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“La declaración de la renta conjunta es un estímulo para que las mujeres sigan en los hogares”

Ana Requena Aguilar

Madrid —

María Pazos coordina desde hace años el departamento de Fiscalidad y Género del Instituto de Estudios Fiscales. De sus investigaciones nació Desiguales por Ley (editorial Catarata), un libro en el que detalla cómo las políticas públicas siguen diseñadas en contra de la igualdad de género.

Para Pazos, el cambio tiene que hacerse sobre cuatro pilares fundamentales: la eliminación de los incentivos para que las mujeres abandonen el mercado laboral y se dediquen a los cuidados; la ampliación de los servicios públicos; la equiparación de los derechos al cuidado, como los permisos de maternidad y paternidad; y la reducción de la jornada laboral.

En el libro habla de que se ha cambiado un sistema de desigualdad total por otro de amabilidad, por un “patriarcado blando”, ¿qué significa esto?

Me refiero a que hemos conseguido lo que se llama igualdad formal ante el Código Civil y las leyes en general. Sin embargo, las discriminaciones han pasado a ser implícitas y a través de mecanismos más complicados y, por tanto, más difíciles de detectar.

Su tesis es que la desigualdad permanece porque las políticas públicas la siguen transmitiendo. ¿Cómo la transmiten?

Sí, hay muchos elementos que desde que nacemos hasta que morimos nos empujan hacia la desigualdad. Las políticas públicas nos tratan de distinta forma, ya no es una cuestión privada de las familias sino del sistema educativo o de las políticas económicas.

Hay, por ejemplo, muchísimos incentivos a la permanencia de las mujeres en el hogar y no hay condiciones materiales para que, por ejemplo, una pareja que quiera vivir en igualdad pueda hacerlo. A partir de que nace un niño, de entrada, nos encontramos con las diferencias entre los permisos de paternidad y maternidad, y con incentivos como la declaración de la renta conjunta o la pensión de viudedad, para que las mujeres fíen su futuro a las cotizaciones del marido. Por otro lado, tampoco hay servicios públicos adecuados y las jornadas laborales son eternas.

¿Por qué es perjudicial para la igualdad que exista la tributación conjunta en la declaración de la renta?

La tributación conjunta parte de un principio: que una mujer es una carga y hay que desgravar por ella. Se desgrava más por una mujer que por un hijo. Quien diseña las políticas públicas no se imagina que cuando una mujer está en casa está produciendo bienes y servicios para el hogar, en cambio, un niño exige cuidados y, por tanto, gastos.

Es también una forma de favorecer al matrimonio tradicional, las uniones donde sólo hay un sustentador. Es, además, antisocial porque es creciente con el nivel de renta, es decir, si esa renta es baja, no desgrava; sólo lo hace cuando es una renta más amplia. Son unos 3.000 millones de euros al año que hay que reconvertir.

Usted sostiene que la división sexual del trabajo sigue muy presente, pero ¿cómo explicarlo cuando ya hay muchísimas mujeres en el mercado laboral y las jóvenes tienen la sensación de vivir en igualdad?

La división sexual del trabajo existe y genera mucho sufrimiento: es el pilar económico del patriarcado. Mientras haya división sexual del trabajo y las mujeres sigan especializándose en el trabajo de cuidados; y los hombres, en el trabajo asalariado, la desigualdad va a seguir existiendo y los salarios de los hombres seguirán siendo mayores que los de las mujeres.

En lo que se llama nueva división sexual del trabajo, ya no es, de una forma clarísima, la relación marido-sustentador, esposa-dependiente. Ya no es que las mujeres se queden sistemáticamente como amas de casa, porque ellas salen de los estudios y van a buscar trabajo. Pero después hay muchos incentivos que funcionan, sobre todo si eres madre o tienes a alguien a quien cuidar: las excedencias por cuidado, el fomento del trabajo a tiempo parcial...

Es una división ineficiente porque estamos perdiendo gran parte del potencial productivo de las mujeres y del potencial cuidador de los hombres. La eliminación del sector amas de casa es lo que le ha hecho dar un paso de calidad a los países nórdicos en competitividad y Estado de bienestar.

Sin embargo, usted no está de acuerdo con lo que algunas veces se ha planteado: pagar a las amas de casa por su trabajo. ¿Por qué?

Estoy completamente en contra del salario al ama de casa porque eso haría que la situación permaneciera en el tiempo. Más del 90% de las personas cuidadoras son mujeres; el tiempo parcial está completamente feminizado y sus dos primeras causas son no haber encontrado un trabajo a tiempo completo y tener personas a quien cuidar. Sería un incentivo más para que las mujeres se queden en casa.

¿Cómo hacer, entonces, para valorar el trabajo doméstico?

¿Dónde se valora el trabajo de cuidados? En Suecia, donde se canaliza fundamentalmente a través de los servicios públicos y donde los hombres van teniendo derechos para el cuidado. Para que se valore, es absolutamente necesario que lo haga todo el mundo y que salga a la luz, que salga del reducto del hogar; esto es lo que dicen las experiencias internacionales.

