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ENTREVISTA

Kevin R. Wittmann, historiador: “Los silencios de los mapas dicen más que el propio mapa”

El historiador Kevin R. Wittmann, experto en mapas medievales, durante la entrevista

Antonio Martínez Ron

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Pensar en un mapa como un trozo de papel con una representación del territorio es una visión bastante limitada. A lo largo de la historia de la humanidad, los mapas han sido el borrador sobre el que escribimos nuestros sueños y nuestros miedos, se han materializado en nuestra mente en forma de canciones y los hemos plasmado en los más diversos materiales, han sido motivo de las peores disputas y guerras y nos han abierto las puertas de la fantasía.  

Esta es la idea que el historiador del arte y especialista en cartografía Kevin Rodríguez Wittmann ha intentado plasmar en su libro La huella de los mapas, un ensayo magníficamente ilustrado y editado por GeoPlaneta en el que nos describe lo que él llama las “geografías de lo humano”, las muchas maneras en que la cartografía ha tenido un papel protagonista en la historia de la civilización. Un trabajo que nos ayuda a comprender que la capacidad para situarnos y representar el espacio que nos rodea compone una pequeña autobiografía de nuestra especie, con revelaciones que no aparecen bajo el foco habitual de la historia. Charlamos con él en Madrid, donde acude para la presentación de su nuevo libro.  

Hace 200 años Robert Louis Stevenson encontraba difícil de creer que a alguien no le interesaran los mapas. ¿Esa sensación sigue vigente?

Claro que sí. Al final, lo sepamos o no, siempre nos fascinan los mapas. Aparentemente es solo una representación del espacio, pero una vez que te sumerges y ves todo lo que te está esperando en un mapa, cambia tu idea y tu concepto de lo cartográfico. 

¿Recuerda cuál fue el primer mapa que le fascinó?

Recuerdo con especial ilusión el mapa que aparece en las películas de Indiana Jones, aquel plano en el que el avión avanzaba. Lo veía y flipaba, porque me trasladaba esa idea de poder viajar por el mundo desde tu sillón y poder ver un país al que sabías que seguramente nunca irías. Es una forma de soñar con el espacio.

En mi generación, cuando éramos pequeños teníamos muchos mapas físicos a mano. Con el GPS, ¿esa relación ha cambiado?

Ha cambiado muchísimo, sí, pero creo que nunca hemos tenido una relación tan estrecha con los mapas a diario. Yo mismo llevo todo el día utilizando el Google Maps, por ejemplo. Pero ha cambiado la relación con los mapas, es mucho más íntima, mucho más cercana. Una consecuencia es que cuando vamos a una ciudad que no es la nuestra, cada vez es más raro preguntar a alguien cómo se va a un sitio, porque directamente vas al móvil. Ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con el espacio, lo del mapa físico se ha perdido. 

¿Y esto ha cambiado nuestra forma de ver el mundo?

No sabría decir si las nuevas generaciones que se han criado alejadas de esos mapas de papel tienen otra visión de la realidad, pero es posible. En Canarias se cuenta, casi como un chiste, el caso de personas mayores que nunca habían salido de las islas y pensaban que había una especie de muro alrededor del archipiélago, porque es lo que veía en el Telediario, el cuadradito en el mapa del tiempo (risas).

Aunque etimológicamente la palabra “mapa” viene de ‘pañuelo’ o ‘servilleta’, en realidad no necesita sustrato físico, ¿verdad?

Exacto. Los mapas pueden ser incluso cantados. Lo más básico, que es una superficie, ni siquiera es una condición para que un mapa sea considerado como tal. Los mapas mentales tienen una enorme importancia en nuestras vidas. 

Los mapas mentales tienen una enorme importancia en nuestras vidas

¿Es la capacidad de imaginar el espacio un “universal cultural”?

Está en nuestra biología esa tendencia a representar el espacio, a lo que se suman una serie de símbolos y de códigos que hay que aprender. Es objeto de debate entre los científicos, pero si empezamos a buscar en sociedades y culturas del pasado, vemos que incluso aquellas que no tienen escritura parecen cartografiar el espacio de maneras muy diferentes.

¿Hay acuerdo sobre cuál es el primer mapa de la historia?

El primer objeto en el que hay acuerdo unánime es el famoso mapamundi babilónico, de alrededor del siglo VI a. C., que está en el Museo Británico. Pero cuando hablamos de mapas en la prehistoria, tiene mucho de interpretativo y en muchos casos nunca lo sabremos. Es lo que pasa con el mapa de Abauntz, ¿representa el entorno circundante de la cueva? Es difícil de saber, después de 13.000 años, aunque parece que los elementos básicos siguen siendo reconocible. 

