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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La erosión psicológica de los sanitarios en la crisis: “No va a haber psiquiatras para todos cuando esto acabe”

Un sanitario con bata y mascarilla en la puerta de un hospital de Madrid. / Óscar J.Barroso EP

Sofía Pérez Mendoza / Raúl Rejón / Oriol Solé Altimira

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La epidemia del coronavirus está poniendo a prueba la resistencia física de los profesionales, sanitarios y no sanitarios, que diagnostican y cuidan a los pacientes infectados con jornadas maratonianas y un estrés sostenido inédito para el sistema. Sin embargo, hay otro daño, más invisible, que empieza a tocar a los situados en la primera fila: el psicológico.

“Todos los días llaman de las plantas para trasladar pacientes. Ayer fueron 41. No hay respiradores así que no se les puede mover y eso significa que sabes que esos pacientes se morirán ahogándose”. Es el relato que hace un cirujano del hospital Gregorio Marañón (Madrid) que en las últimas semanas está trabajando en la Unidad de Cuidados Intensivos. eldiario.es ha recabado los testimonios de sanitarias de UCI, enfermeros de urgencias y médicos que trabajan a pie de camilla y que explican cómo lo que ocurre puertas hacia adentro de los hospitales empieza a erosionarles psicológicamente.

Los hospitales, especialmente en Madrid por concentrar la mayor presión asistencial de España, han comenzado a organizar recursos psicológicos propios para atender a las plantillas. Sentimientos de culpa, de ansiedad y el olvido de las necesidades básicas son algunas de las emociones y comportamientos que describe el equipo de psicólogos y psiquiatras del hospital Gregorio Marañón, el primero que se puso en marcha. También la incertidumbre ante lo que está por venir y cuándo llegará.

“Además de los daños físicos, hay unos daños psíquicos ante una situación que desborda los mecanismos de afrontamiento habituales. Son reacciones normales que nos pueden parecer confusas. A veces los compañeros no son conscientes de si necesitan orinar o comer”, explica Begoña Arbulo, psicóloga del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental en este hospital, el más grande de Madrid. .

El nivel de estrés y la exigencia en la toma de decisiones rápidas y dolorosas por el desborde de los recursos está pasando factura a los sanitarios, de todas las categorías y también a otros empleados que están en contacto directo con la realidad de los hospitales y son más invisibles: las celadoras, los limpiadores, las cocineras o el personal de mantenimiento. “No va a haber psiquiatras para todos cuando todo esto acabe”, cuenta una enfermera del hospital Clínico San Carlos, que repite un relato similar al del cirujano. “Hay pacientes de 75 años conscientes y orientados que se ponen malos. Sin hueco en las UCI, los sedamos y se mueren”.

La Comunidad de Madrid ha reorganizado los hospitales de forma integral para hacer frente a la avalancha de personas que necesitan cuidados intensivos. Ha reconvertido en UCI las unidades de reanimación y recuperación, quirófanos, UCI pediátricas... Según El País, el número de camas específicas han pasado de 641 a 1.050 en tres semanas. Pese a ello, la presión asistencial obliga a hacer un triaje para priorizar qué pacientes entran primero o después en UCI. “Estamos dando casos por desahuciados que hace dos semanas no habríamos dado. Esta es la parte emocional que más nos mina a todos porque no estamos haciendo toda la buena medicina que querríamos”, asume una anestesista de otro hospital madrileño.

Francesc Bas-Cutrina es médico en el hospital universitario de Bellvitge (Barcelona) y por unos días ha cambiado su especialidad en el aparato digestivo por pacientes con Covid-19. “Es la primera vez que nos encontramos con algo así”, reconoce. La receta para afrontar una jornada de 12 horas atendiendo a enfermos de coronavirus es clara: “Es medicina de guerra y es muy duro. Tienes que estar preparado porque si sacas todas las emociones cuando estás en primera línea estás perdido”.

La “resonancia del dolor” del otro

Los sanitarios no solo tienen que tomar decisiones médicas que entrañan dilemas éticos –por ejemplo, intubar o no a un paciente de más de 80 años– sino también gestionar el miedo en los enfermos. “El otro día en la planta de Covid un paciente de unos 70 años empezó a decir 'no quiero morir, no quiero morir'. Cuando esto pasa, le das la mano para intentar calmarle, le miras y le transmites no solo que tú estás físicamente con él, sino que todo el equipo del hospital está aquí para ayudarle”, explica Bas-Cutrina. Es otro costado del trauma: la “resonancia del dolor de las personas que se atiende”, como lo define psicológicamente Arbulo. “La vulnerabilidad en muchos casos es compartida”, dice la especialista.