¿Cuáles son los sesgos principales que contribuyen a que las políticas públicas sigan discriminando a las mujeres?

Lo que hay que hacer es poner las condiciones materiales para que hombres y mujeres podamos ser iguales, y eso tiene muchísimo que ver con resolver el problema de los cuidados. Esto se soluciona con servicios públicos, especialmente de cuidados infantiles y a la dependencia; con derechos igualitarios al cuidado, como la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad instranferibles y pagados al cien por cien. Y el tercer pilar serían jornadas cortas y racionales.

La eliminación de los incentivos a la permanencia de las mujeres en el hogar tiene que ser paralela al fortalecimiento de los servicios públicos. El gran salto de mentalidad se dará cuando un hombre se quede durante algunos meses solo con un bebé para cuidarlo; es el gran salto que se ha dado en otros países.

Esto tiene que ser una catarsis social, como la que se dio en Suecia con Olof Palme y el movimiento feminista. Se necesitaría un motor político que diera un salto adelante en esta reestructuración. El avance no es lineal y paulatino, eso no existe: en todos los lugares donde se han logrado avances, ha sido a base de catarsis pero con efectos a largo plazo.

¿Qué le parece la medida que incluyó la reforma de las pensiones para que los años que se hayan dedicado al cuidado de los hijos cuenten como cotizados para la pensión?

Me parece bien que se haga con efectos retroactivos, pero no con efectos hacia delante. Me parece mal que a una persona que vaya a tener un hijo se le diga que no pasa nada por que se retire del mercado porque luego le compensarán. Me da igual que sea para mujeres o para hombres: nadie tiene que quedarse sin salario y ser dependiente económicamente de otra persona.

Son además compensaciones mínimas y no atacan los grandes problemas. Hay muchas otras gravísimas que hay que solucionar. Es muy grave que haya miles de mujeres viviendo con 300 euros al mes con pensiones no contributivas, incompatibles con todo tipo de rentas. Se podrían equiparar con las pensiones mínimas contributivas, esto no generaría ningún incentivo perverso porque ya están jubiladas.

¿Habría que eliminar la pensión de viudedad para las nuevas parejas?

La pensión de viudedad para los nuevos matrimonios es una barbaridad y habría que eliminarla. ¿Por qué se les va a prometer que, si uno muere, el otro puede vivir de eso? En Suecia existen pensiones de viudedad de dos años para poder recomponer la situación pero no son las vitalicias, que ya existen en pocos países, son incompatibles con otras rentas y suelen depender de las responsabilidades familiares que se tengan.

Aquí hay un montón de hombres que tienen salarios altos y que al mismo tiempo cobran una pensión de viudedad, que es compatible con todo tipo de rentas. Sin embargo, las no contributivas son incompatibles con otras rentas.

Si todo el mundo se mantiene en el mercado de trabajo, toda la vida tendrá su pensión. Lo que hay que hacer es quitar los desincentivos y poner las condiciones materiales para que eso sea posible. Si aun así hay quien quiere quedarse en casa, que se quede; pero que existan las condiciones para que realmente haya capacidad de elección y que el Estado no pague incentivos para quedarse inactivo, que no se desgrave del erario público.

¿Es la discriminación positiva [primar la elección de mujeres cuando hay dos candidatos para un puesto con iguales condiciones] [] una buena herramienta?

Es algo que no se debe hacer, porque no es efectivo. Por un lado, las políticas públicas nos dan un trato de disfavor, por otro, aparecen este tipo de signos narcotizantes con apariencia de trato de favor hacia las mujeres. Eso nos impide avanzar porque nos impide ver dónde están los verdaderos obstáculos y las verdaderas soluciones.

¿Y las cuotas?

Son la eliminación de una discriminación, intentan eliminar un tapón de favorecimiento a los hombres y es una medida que se ha demostrado eficaz.

Hay gente que aún defiende que son las mujeres quienes eligen o prefieren coger esos incentivos para quedarse en casa al cuidado de hijos o dependientes, ¿qué le parecen estas afirmaciones?

Eso no está demostrado. En los países donde hay otras posibilidades, las mujeres eligen otras cosas. En Dinamarca, por ejemplo, no hay casi mujeres que elijan dejar el trabajo para cuidar a personas dependientes porque los servicios públicos son buenos y nadie deja el trabajo por eso, ni hombres ni mujeres, salvo en casos extremos. Les dan tiempo de calidad, pero no tienen que dejar sus trabajos.

Si puedes pagarlo, normalmente no eliges dejar tu trabajo. ¿Quién lo elige? Quien se ve en una situación sin otra salida. El CIS pregunta de vez en cuando qué tipo de familia prefiere la gente y el 80% prefiere una familia igualitaria donde las dos personas tengan la misma dedicación al trabajo asalariado y a la familia; y, sin embargo, esto no es lo que ocurre. No se logra vivir coherentemente porque las políticas que te empujan a la desigualdad: culturales, educativas; o las económicas, que determinan unas condiciones materiales, demuestran que, mientras no cambiemos, no cambiará lo demás.

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