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ENTREVISTA | Natalia Sanmartín Polo

“A mis padres los mataron por maestros y por rojos”

Natalia Sanmartín Polo en una visita a Madrid. / Foto cedida

Sofía Pérez Mendoza

En los expedientes de funcionarios de Arturo Sanmartín y Sofía Polo pone que murieron “a causa de los acontecimientos de la guerra civil”. Los papeles, hoy en el archivo de Alcalá de Henares (Madrid), no recogen que a Arturo, inspector de enseñanza primaria en Palencia, lo pasearon por la calle mayor de la ciudad para vejarlo antes de asesinarlo. Ni que estuvo escondido en un desván. Ni que se desplomó cuando le contaron que a Sofía, también maestra, la engañaron, la sacaron de casa y la mataron en una carretera.

Los dos estaban vinculados al Partido Socialista y sobre su muerte, a los 39 y 35 años, hay una única certeza: “Que fueron asesinados por maestros y por rojos”, afirma con rotundidad la pequeña de sus hijas, Natalia Sanmartín Polo. Sus cuerpos –lo que quede de ellos– están en algún lugar indeterminado de Palencia, junto al de otras decenas de profesionales de la enseñanza represaliados por el régimen franquista al comienzo de la contienda.

Los partes de defunción de Arturo y Sofía nunca aparecieron. Por los recortes de periódico que sus hijos han recopilado conocen que fueron asesinados entre julio y agosto de 1936. 

Depuración desde el verano de 1936

Depurar a la profesión docente se antojó desde el principio una prioridad para los sublevados. Todos los maestros y maestras de las zonas ya en manos de los franquistas tuvieron que solicitar su depuración para poder continuar con el ejercicio de la docencia. Los censos elaborados por historiadores que han estudiado la represión en las escuelas arrojan que al menos una cuarta parte de los docentes –había un total 50.527 en el escalafón de 1935, según la última estadística oficial del Ministerio de Instrucción Pública– fue castigado de uno u otro modo: separándolos definitivamente de la enseñanza, con traslados forzosos, con inhabilitaciones para ejercer cargos directivos, jubilaciones a la fuerza, expedientes disciplinarios... El franquismo separó del servicio para siempre a uno de cada diez expedientados.

El régimen pretendía llevar a cabo el proceso de depuración en un periodo de tres meses y así lo estableció en su normativa cuando creó las comisiones para tal fin. Pero el grueso de la injerencia en las aulas no se completó hasta 1942, aunque hasta bien entrados los cincuenta se continuaron abriendo nuevos expedientes en un goteo constante. Los señalamientos a docentes se basaban en los testimonios de las “fuerzas vivas” de los pueblos: lo que decía el cura o la Guardia Civil.

“Envenenaba las mentes juveniles”

Sobre Sofía Polo se dijo que “era una marxista, una mala persona que envenenaba las mentes juveniles”. Ya muerta, en 1937 la Comisión Depuradora del Magisterio de Palencia le abrió un expediente en el que se afirmaba que “se dedicó a la política de izquierdas, no cumplió con sus deberes religiosos y observó una mala conducta”. El BOE de enero de 1940 recogió la separación definitiva del servicio de la maestra. Ese mismo año, llamaron a juicio a Arturo Sanmartín por responsabilidades políticas. Le pusieron una multa de 50.000 pesetas que intentaron cobrarse, una vez asesinado el inspector, en bienes familiares.

El 18 de julio de 1936 cogió a los hermanos Sanmartín Polo en San Sebastián de vacaciones con una tía. “Mi padre estaba presidiendo uno de los tribunales de las oposiciones en Palencia y mi madre se quedó con él, por eso ellos no se vinieron”, explica Natalia, que ahora tiene 85 años y es capaz de ofrecer un relato detallado repleto de fechas, nombres propios y lugares que marcaron su infancia y su adolescencia. Toda su vida, en realidad, porque lleva “siembre el sambenito de ser hija de unos rojos”.

El periplo llevó a ella y a sus hermanos por distintas ciudades de Aragón, Cataluña y varias zonas de Francia. “No sé cómo sobrevivimos. Recuerdo el bombardeo de Tolosa, cómo nos metimos en el metro para refugiarnos. Recuerdo meternos un palito del médico en la boca y apretarlo fuerte cuando caían las bombas para que no nos estallaran los tímpanos”.

Marcada como hija de rojos

Bien entrada la década de los ochenta, apareció entre los papeles de la carpeta de Natalia como funcionaria en la administración –ha sido toda su vida maestra, como sus padres– un informe de la Guardia Civil fechado de los años cincuenta. “A pesar de los antecedentes de los padres, observa una conducta moral sin tachas”, pudo leer antes de que un funcionario hiciera mil pedazos el folio. “Me dijo que no sabía por qué eso estaba aún ahí”, cuenta.

Tiene pocos recuerdos, muy bien atesorados, de Sofía y de Arturo. Todos los que se pueden tener con cinco años. De él poniéndose las zapatillas y jugando a gatas con ella y sus hermanos; de su madre, enseñándole todo lo que aprendió hasta los cinco años en casa porque era una “niña delicada de salud”. Lo demás es construido a base de párrafos de prensa, del boca a boca y de la honestidad con la que su familia les contó el relato de lo que pasó. “He tenido la suerte de vivir con personas que nunca nos ocultaron que aquello fue un crimen”, asume. Los detalles de la crueldad de sus muertes los conoció a los 18, “muy arropada emocionalmente por el entorno”.

“Eres niña, pero no tonta. Una chica que había estado con mis padres antes de que fueran asesinados y que venía huyendo recaló en nuestra casa en Calaceite en el 37. Hasta entonces mis tías no supieron a ciencia cierta que estaban muertos. De repente se vistieron todas de negro y lloraban. Yo seguía preguntando que cuándo iba a volver mi mamá y nadie me respondía. Ya sabes, lo sabes aunque no te lo digan. Lo hablábamos con mis hermanos, sabíamos que ya no iban a venir”, recuerda Natalia.

Asesinar y represaliar a tantas maestras y maestros como Sofía y Arturo dejó las escuelas franquistas sin docentes. Tanto, que el régimen se vio obligado a revisar los expedientes de depuración en un proceso paralelo que duró hasta finales de los años sesenta. En el 59% de los casos, se suavizaron las sanciones. Ese vacío de plazas fue ocupado por excombatientes, excautivos y exoficiales del ejército –y sus familiares–. Primero como interinos y después como funcionarios tras pasar unas oposiciones diseñadas ad hoc para ellos.

“Olvidar es matar dos veces”

“Toda mi vida he querido parecerme a mis padres, seguir sus pasos. Difundir, como hicieron ellos, la enseñanza libre para todos y todas, gratuita, laica, sin distinción de clases”, relata Natalia. Con 85 años asegura que no se ha bajado de esos principios en toda su vida laboral. “Cuando empecé en la enseñanza de adultos en los años 80, mi clase tenía un crucifijo y dos retratos: uno de Francisco Franco y otro de Primo de Rivera”. Los quitó el primer día, recuerda, igual que su padre se peleó con el profesor de religión de su escuela para retirar los que había en los años treinta.

“La ausencia de mis padres la sentiré siempre. Te duele. Me duele cuando hablan de olvidar. Recuerdo perfectamente lo que decía un amigo dentista de mi familia cuyo entorno había sido represaliado por dar atención médica en las minas de Teruel. Hija mía, me decía, perdonar quizá, pero olvidar, nunca. Porque olvidar –parafrasea ella muy convencida– es como matarlos dos veces”.

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