico establecer una prohibición del HFO en estas rutas como ya ocurre en la Antártida. 

La Organización Marítima Internacional (IMO) aceptó en 2018 estudiar el desarrollo de esta prohibición que, en todo caso, deberá estar precedida por un informe sobre el impacto económico de eliminar el HFO. El plan es que el fueloil pesado pueda prohibirse en 2021 aunque la medida entraría en vigor en 2023. El producto no podría usarse en los motores, pero sí transportarse como mercancía.

Mientras, los “huéspedes” del crucero ártico Silver Explorer pudieron adentrarse en lancha entre los témpanos a la deriva para un “espectacular avistamiento de osos polares” en el que “una hembra y sus dos cachorros navegaban por el hielo”.

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