Una enfermera de UCI del hospital de Txagorritxu (Vitoria), con 20 años de experiencia, lamenta cómo el virus impide el contacto físico con los familiares, un “recurso sanitario muy útil en situaciones límite”. “Lo reparador de dar un abrazo o una mano queda menguado. Intentas ocuparte de ello desde fuera pero no es fácil. Los familiares solo pueden ver a los suyos media hora por la tarde y equipados con mascarillas, calzadores, batas...”, relata. Las camas UCI de su hospital se ha duplicado en las últimas semanas, de 20 a más de 40 utilizando el espacio de un quirófano y de una planta. El 100% de los pacientes en cuidados intensivos están contagiados.

En sus últimos turnos, dice, ni bebió ni fue al baño por la sobrecarga de cuidados que requieren los pacientes y también por el miedo a retirarse mal la protección, contagiarse y llevar el virus a casa. Esa es su gran preocupación cuando supera la puerta del hospital y marcha a descansar. Después están los miles de mensajes de WhatsApp de grupos de compañeros y familiares preocupados, los papers científicos con actualizaciones sobre cómo tratar a pacientes con COVID-19 en cuidados intensivos. “Es todo nuevo para nosotros también”, puntualiza.

“Hay días que te levantas y quieres salir corriendo porque sabes que es uno detrás de otro, y otro y otro”, cuenta una enfermera de urgencias del hospital de La Paz (Madrid) que ahora está de baja tras dar positivo en la prueba de coronavirus. “En urgencias trabajamos con la muerte, al lado de la muerte, pero ahora más que nunca. Pensábamos que estábamos acostumbrados, pero no. Esto es otra cosa. Hay ratos que te hundes, lloras, no quieres ir a trabajar”, confiesa la sanitaria, que recuerda lo vocacional de su ocupación como una fortaleza a la hora de afrontar una situación límite.

El compañerismo es otro factor positivo del que hablan la mayoría de sanitarios y que colectiviza el sufrimiento. “Nos enviamos mensajes, nos llamamos y nos apoyamos, porque al final todos estamos más o menos igual y tienes que hablarlo”, asegura el médico de Bellvitge.

En el Gregorio Marañón de Madrid se han puesto en marcha “grupos reducidos” que dan “espacio a los profesionales para conectar con cómo están y ventilar la situación”. “Hay que buscar espacios de autocuidado y generar cohesión con el equipo para seguir en la tarea”, apunta la psicóloga Begoña Arbulo. Estos espacios resultan difíciles de encajar con turnos extenuantes y por eso también se ha habilitado un teléfono específico de atención psicológica en el hospital y correos electrónicos. Estos profesionales de la salud mental, que cuidan a su vez a los cuidadores, también hacen terapia entre ellos.

“Desde luego que estábamos habituados a manejarnos con pacientes de UCI pero estas personas evolucionan, en los casos más graves, muy rápido. Llegan por urgencias, ingresan en planta y se ponen muy malos. La mayoría están entubados y nuestro contacto con ellos es muy pequeño porque están sedados. Aquí les hablamos y les contamos lo que les hacemos porque lo que tenemos a nuestro cuidado son personas y no un cacho de carne”, reivindica la enfermera del hospital de Txagorritxu, que compara la UCI con un parque de bomberos. “Solemos ir de cero a 100 en un instancia pero últimamente estamos todo el tiempo en 100 y seguimos teniendo el mismo ratio de enfermeros por paciente. La sobrecarga es importante”.

Mientras la situación se va tensando cada vez más, los sanitarios valoran los pequeños gestos de solidaridad entre compañeros: ayudarse a ponerse un equipo de protección, entrar solo un médico a la habitación en vez de dos para intentar reducir la exposición al virus.... Agradecen que los jefes no se anden con rodeos “y expliquen las cosas tal como son”, dice Bas-Cutrina en referencia a la carta en la que el director de los hospitales catalanes admitía a todos los sanitarios la “locura” del mercado especulativo de las mascarillas. Pero de cara al futuro teme que entre los sanitarios, una vez pasada la crisis del virus, se contagie la angustia propia de los procesos de estrés postraumático.

Por eso, ninguno de los profesionales piensa, de momento, más allá del día a día. Mientras ponen el cuerpo al servicio del hospital y del cuidado de otros, el resto queda en un forzoso segundo plano. “Cuando superas lo que vives en el hospital, si puedes piensas en ti. Esta semana me he ido de casa y no volveré a abrazar a mi familia hasta dentro de un mes. Por lo menos”.

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