Los expertos esperan una “meseta inestable” de contagios durante el otoño y el invierno en lugar de una “ola” como la de primavera

Belén Remacha

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La subida de contagios de COVID-19 que en primavera esperábamos para estas primeras semanas de otoño se adelantó en España a julio y agosto. Nuestro país ha liderado todo el verano el ranking europeo, pero con los primeros fríos, el semáforo que ha difundido la Unión Europea ya tiene a casi todo el continente en rojo. Francia y Reino Unido nos superaron hace semanas en número de contagios, mientras en nuestra curva se ve una tendencia descendente. Pero los expertos se niegan a leer estos acontecimientos como el anticipo de que lo que ahora nos toca es una temporada más tranquila. Coinciden en que la situación es impredecible, en que el invierno multiplicará los factores de riesgo, y en que la epidemiología, aunque es una ciencia, no es matemática. No todas las enfermedades se comportan igual ni se repiten históricamente: que la curva descienda cuanto antes depende, ante todo, de las medidas que se tomen, no del tiempo que pase. También consensúan que la clave es que la inmensa mayoría de la población sigue siendo susceptible al virus, así que todavía no influye tanto cómo nos haya golpeado antes.

El portavoz del Centro de Coordinación y Alertas Sanitarias (CCAES), Fernando Simón, quiso explicarlo el jueves de forma optimista. Aunque ahora, que haremos cada vez más vida en interiores por las bajas temperaturas, tenemos que tratar de seguir las normas “de la forma más estricta posible”, si conseguimos mantenerlas y con ello llegar a una fase de estabilización y bajar, “me gustaría pensar que vamos a evitar esa tercera ola” o “que llegue de forma suavizada”. La viróloga del CSIC Margarita del Val se expresaba más pesimista: España ha sido el único país en tener una “oleada de verano” –prefiere llamarlo así, no segunda ola– y, si no cambiamos nada de cara al otoño, podremos tener “una situación más grave, comparable a la diferencia entre el verano y el otoño de otros países, pero partiendo de la situación que tenemos ahora”. “Si el virus no se paró en verano, que nadie piense que por eso se parará en otoño”, zanjaba en una entrevista con elDiario.es.

Otros epidemiólogos y expertos en salud pública parten de la idea de que es imposible predecir exactamente qué va a pasar, aunque lo único claro es que no se pueden descartar escenarios y dar por hecho una bajada. Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS), llama sobre todo a “no confiarse. No hay ninguna garantía, sobre todo porque viene el frío, los interiores y la actividad. Igual no deberíamos hablar de olas, sino que es más preciso hablar de que estamos en una 'meseta inestable”.

Juan Ayllón, virólogo y director del Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, comienza por lo mismo: “Utilizar los términos primera ola, segunda… nos sirve para saber en qué contexto temporal estamos. Todo el mundo identifica la primera con marzo y abril, y eso es útil. Pero no es una clasificación científica”. La idea de las “olas”, sigue, viene de la pandemia de 1918, cuando las hubo muy claras y se pudo observar científicamente cómo funcionaba una epidemia, a posteriori.

De hecho, explican a elDiario.es en la Sociedad Española de Medicina Preventiva (SEMPSPH), aunque es un debate que ya hace dos meses quedó obsoleto porque es secundario, hay investigadores que técnicamente se resisten a llamar a algo como lo de España “segunda ola”. Porque nunca se llegó a contagios 0 –en un país continental europeo era casi imposible– y por tanto lo que vemos ahora se podrían considerar todavía “rastros” de la primera.

Es decir, en España no ha dejado en ningún momento de haber “transmisión sostenida”, aunque en algún momento entre junio y julio fuese muy baja. Y si existía, bastaba un descuido para volver a dispararla. El tema ahora es, dice Ayllón, “cómo sea una ola, o un pico, depende muchísimo del tipo de medidas que se adopten. Las olas se dan manera natural, pero si no hiciésemos nada, el crecimiento hubiese sido monstruoso”. Lo ilustra gráficamente: “Intentar bajar los casos lo comparo con ir cuesta abajo en una pendiente e ir pisando el freno. En cuanto levantas un poco el freno, te embalas; si no dejas de pisar, al final te paras. Parar en seco no puedes, llevándolo a la curva de coronavirus, solo lo puedes hacer como hicimos en marzo, limitando todo, hasta las reuniones privadas en interiores, para mí la principal diferencia entre entonces y ahora en cuanto a transmisión. Algo así como poner el freno de mano”. Esto es, la única forma en la que se vio una curva casi perfecta y definida. 

Lo de ahora es más complejo. Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), habla de que las medidas no tan fuertes como el confinamiento estricto nos pueden llevar a estar “un tiempo en un tiovivo, de ondas continuamente, no una ola”, lo que Ildefonso Hernández llama “meseta inestable”. Lo ideal, indica Godoy y concuerdan todos –también lo decía Del Val–: “Aprender la lección y mantener las medidas hasta que se alcancen de nuevo incidencias de 50 casos por 100.000 habitantes. Y ahí, que es algo asumible, formar rastreadores y reforzar la Atención Primaria, y prepararnos para aguantar así hasta que haya vacuna. Con la transmisión disparada actual el problema es que, incluso aunque haya rastreadores, no llegan”.

Otro factor principal que destacan tanto Godoy como Ayllón: la mayoría de la población española sigue siendo susceptible de contagiarse y de hacerlo de forma grave. El estudio de seroprevalencia del Ministerio detectó que hasta junio se había infectado solo el 5% de la población, mucho cuantitativamente pero poquísimo proporcionalmente. A la espera de la siguiente tirada del estudio, previsiblemente para noviembre, los expertos predicen que como mucho estaremos entre el 10 y el 20%, algo en ningún caso suficiente para que se note en la mayor o menor virulencia del virus a nivel poblacional. Un porcentaje suficiente –o por lo menos que las personas propensas a ponerse graves estén protegidas– solo se alcanza con una vacuna, de manera natural nos llevaría años. Y “si la mayoría de la población es susceptible todavía, si le damos la oportunidad al virus, va a afectarnos. Da igual cómo lo haya hecho antes”, sintetiza Godoy.

De hecho el presidente de la SEE insiste: “Si entramos en el otoño con una base más alta, tenemos un factor de riesgo. Significa más transmisión comunitaria, más posibilidades de contagios en las agregaciones de grupos”. Ayllón también lo ve peligroso aunque quiere poner un punto de optimismo: “Creo que igual nuestro otoño puede ser relativamente un poco menos duro que en otros países, que no es que por tener ahora más contagios nuestra curva vaya a ser el doble de alta que la francesa. Es verdad que en otros sitios que han actuado con más prudencia les ha ido hasta ahora mejor, pero quiero pensar que nosotros hemos espabilado antes. Que recibir el primer bofetón a principios de agosto ha servido de algo”.