Secuencian el primer genoma completo de un habitante del Antiguo Egipto, un 'alfarero' con raíces en Mesopotamia

Las modernas herramientas de paleogenética han permitido acceder a un secreto del Antiguo Egipto más inaccesible incluso que el interior de sus pirámides: la información genética de sus habitantes. Un equipo de investigadores del Instituto Francis Crick y la Universidad John Moores de Liverpool (LJMU) ha conseguido extraer suficiente ADN de un individuo que vivió hace entre 4.500 y 4.800 años, en el tiempo de las primeras pirámides, como para reconstruir el primer genoma completo de una persona que vivió en este periodo histórico, conocido como Imperio Antiguo.

El hallazgo, liderado por Adeline Morez Jacobs, es todo un logro, si tenemos en cuenta que las condiciones de sequedad y temperatura de la región habían impedido hasta ahora la recuperación de suficiente ADN, también de sus momias. Hace ahora cuarenta años, el ganador del Premio Nobel Svante Pääbo intentó extraer ADN antiguo de individuos del antiguo Egipto, pero ni las muestras ni la tecnología permitieron obtener resultados.

Conexión con Mesopotamia

Los autores del trabajo, que se publica este miércoles en la revista Nature, extrajeron el material genético del diente de un hombre enterrado en Nuwayrat, un pueblo a 265 kilómetros al sur de El Cairo. El cuerpo no estaba momificado, sino enterrado en una vasija de cerámica sellada, lo que ha facilitado su conservación y sugiere un estatus social elevado.

De los siete extractos de ADN tomados, dos estaban lo suficientemente bien conservados como para ser secuenciados y luego analizados contra una biblioteca de 3.233 individuos actuales y 805 antiguos. A través del modelado genético, los autores asociaron la mayor parte del genoma de Nuwayrat a la ascendencia neolítica del norte de África. Y descubrieron algo más interesante: alrededor del 20% del genoma está vinculado al Creciente Fértil oriental, lo que se suma a la evidencia arqueológica actual de comercio e influencia entre Egipto y la antigua Mesopotamia.

Nuestra hipótesis es que el entierro en vasija, en combinación con la tumba excavada en la roca, proporcionó un entorno estable

Según los autores, este hallazgo constituye evidencia genética de que las personas se trasladaron a Egipto y se mezclaron con las poblaciones locales en esa época, algo que anteriormente solo era visible en artefactos arqueológicos. Sin embargo, los investigadores advierten que se necesitarían muchas más secuencias genómicas individuales para comprender plenamente la variación ancestral en Egipto en aquella época y los datos de ADN apuntan a una presencia muy antigua de estos fragmentos genéticos, que se remontan al Neolítico, unos 5.000 años antes.

Protegido por la vasija

“Este es el genoma más completo que tenemos del antiguo Egipto, así como el genoma más antiguo”, explica Morez Jacobs en un encuentro de los investigadores con periodistas. “Este individuo vivió en el Imperio Antiguo, cuando se construyeron las primeras pirámides de Egipto, concretamente la pirámide escalonada de Saqqara, y el complejo de pirámides de Giza, que comenzó alrededor de la Cuarta Dinastía”.

El cuerpo estaba en una gran vasija de cerámica dentro de una tumba de roca, y se trasladó hasta Inglaterra hace un siglo, entre los muchos restos y obras de arte expoliados por el Imperio Británico. El hecho de no haber sido momificado y de estar aislado contribuyó a que el material no se degradara, como en otros casos. “Nuestra hipótesis es que el entierro en vasija, en combinación con la tumba excavada en la roca, proporcionó un entorno estable”, explica Linus Girdland Flink, profesor de Biomoléculas Antiguas en la Universidad de Aberdeen y coautor del trabajo. “Tomamos muestras muy pequeñas de las puntas de las raíces de los dientes”, detalla. “En esta zona se encuentra un tejido dental llamado cemento, que fija los dientes a la mandíbula y es muy bueno para la preservación del ADN”.

¿Un alfarero rico?

Algunos de los datos más interesantes los obtuvo Joel Irish, antropólogo de la Universidad John Moores de Liverpool y coautor. Las marcas de artritis en los huesos indican que tenía unos 60 años en el momento de su muerte, una edad muy avanzada para la época y también que se dedicó a una actividad con un desgaste físico muy duro.

No se espera que un alfarero de clase alta reciba un entierro de este tipo. Quizás era excepcionalmente hábil o tuvo éxito en ascender socialmente

“De las marcas en las vértebras y la osteoartritis en la espalda se puede determinar que miraba hacia abajo con frecuencia y se inclinaba mucho hacia adelante”, resume Irish. “Tenía marcas musculares en los brazos y hombros, que indicaban que mantenía los brazos extendidos hacia adelante durante largos periodos y los isquiones estaban muy inflamados, lo que indica que permaneció sentado durante largos periodos sobre una superficie muy dura”.