Lo que hacían los polinesios con los palitos, ¿era como un primer GPS?

Podríamos decirlo así. Era una representación de los archipiélagos y corrientes marinas mediante una estructura hecha con ramitas que se unían formando una red en la que se colocaban diferentes piedras de forma estratégica. Y estos palos, dependiendo de la forma que tenían, representaban las corrientes del océano. Porque al navegar estás en medio de la nada y no tienes ninguna referencia visual, y necesitas saber cómo volver y cómo leer las olas. Y ellos sabían hacerlo, aunque ese conocimiento de las cartas náuticas polinesias se está olvidando, junto con todo lo que nos decía sobre la relación de esas culturas sobre el océano. 

¿Cómo se cartografía un territorio con canciones?

En el caso de los aborígenes australianos, cada clan o cada sociedad canta lo que tiene alrededor, lo describe de alguna manera, y ese canto va viajando por toda Australia. Y si unimos todas esas canciones, podemos crear el mapa del territorio. Aunque es una información muy reservada a su propia comunidad, sabemos que describen los árboles, la montaña, los riachuelos, el desierto… Y con eso van viajando de un lado a otro. 

Dice usted que un mapa es una invitación a soñar, y también sugiere que lo que ponemos en un mapa se convierte en más real.

Claro. Esto pasa mucho en la literatura. Cuando pensamos en la Tierra Media de Tolkien, lo primero que viene a nuestra cabeza es el mapa. Ocurre en otros muchos libros. Resulta complicado entender obras tan complejas de fantasía del siglo XX sin tener un referente cartográfico. Tolkien decía que tenía muy claro que su historia debía partir de un mapa.

Cuando pensamos en la Tierra Media de Tolkien lo primero que viene a nuestra cabeza es el mapa

¿Hubo un momento en que el océano cambió de estatus en los mapas?

La idea de un océano que rodea el mundo es muy compartida por muchas culturas. Durante milenios el océano era algo último, no había nada más allá. Cuando ya en el siglo XV con las navegaciones portuguesa y después de la llegada a América en 1492, el océano, que siempre había sido limítrofe, pasa a ser central es el escenario de todas estas carreras geopolíticas. Controlarlo era como administrar el acceso a un “nuevo mundo”. Esto es muy evidente en el famoso mapa de Juan de la Cosa, en el que el topónimo más grande que aparece es el océano, que hasta entonces había sido secundario desde el punto de vista geográfico. 

¿Y siempre se colocaron los monstruos más allá de la línea del horizonte conocido?

Eso siempre ha pasado. Incluso hay un término en griego que lo describe, Exokeanismós, que es algo así como el traslado los elementos míticos y maravillosos a los extremos de la tierra conforme esa tierra se va conociendo.

O sea, que procuramos que los monstruos vayan quedando siempre lo suficientemente lejos.

Exacto. Lo curioso es el hecho de que nunca se niega que determinadas criaturas míticas o razas monstruosa existan, sino que se trasladan. Cuando Plinio decía que estaban en el norte de África y llegan allí y no encuentran gente sin cabeza y con la cara en el torso, dicen ‘bueno, entonces deben estar un poco más allá’. De hecho, a principios del siglo XVI esas criaturas se representan en América, porque era lo nuevo, lo desconocido. Los mapas al final no son otra cosa que la traducción de nuestra propia mentalidad y nuestros miedos. De hecho, siempre he argumentado que el océano en la Edad Media es algo así como el espacio exterior del siglo XX. Los monstruos de entonces son las criaturas extraterrestres verdes con antenas de ahora.

Los mapas son la traducción de nuestra propia mentalidad y nuestros miedos

El erudito árabe Roger II encargó El libro del deleite del ansioso por traspasar los horizontes, ¿hay mejor forma de definir lo que impulsó la exploración?

Este título refleja la idea de que hay algo que queda más allá. La superación de los límites es un motor fundamental de la historia humana. Hay una crónica de los portugueses de cómo llegan a Guinea en el siglo XV en la que se cuenta los problemas que tuvo el Infante Enrique para intentar traspasar el cabo Bojador. Y dicen que no se atreven porque “cómo vamos a superar los límites que pusieron nuestros padres”. 

Entonces, ¿un mapa es también una barrera mental?

Es una forma de ponernos en relación con nuestra idea de la realidad. Y muchas veces los silencios de los mapas dicen más que el propio mapa. 

También se cartografía lugares que no existen, ¿verdad?

