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Comprar un zoo como proyecto familiar y acabar con la vida de varios animales: la historia de los Tweedy

Dean y Tracy Tweedy junto a tres de sus hijos.

Simon Usborne

Todo empezó con un anuncio inmobiliario: en venta un bungalow de dos habitaciones en el oeste de Gales, con vistas al mar y posibilidad de ampliación. Cerca de la “bella ciudad costera de Borth”. Las escuelas y los medios de transporte de la zona eran, como siempre, “excelentes”. Precio: 650.000 libras esterlinas (727.000 euros).

Dean Tweedy todavía se acuerda del trayecto que recorrió con su esposa Tracy desde su hogar en Kent para ver el inmueble.

Era un día soleado y antes de llegar a la casa, la pareja, que buscaba un proyecto que les permitiera empezar de cero, ya se había enamorado del paisaje que vio al recorrer la carretera del litoral, bordeando la colina de la cercana Aberystwyth. “Constatamos que había mucho trabajo por hacer, pero ya habíamos comprado propiedades muy deterioradas con anterioridad”, explica Dean un año después desde que él y su familia se mudaron a Gales. “Estábamos preparados para esa parte. No estábamos preparados para lidiar con la fuga del lince”.

La familia compró algo más que una modesta casa junto al mar; también adquirió un zoológico. El Borth Animalarium, ahora Borth Wild Animal Kingdom (Reino de los animales salvajes de Borth), se inauguró a finales de la década de los ochenta y alberga unos 300 animales, como leones que pisan cabezas de cerdos como si fueran manzanas y una pitón birmana de seis metros llamada Bernie.

Muchos años antes, la pareja ya había alimentado la fantasía de tener un zoológico, pero siempre pensó que ese proyecto estaba fuera de su alcance.

Se conformaban con comprar una casa con un granero que les permitiera albergar su modesta colección de mamíferos y reptiles. Ahora su fantasía tenía un precio que se podían permitir. Borth era una oportunidad de negocio, pero también el proyecto soñado. Tracy, que tenía formación como psicoterapeuta, podría ofrecer tratamientos con animales, y sus hijos se lo pasarían en grande. “Iba a ser relajante”, indica Tracy. “Un santuario para los animales y para las personas. Sería, como indica el anuncio, un pequeño zoo con un gran corazón”, añade.

Sin embargo, la fuga del lince en octubre, que cubrieron los medios de comunicación nacionales, fue el desencadenante de una serie de desastres. Lo que tenía que ser un sueño para esta familia se ha convertido en una pesadilla quince meses después de la mudanza: unas deudas que van en aumento, una guerra familiar, varias muertes de animales y acusaciones de incompetencia y negligencia. “Es demasiado para alguien que solo quería comprar un pequeño zoo en una tranquila localidad costera”, lamenta Tracy.

Dean, de 49 años, pintor muralista de profesión, sostiene una taza de té mientras observa cómo dos cachorros de lince euroasiático, que tienen el tamaño de un perro grande, juegan cerca de su madre. Habla en voz baja y lleva una boina y unos vaqueros con manchas de pintura.

Falta una hora para que abra el zoológico y todo está tranquilo, salvo por los gritos de los titíes. El lince más adulto, con sus manchas y sus orejas puntiagudas, llegó poco antes de que la familia se mudara e, inesperadamente, dio a luz a los pocos días.

El recinto de los linces solía tener más vegetación, y Dean cree que Lillith, la cachorro de lince que se escapó a finales de octubre, probablemente se encaramó a una rama y consiguió saltar la valla. Al principio, él y los seis guardianes que siguieron trabajando en el zoológico tras la adquisición, pensaron que el animal estaba escondido en algún lugar del recinto. Sin embargo, pronto asumieron que se había escapado. “¿Qué hacemos ahora?”, pensaron entonces. “¿Cómo capturas un lince?”.

La noticia de que un animal de categoría uno (el nivel más peligroso) andaba suelto se extendió y un helicóptero de la policía empezó a sobrevolar el lugar. Se colocaron trampas en la zona. Tras diez días de búsqueda y un intento fallido de atrapar al animal cuando fue localizado debajo de una caravana, el consejo del condado de Ceredigion contrató a un cazador. “Recibimos una llamada a eso de las dos de la madrugada y nos informaron que le habían disparado''”, explica Dean. “Fue devastador. Pasamos diez días sin dormir.... nuestro mundo comenzó a tambalearse”.

