Descubren en Noruega unos esquís de hace 1.300 años en perfecto estado por el deshielo

Los investigadores hallaron un esquí de madera

Ada Sanuy

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Un segundo esquí prehistórico ha salido a la luz en el glaciar de Digervarden, en las montañas de Noruega, apenas cinco metros más allá de donde apareció el primero hace siete años. La coincidencia no es menor: las pruebas de carbono indican que ambos tienen alrededor de 1.300 años de antigüedad y probablemente formaban un par, lo que los convierte en los esquís antiguos mejor conservados del mundo. El hallazgo se ha producido gracias al retroceso del hielo en una zona donde hasta hace poco era imposible excavar.

El descubrimiento es parte del programa Secrets of the Ice, una iniciativa liderada por el Consejo del Condado de Innlandet y el Museo de Historia Cultural de Oslo. Su codirector, el arqueólogo Lars Holger Pilo, subraya la importancia del hallazgo: “Es un descubrimiento excepcional. No solo demuestra que se usaban los altos parajes en invierno, sino que gracias a su estado casi intacto, podemos reproducir los esquís y experimentar cómo era esquiar en la Edad del Hierro”.

Los objetos no son idénticos: uno está hecho de abedul y otro de pino. Pero su cercanía física y coincidencia cronológica apuntan a que fueron utilizados juntos, incluso si no fueron diseñados como un par original. Ambos conservan sus fijaciones, algo muy poco común. Para los arqueólogos, esto confirma el enorme valor de los objetos de madera en entornos extremos, donde cualquier material era aprovechado al máximo.

La arqueología que excava el deshielo

La mayoría de hallazgos recientes en zonas glaciares no se producen con palas, sino gracias al derretimiento. En muchos casos, es el propio retroceso del hielo el que libera objetos congelados durante siglos, y en algunos casos milenios. Sin embargo, no todos los glaciares son igual de propicios para ello: las zonas de hielo no móviles (conocidas como ice patches) son mucho más seguras para la preservación. Allí es donde el equipo de Pilo, con ayuda de imágenes por satélite y testimonios locales, centra sus búsquedas.

La localización del esquí no fue casual. Desde 2006, cuando una ola de deshielo dejó al descubierto cientos de objetos en esa misma región, se han multiplicado los esfuerzos para cartografiar y vigilar los puntos más prometedores. Los hallazgos van desde herramientas de caza hasta restos textiles, pasando por utensilios cotidianos. “El deshielo ha hecho el trabajo de excavación por nosotros”, admite Pilo en declaraciones recogidas en el artículo publicado en The Earth Institute - Columbia University. Pero no sin riesgos: en el caso de este esquí, fue necesario intervenir con piqueta para evitar su deterioro.

Cuando la arqueología revela cómo se sobrevivía al clima

Uno de los aspectos más reveladores del hallazgo no es el objeto en sí, sino lo que dice sobre la vida humana en entornos casi imposibles. Las montañas donde apareció este par de esquís están por encima del límite arbóreo. Que alguien estuviera allí en invierno indica no solo que se transitaban esos lugares, sino que se conocían y aprovechaban. Pilo lo resume así: “Esto cambia lo que creíamos saber sobre hasta dónde llegaban las actividades humanas en esa época”.

El uso de esos esquís no se limitaba al desplazamiento. Durante la llamada “Pequeña Edad de Hielo Tardía” (535–660 d. C.), las condiciones climáticas empeoraron considerablemente en Europa, con un descenso de las temperaturas que afectó a la agricultura de montaña. Como respuesta, según los investigadores, las comunidades intensificaron la caza de renos sobre el hielo. El número creciente de flechas encontradas en la zona refuerza esta hipótesis. Adaptarse no era una opción, era cuestión de sobrevivir.

La historia climática escrita en la madera

Los esquís hallados no solo sirven para entender cómo se vivía en condiciones extremas. También ayudan a reconstruir cómo eran esos climas. La paleoclimatóloga Nicole Davi, del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty, recuerda que registros como los anillos de los árboles aportan un contexto clave: “Los registros dendrocronológicos permiten ampliar la mirada mucho más allá de los datos meteorológicos modernos. Así comprendemos mejor los ciclos climáticos y cómo responden las sociedades humanas”.

Las evidencias materiales —como esquís, flechas, ropa— no bastan por sí solas. Pero combinadas con datos paleoclimáticos, como los de los árboles, se convierten en testimonios poderosos de la adaptación humana a entornos cambiantes. Davi añade: “Esta historia climática puede ayudarnos a entender fenómenos como las migraciones o incluso los colapsos sociales”. La conexión entre arqueología y clima es compleja, pero cada hallazgo contribuye a iluminar parte del panorama.

Un campo de investigación aún joven

Pilo reconoce que la relación entre los objetos arqueológicos y la historia climática es todavía difícil de interpretar. “La arqueología glaciar es una disciplina reciente, aún estamos aprendiendo cómo conectar estos hallazgos con el clima del pasado”, explica. No obstante, el potencial es enorme: lo que hoy aparece entre el hielo no solo habla del pasado, sino también del presente y el futuro. “Cada hallazgo nos dice algo sobre cómo resistimos el cambio”, resume.

A medida que el deshielo continúa, la cantidad de material expuesto crecerá. Pero el tiempo juega en contra: si no se recuperan rápido, muchos de estos objetos se degradan en cuestión de días. Por eso, los equipos de arqueólogos glaciares trabajan contrarreloj. Entre el colapso climático y el deterioro, la ventana para rescatar estas historias humanas es tan estrecha como frágil.

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