Sí, en muchas ocasiones como una estrategia de defensa de los derechos de autor. Un determinado cartógrafo hace un mapa y, para evitar plagios o como una marca de agua, pone una calle, una ciudad o una isla, que no existen, pero sirven para demostrar que el mapa es suyo. Nunca sabremos del todo si un mapa representa la realidad, aunque por definición nunca lo hace.

En el libro explica que los mapas también pueden ser un instrumento político, ¿hacer un mapa de algo es tomar posesión simbólica de ese territorio?

Claro, sin los mapas no habría habido colonialismo tal y como lo conocemos. De hecho, el reparto de África, en la Conferencia de Berlín de 1887, se hizo sobre los mapas, con escuadra y cartabón. Si te fijas en un mapa político de África, verás fronteras muy rectas y muy artificiales, y ese fue el origen de todos los problemas, porque cortaron de raíz contextos geográficos y lugares que estaban unidos culturalmente. Como ocurrió en la India, con la creación del estado de Pakistán. 

Hábleme de aquel valioso mapa que alguien encontró cubriendo las ventanas de una tienda de salchichas.  

Se trata del famoso planisferio de Cantino, que se realizó en el contexto de la carrera entre las coronas de España y Portugal por los espacios transoceánicos. Fue realizado en 1502 por un cartógrafo desconocido y vendido a un espía de la corte de Ferrara que estaba en Portugal, que logró salir del país con el mapa escondido. Era el documento cartográfico más actualizado del momento. En él aparecían las costas del Brasil y fue uno de los orgullos del Duque, que lo tenía en su biblioteca personal. Pasó el tiempo, y el mapa desapareció en el siglo XIX durante la unificación italiana. Mucho después, el director de la biblioteca de Módena se lo encontró tapando la ventana de una salchichería. Y el tendero lo había recortado por la parte superior, porque no le cabía en el hueco. 

En periodismo decimos que nuestro trabajo sirve para envolver el pescado, ¿los mapas también tienen una vida efímera una vez fuera de su contexto?

Así es, y hay muchas historias de ese tipo. Recuerdo la de un mapa que llega a la Biblioteca Nacional de Escocia, totalmente destrozado, porque lleva como 150 años tapando el tiro de una chimenea. Al encontrarlo, los servicios de recuperación se dieron cuenta de que era un mapa del siglo XVIII.  

Poner los mapas del revés y poner el sur arriba, ¿sigue siendo un acto de rebelión contra las convenciones?

Sí, para empezar porque no hay ningún motivo objetivo que diga que los mapas deben representarse con el norte arriba. De hecho, en los colegios australianos se representan a Australia y Nueva Zelanda en la parte superior. Y hubo una propuesta para hacer lo mismo en Argentina y Chile, como hicieron algunos artistas en el siglo XX, invitando a repensar nuestra manera de entender el mundo.

¿Se pueden hacer mapas más justos?

De hecho se hacen, hay movimientos de justicia social que se basan en una representación cartográfica justa. Se hace en algunas comunidades del Amazonas, por ejemplo, que hacen una cartografía colaborativa y ellos mismos representan su propio espacio y con una idea del mundo. En Nueva Guinea, los nativos no entendían los mapas occidentales, llenos de líneas rectas que en la naturaleza no existen. Y empezaron a rehacerlos, a representar los vuelos de los pájaros, los lugares míticos de su pasado, sus héroes…

¿Y se puede dibujar un mapa hacia la libertad en las trenzas de una niña?

Los mapas en las trenzas son una forma de afirmar una identidad y una búsqueda de libertad. Es el caso de San Basilio de Palenque, cerca de Cartagena de Indias, en Colombia, considerado el primer pueblo libre de América, porque fue fundado por esclavos cimarrones a finales del siglo XVII. El origen está en que las mujeres se reunían al caer la tarde en los patios de la hacienda a hacerles trenzas a las niñas. Y esas trenzas tenían una formas muy específicas que representaban los caminos, las montañas, y ese código lo tenían aprendido los esclavos que lo memorizaban y ya sabían qué tenían que hacer para escapar.

¿También son mapas los tatuajes faciales de los maoríes?

Representan una concepción cartográfica de su historia familiar, como un árbol genealógico. Esto llamó mucho la atención de los exploradores al llegar en el siglo XVIII, cuando ven que esos tatuajes representan una historia familiar única de cada uno de ellos. Y son muchas las culturas que marcan su cuerpo con este tipo de información. Ocurre también en sociedades tribales africanas, como los Tabwa, que se hacen incisiones en el cuerpo que representan los viajes de sus ancestros. 

¿O sea que, durante buena parte de la historia de la humanidad, el mapa lo hemos llevado encima?

Así es. Porque, al fin y al cabo, somos mapas. Estamos hechos de mapas.

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