Hasta la muerte de Lillith, los Tweedy afirman haber disfrutado de un emocionante, aunque agitado, primer verano en el zoológico. Se habían mudado en abril. Si la temperatura acompañaba, unas 500 personas visitaban diariamente el lugar, situado alrededor de una colina con vistas al valle de Dyfi. La pareja, que tiene seis hijos y que se había mudado con los cuatro más pequeños, con edades de entre 9 a 17 años, empezó una aventura que cuenta con un precedente cinematográfico. En 'We Bought a Zoo' [Compramos un zoo], Benjamin Mee, interpretado por Matt Damon, compra una casa en California con un zoológico abandonado y trata de reactivarlo contra viento y marea.

El verdadero Ben Mee, en cuyas memorias se basa la película, reabrió el Parque Zoológico de Dartmoor en 2007. Al igual que los Tweedy, a los que ha aconsejado, sentía pasión por los animales, pero no tenía experiencia en la gestión de un zoológico. Se ha enfrentado a batallas con la recesión, fugas y muertes de animales. Y veranos de mucho trabajo. “Frecuentemente alguien me comenta que le encantaría tener un zoológico, y yo siempre le digo: No, no te encantaría”, afirma. Tras el éxito de su primer libro, el experiodista está escribiendo la continuación. “Se llamará Nunca compres un zoológico”, dice.

Sin embargo, los soñadores tienen un oído selectivo cuando se trata de seguir consejos. Lo más fácil para los Tweedy fue comprar la finca; vendieron una espaciosa casa en Kent. Los padres de Dean, Christine y Dennis, que se instalaron en el condado cuando Dean tenía 10 años, y tenían una pequeña cadena de tiendas de piezas de repuesto para automóviles, pasaron a ser los directores del zoológico, junto con Dean y Tracy. Son dueños de la mitad del zoológico. La mudanza de los padres de Dean a una caravana del jardín se produjo durante la fuga del lince. La mudanza, en un contexto tan estresante y antes de la llegada del invierno, terminó por dividir a la familia.

Dos linces muertos y uno fugado

Antes de que todo esto pasara, otro lince murió. Tras la fuga de Lillith, los Tweedy decidieron cerrar el zoo. Cuando se instalaron, el consejo del condado les presentó un informe con seis mejoras que se tenían que hacer (las autoridades locales tienen la responsabilidad de dar permisos y de inspeccionar los zoos). Durante la crisis provocada por la huida del animal, el consejo llevó a cabo varias inspecciones y les pidió que se hicieran más de 120 mejoras. Algunas eran sencillas, como por ejemplo, que el lugar donde se almacena la gasolina de las motos quad fuera más seguro. Otras eran una condición indispensable para seguir teniendo animales de categoría uno. En palabras de Dean, si no conseguían cumplirlas, “se quedaban con conejos y cobayas”. Un comentario algo exagerado.

Les dieron unas semanas para hacer todas las mejoras. Los guardas utilizaron un palo con una soga para trasladar a Nilly, otro cachorro de lince, a un recinto vacío mientras trabajaban en el espacio que normalmente alberga el animal. Murió estrangulada. Dean lamenta el uso del utensilio, pero afirma que se había informado y que se utiliza en algunas circunstancias. “Todo el mundo se compadeció de nosotros cuando el primer lince escapó”, indica Mee. Sin embargo, tras la muerte del segundo cachorro los expertos del sector contuvieron la respiración y preguntaron: ¿Qué está pasando aquí?

Tras la muerte del primer cachorro en manos de un cazador y el estrangulamiento de la segunda cría, les llovieron las críticas. Los anteriores dueños del zoológico, que no han respondido a los mensajes de The Guardian, acusaron a la pareja de haberlo hundido. Los agricultores utilizaron la fuga del lince para atacar una campaña nacional de reintroducción de linces en la naturaleza.

Lynx UK Trust, el grupo que coordina esa campaña, afirma que los “niveles de incompetencia e ineptitud” de los Tweedy son “alucinantes”. La asamblea galesa de Cardiff habló del zoológico en una de sus sesiones y los periodistas no paraban de llamar.