Esto, sumado a las marcas musculares y ligamentos en sus piernas que mostraban que alternaba entre sentarse con las piernas estiradas y erguido, le llevan a pensar que se trataba de un alfarero, aunque con una posición desahogada al final de su vida, por el tipo de enterramiento. “No se espera que un alfarero de clase alta reciba un entierro de este tipo. Quizás era excepcionalmente hábil o tuvo éxito en ascender socialmente”, señala.

Conexiones entre culturas

Para Morez Jacobs, lo más interesante es la conexión genética con la población de Mesopotamia, ya que sabemos, gracias a la arqueología, que las culturas egipcia y del Creciente Fértil oriental se influyeron mutuamente durante milenios. “Comenzó hace al menos 10.000 años, cuando se domesticaron animales y se cultivaron, pero también se producían bienes que se compartían entre ambas regiones”, apunta. “Posteriormente, el primer sistema de escritura surgió casi simultáneamente en ambas regiones, probablemente influenciado mutuamente. Estos hallazgos muestran que esta red de ideas, una red compleja de personas que se movían y se mezclaban con la población local”.

“Existían bastantes conexiones culturales con Mesopotamia basadas en compartir motivos artísticos”, señala Irish. “Por ejemplo, había figuras heroicas en ambas culturas, sellos cilíndricos, cierta coincidencia en las características arquitectónicas, y ambas importaron betún y lapislázuli. Estuvieron en constante intercambio durante largos períodos y, como curiosidad, el torno de alfarero se inventó en Mesopotamia y apareció por primera vez durante la Cuarta Dinastía del Imperio Antiguo en Egipto”.

Una puerta abierta

El genetista Carles Lalueza-Fox, especialista en ADN antiguo y director del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, valora el hallazgo, pero recuerda que se trata solo de un genoma. “Es difícil saber como extrapolarlo al resto de la población”, explica a elDiario.es. “Aunque desde de un punto de vista técnico es realmente fantástico. Es difícil imaginar condiciones climáticas peores que las de Egipto para la conservacion del ADN”.

Estos hallazgos muestran que esta red de ideas, una red compleja de personas que se movían y se mezclaban con la población local

Lo que más llama la atención del especialista es el componente de ancestralidad del Oriente Medio, porque se ha llegado a pensar que el Antiguo Egipto era una civilización muy aislada. Si se pueden seguir usando estas herramientas de paleogenética en nuevas muestras, opina, se abriría una nueva puerta para conocer mejor este periodo. “Sería muy útil explorar la ancestralidad de las clases populares y los posibles cambios genéticos asociados a cada dinastía”, comenta. “Y cuestiones de sesgos sociales desde la genética, como comparar ADN de faraones con el de la gente enterrada de clase más humilde”.

Barbara Böck, investigadora del ILC-CSIC experta en Mesopotamia, cree que el resultado genético es altamente interesante. “Si bien son conocidos los contactos indirectos a través de hallazgos de objetos mesopotámicos como hachas, dagas, vasijas, etc. en yacimientos egipcios, no tenemos información sobre las relaciones directas entre las dos civilizaciones durante el Periodo Dinástico Arcaico”, explica a elDiario.es. “El análisis del artículo indica que sí hubo movimientos de individuos más allá de simples actividades comerciales en busca de materias y objetos exóticos y que el contacto con las civilizaciones del Creciente Fértil no se limitó a la región siro-palestina”.

“Este hallazgo refuerza la idea, cada vez más respaldada por la paleogenómica, de que muchos intercambios culturales de la antigüedad (en África y en el resto del mundo) fueron acompañados, y probablemente mediados, por flujos genéticos”, añade Antonio Salas, genetista de la Universidad de Santiago (USC). “Si bien es imprescindible mantener una cautela interpretativa, el resultado sugiere que tales interacciones deben enmarcarse dentro de una dinámica poblacional de cierta duración y profundidad temporal, posiblemente extendida a varias generaciones anteriores a la datación del individuo. En este sentido, incluso un solo genoma puede ofrecer información valiosa, en tanto que su configuración genómica refleja condicionantes demográficos subyacentes.”

El análisis del artículo indica que sí hubo movimientos de individuos más allá de simples actividades comerciales en busca de materias y objetos exóticos

El arqueólogo del CSIC José Manuel Galán, líder del del proyecto español Djehuty, cree que hay que ser muy prudentes al interpretar el resultado de un solo individuo y también al asignarle la profesión de alfarero, porque no hay suficientes datos. Respecto a la conexión con Mesopotamia, cree que se abre un campo muy interesante. “Estamos comprobando que los contactos eran mucho más frecuentes de lo que pensábamos, mucho más intensos, a pesar de las dificultades de movimiento, pues recorrían distancias que nos parecen imposibles hoy en día”, asegura.

Para Galán, todo esto es especialmente relevante para entender el origen de la escritura, porque aparece más o menos al mismo tiempo en los dos lugares , y no parece coincidencia. “Si a eso le sumas que de repente hay cilindros sellos en Egipto y otra serie de elementos de iconografía que tampoco son propios del Valle del Nilo, pues a lo mejor es que hubo muchos más contactos de lo que creemos, y este estudio, físico-antropológico, viene a apoyar esa línea”, concluye.