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¿Cónclave a la vista? La enfermedad del Papa despierta a las dos “almas” de la Iglesia católica

Imagen facilitada por el servicio de prensa del Vaticano del papa Francisco en el Policlínico Gemelli de Roma con varios sanitarios.EFE/EPA/VATICAN MEDIA HANDOUT

Jesús Bastante

en religiondigital.com —

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Hace un mes, el papa Francisco ingresaba en el Policlínico Gemelli de Roma para someterse a una intervención quirúrgica que lo tuvo diez días fuera de circulación y que lo ha mantenido alejado de toda actividad pública, salvo el ángelus de cada domingo, que celebra desde el balcón de la plaza de San Pedro. Este semana, no obstante, se retoman las audiencias de los miércoles.

La operación, una estenosis diverticular sintomática del colon, desató todas las alarmas en el Vaticano y en muchas nunciaturas de todo el mundo. La falta de transparencia a la hora de informar de su salud –Francisco había aparecido esa misma mañana ante los fieles, anunciando un próximo viaje en septiembre, sin hacer la más mínima referencia a un ingreso programado– hizo que muchos se preguntaran si el Papa estaba o no realmente grave.

Un pontificado en marcha

30 días después, Francisco continúa con su trabajo desde su residencia de Casa Santa Marta, pero el debate sobre su salud continúa abierto: ¿hay cónclave a la vista? No parece que Bergoglio vaya a renunciar en el futuro inmediato, aunque fuentes cercanas aseguran que “se han acabado los viajes largos” y que, en adelante, el Papa deberá medir bien sus esfuerzos. Francisco, en todo caso, no ha parado de tomar decisiones y en estas semanas ha hecho dos de suma relevancia para el presente y el futuro: la primera, prohibir (salvo excepciones) la misa en latín y de espaldas al pueblo con el rito anterior al Concilio –lo que ha desatado la ira de los sectores tradicionalistas– y ha permitido el comienzo del primer juicio en la historia que lleva al banquillo a un cardenal por malversación de fondos de los pobres. En el horizonte, la reforma de la Curia y, en septiembre, el comienzo de un proceso sinodal que pretende apostar por la plena participación de laicos y mujeres en la toma de decisiones en la Iglesia. Algo que el sector ultra no está dispuesto a permitir.

Bergoglio sigue gobernando, pero la oposición vaticana ha utilizado la supuesta incapacidad papal para cuestionar sus últimas decisiones (en especial, la de las misas en latín), y para lanzar la carrera hacia su sucesión.

Candidatos de ambos bandos

¿Hay candidatos para un hipotético cónclave? Teniendo en cuenta que es bastante improbable que Bergoglio renuncie, y mucho más que lo haga antes de que Benedicto XVI fallezca (Roma no quiere dar el espectáculo de “tres papas”, que no se da en el seno de la Iglesia desde los tiempos del cisma de Avignon), los candidatos que, a día de hoy, podrían liderar el sector conservador son, claramente, dos. El primero, el cardenal Robert Sarah, hasta hace unos meses máximo responsable de la Congregación para el Culto Divino, y que durante años frenó los intentos de Francisco por acabar con la misa tradicional.

Sarah, de 76 años, aglutina todos los apoyos de los grupos tradicionalistas y conservadores, así como el supuesto apoyo de Benedicto XVI. Junto a Ratzinger, hace dos años, escribió un libro, promocionado como redactado a cuatro manos, en el que criticaba las reformas en materia matrimonial y familiar surgidas en los últimos sínodos. El escándalo fue tal que Benedicto XVI tuvo que desmentir su autoría y el secretario personal del Papa emérito, Georg Gänswein, abandonó la dirección de la Casa Pontificia. Bergoglio ya no confiaba en él. La abrupta salida de Sarah de la Curia (Francisco ha ordenado una auditoría a la Congregación del Culto Divino), lejos de eliminarlo como candidato, le ha hecho ganar apoyos por parte de un importante sector de purpurados inmovilistas, que temen que Francisco, en sus palabras, acabe con la Iglesia católica.