El zoológico permaneció cerrado durante los cinco meses que duraron las reformas. En febrero, el consejo les autorizó reiniciar la actividad con animales de categoría uno, como linces y leones. Sin embargo, lo cierto es que los ingresos han caído en picado y Dean indica que los gastos de mantenimiento del parque se elevan a 15.000 libras esterlinas mensuales; el gasto de alimentar a los animales, incluido en este presupuesto, asciende a 3.000 libras esterlinas. Mientras la máquina de café que habían contratado permanecía inactiva durante meses, el proveedor exigía miles de libras esterlinas en concepto de penalización.

El dinero no es el único problema de la familia. Esto se intuye paseando por Borth, una localidad donde los rumores campan a sus anchas.

Tensiones familiares

Dean no habla de Simmonds, el director del zoo, ni de Dennis, su padre. Prefiere hablar de un hombre llamado Mark Antony, un domador de animales que llegó a Borth tras la fuga del lince con el objetivo de ayudar. Antony explicó a los medios de comunicación que otros animales también habían muerto debido a la negligencia y a las malas condiciones del lugar. Entre ellos se encontraban Dana, el mono ardilla, Mrs Grivet, el mono verde africano y un emú fugado que murió cuando lo intentaban capturar.

En una conversación telefónica, Tracy Tweedy confirma estas muertes, pero niega cualquier responsabilidad. De hecho, afirma que la culpa es de Antony. Por su parte, él afirma no tener nada que ver. Antony cuenta otra historia completamente diferente sobre Simmonds y Dennis Tweedy y explica que los dos hombres están intentando hacerse con el control del zoo y quitárselo a Dean y Tracy. Según él, Tracy despidió a Simmonds pero este no ha querido irse.

Mientras hace volar un halcón, Simmonds confirma la versión de Antony, pero luego se retracta de sus comentarios y se limita a destacar que gracias a su gestión y a la dedicación del personal ha conseguido mejorar las condiciones del zoológico. Dennis Tweedy, que tiene 70 años, indica que le han aconsejado que no haga comentarios, pero confirma que se ha “roto la relación” [de él y su esposa con su hijo y su nuera]. Tracy confirma que ella y Dean sólo hablan con los padres de este último a través de sus respectivos abogados.

La pareja explica que las relaciones familiares empezaron a tensarse cuando los padres de Dean se instalaron en la caravana. De hecho, la relación no hizo más que empeorar. Tracy, de 48 años, decidió irse. “Alguien ha abierto la Caja de Pandera, ¿no?”, señala. Su relato sobre todo lo que ha sucedido desde que el lince se escapó coincide con el de su marido y confirma que el conflicto familiar es una pieza clave del culebrón. Explica que la semana pasada la tensión llegó a tal punto que una discusión con Simmonds en la tienda del zoo propició una llamada a la policía.

Tracy explica que Dennis, que junto con su esposa es propietario de la mitad del zoo, está intentando por vías legales hacerse con el control del negocio y quiere que Simmonds lo dirija. Algo a lo que ella se opone. También afirma que si sus suegros consiguen lo que se han propuesto, se volverán a mudar a Kent y tendrán un bar.

“Ha sido horrible”, lamenta Tracy: “los padres de Dean creen que les hemos metido en un follón, es una situación lamentable porque, en este momento de su vida, consideran que ya no deberían lidiar con situaciones estresantes como esta”.

Si el estrés ha afectado a la pareja formada por Dean y Tracy, lo cierto es que no lo muestran. Mientras Dean enseña la leonera, donde Wilma y Zulu muestran poco interés el uno del otro, cuenta que conoció a Tracy hace 31 años, y que se sintió atraído por el hecho de que ella llevaba un ratón en un bolsillo. También cuenta que están acostumbrados a que les cuestionen, ya que a lo largo de los años han tenido a más de cien niños en acogida.

“Si esta situación ha tenido algún impacto sobre nosotros ha sido, en todo caso, unirnos más”, reconoce Tracy por teléfono. Tiene la esperanza de que el rifirrafe familiar se resuelva, aunque no parece que esto vaya a pasar a corto plazo. Mientras, el zoo se prepara para el invierno. La familia va a solicitar un “acuerdo voluntario de empresa” –una forma para que las empresas paguen sus deudas poco a poco mientras siguen operando–. El frío se acerca y tienen que hacer más mejoras, pero Tracy confía en que encontrará el santuario que soñó. ¿Se arrepiente de haber comprado un zoológico? “No”, responde. “Todavía creo que en un futuro los visitantes podrán relajarse y ver animales que están felices y contentos y tienen los recintos que se merecen. No podría desear nada más”.

Traducido por Emma Reverter

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