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La Justicia decide si una montería de jabalíes se convirtió en caza furtiva de lobos en plena zona de protección legal

Ejemplar de lobo ibérico ('Canis lupus signatus').

Raúl Rejón

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Cuatro años después de que un grupo de lobos protegidos por la ley se cruzara ante los rifles de una cacería de jabalíes en Ávila y, al menos, uno de ellos muriera, un juez decidirá si dos de los cazadores fueron responsables. Sin embargo, en lo que supone uno de los primeros juicios por matar ilegalmente ejemplares de lobo en zona protegida, la Fiscalía pidió que se sobreseyera el caso. “Efectivamente se produjo la muerte, pero, en cuanto a la autoría, únicamente contamos con sospechas, pero no con indicios para sostener una acusación”, han justificado.

La montería celebrada el 29 de noviembre de 2015 terminó en matanza de lobos. Eso no se pone en duda. En principio, la Guardia Civil investigó la caza furtiva de dos ejemplares tras el testimonio de los testigos. Pero los cuerpos desaparecieron, los testigos se desdijeron días después y los acusados aseguraron que se disparó a un jabalí.

La vista oral prevista para el 9 de enero juzga a dos personas por un delito contra la fauna por la muerte de un lobo y tenencia de armas sin licencia. “La retirada de la Fiscalía lo pone más cuesta arriba”, admiten desde la acusación particular de Ecologistas en Acción. La Junta de Castilla y León sí ha pedido una condena en forma de multa para los dos encausados.

Los hechos: una montería de 45 puestos en una finca de 800 hectáreas pensada para abatir jabalíes en el municipio de Tornadizos (Ávila). La localización es crucial porque la ley española y europea blinda al lobo ibérico siempre que se trate de manadas al sur del río Duero como la que deambulaba aquel día por el coto de Valdeciervos.

Por la línea de puestos –donde los cazadores aguardan a que pasen los animales conducidos por rehalas de perros adiestrados– corrían entre dos y tres lobos.

La organización de la montería informó a la Guardia Civil de que uno de los participantes (que ocupaba el puesto número 10) le contó que había disparado contra un lobo. Y varios testigos identificaron a este cazador cargando en un vehículo un ejemplar. Al llevarse el cuerpo se evaporan las evidencias y ese animal no ha contado como muerto. No existe para el juicio de esta semana. Además, los testigos pusieron luego sordina a sus testimonios. Ese cazador no ha sido acusado.

Disparos, fotografía y sangre

Al paso de los lobos, se escuchan tres disparos. Los escucharon los participantes en aquella jornada cinegética apostados en las posiciones contiguas a la de los acusados finalmente. Ese mismo día, uno de los perreros contratados para dirigir los jabalíes hacia la zona de disparo se topa con un lobo muerto y le toma una fotografía.

Se trata de un hecho fundamental para que no se pusiera más en duda que ejemplares de la especie protegida habían aparecido por allí. También para buscar pruebas: cuando los agentes inspeccionaron el lugar donde este operario dijo haber visto al animal muerto, hallaron restos del pelaje y sangre que permitieron establecer que se trataba de la especie lobo ibérico. Pero alguien había hecho desaparecer el cuerpo. Esto es importante ya que la Fiscalía ha dicho después que, sin el ejemplar, no puede asegurarse que muriera por disparos.  

Frente a ese punto, en el puesto de caza número 15, la investigación encontró tres vainas de cartuchos del calibre utilizado en las armas manejadas por los cazadores. Desde allí, se había disparado, al menos, tres veces.

El relato de varios participantes completaba toda la escena al describir cómo se recogían los animales, cómo se sostenían en brazos para tomarse fotografías (algo imposible de realizar con jabalíes por su corpulencia) y cómo se arrastraban por la cola. Sin embargo, a la hora de declarar en el juzgado la historia fue modificada.

Los testigos que habían visto, según contaron a la Guardia Civil, cómo se cargaba en un vehículo los animales se echaron para atrás. Uno de ellos había asegurado que uno de los ejemplares “era un lobo” y que luego “cargaban otro lobo”. Días después, ante el juez, acerca del primer animal ya pasaba a declarar que “debía de ser un lobo” y el segundo se había convertido en “un bulto” sin poder concretar el qué. 

Otros participantes de la montería que ante los agentes del SEPRONA admitieron observar cómo se arrastraba y montaba en un vehículo “un animal que pudiera tratarse de un lobo”, según el escrito de la Fiscalía, terminaron por desdecirse en el juzgado al limitarse a no poder “asegurar qué animal era”.

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