El segundo candidato, a día de hoy, ni siquiera podría participar en el cónclave. Se trata del italiano Angelo Becciu, defenestrado por Francisco y actualmente imputado en el macrojuicio por malversación de fondos de los pobres para la compra de bienes en el extranjero a través de empresas sitas en paraísos fiscales. El cardenal (conserva el título, pero no las funciones), a sus 72 años, fue el “número 3” del Vaticano y responsable de la “fábrica de santos” de Roma hasta que Bergoglio le expulsó del Colegio cardenalicio, en una decisión inédita.

Por difícil que pudiera parecer, un importante sector curial, y del episcopado italiano, ven en Becciu un posible candidato (especialmente si, como temen algunos, el juicio acaba en falso y el purpurado es exonerado) para volver a europeizar el gobierno de la Iglesia, después de ocho años y medio del primer Papa latinoamericano. Y es que los romanos sufren, desde la muerte de Juan Pablo I (1978), tres pontificados de un Papa no italiano, algo que no sucedía desde los tiempos de Adriano de Utrech (siglo XVI). Y la Curia, pese a la internacionalización implantada por Bergoglio, sigue estando copadas por funcionarios italianos.

Entre los candidatos de Bergoglio también hay tres nombres, de tres purpurados jóvenes, con una mirada muy social, y que podrían culminar las reformas emprendidas por Francisco. El argentino da por sentado que él no terminará el trabajo que inició en 2013 tras ser elegido por sorpresa. El primero y más claro es el filipino Luis Antonio Tagle (nacido en 1957), actual prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (o Propaganda Fide), el “ejército” de misioneros y acción social de la Iglesia, y también presidente de Cáritas Internationalis. Conocido como el Papa rojo, el máximo responsable de la caridad vaticana apostaría definitivamente por una Iglesia mucho más comprometida con los pobres, e impondría, de nuevo, un Papa no proveniente de Europa. Tras América, le tocaría el turno a Asia, el mayor vivero de cristianos de las últimas décadas.

Europeos del lado de Bergoglio

En Roma, no obstante, se miran otros dos perfiles: el del polaco Konrad Krajewsi (1963), actual cardenal limosnero del Papa, quien se hizo famoso hace un par de años cuando desafió a las autoridades romanas, que habían cortado de luz y el agua de un edificio repleto de migrantes ilegales y sus familias. El purpurado, que trabajó como electricista, bajó a las alcantarillas para volver a conectar las tomas de la luz y de agua. El cardenal polaco también ha sido el encargado de gestionar la llegada de decenas de refugiados sirios de los campos de Moria y Lampedusa al Vaticano.

El tercero en discordia es Mateo Zuppi (1955), cardenal italiano y miembro de la Comunidad de Sant'Egidio, una de las estructuras sociales y geopolíticas más relevantes de la Iglesia católica en el mundo, acostumbrada a intervenir en conflictos internacionales desde hace décadas y que en las últimas semanas ha sonado como la institución que podría hacerse cargo de la gestión de la basílica de Cuelgamuros una vez aprobada la Ley de Memoria Democrática, y expulsados los benedictinos del Valle. El arzobispo de Bolonia es un reconocido intelectual cuya experiencia en resolución de conflictos le ha convertido en una de las manos derecha de Francisco a la hora de tender redes diplomáticas con los gobiernos de todo el mundo.

Con todo, Francisco sigue conformando un colegio cardenalicio acorde con su pontificado, con la idea de que no será él quien culminará las reformas emprendidas. Todos estos candidatos, y los que puedan surgir en el futuro, irán ganando o perdiendo enteros en función de la duración de un pontificado que, pese a la supuesta fragilidad de la salud de Bergoglio, parece que se prolongará durante algunos años más. Las quinielas, no obstante, ya están en marcha, y el movimiento de los rigoristas pretende, entre otras cosas, promover la sensación de final de pontificado que no termina de casar con la realidad. Aunque es cierto que, desde hace un mes, Francisco apenas se ha dejado ver en público, desatando toda clase de rumores.

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