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Lealtad crítica, sí. Sabotaje, no

Pablo Casado y Santiago Abascal.

Rafael Simancas

Secretario General del Grupo Socialista en el Congreso —

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La crisis ocasionada por la pandemia del COVID-19 ha de considerarse como una guerra, a juzgar por muchos analistas. Desde luego, nos enfrentamos a un enemigo que amenaza dramáticamente nuestras vidas y nuestro bienestar. Y no hay duda tampoco de que la victoria sobre tal enemigo requiere la movilización máxima de recursos y energías colectivas. Como en una guerra.

Democracia y escenario de guerra no son realidades que conjuguen bien, ciertamente. Pero nadie puede dudar de que, en tiempos de guerra, hasta el régimen más democrático ha de exigir a sus actores políticos, sociales y económicos, un ejercicio claro de responsabilidad, de unidad de acción y de lealtad. Lealtad crítica, sí. Pero lealtad.

¿Se está dando esa lealtad mínima exigible en la batalla vigente contra el virus? Sí, por parte de la gran mayoría de la población española. Y no, por parte de la derecha española, fundamentalmente.

Nadie podría reprochar el legítimo ejercicio del control al Gobierno, ni la razonable exigencia de eficacia a quien lleva las riendas de la crisis. Eso sí. El sabotaje deliberado, doloso y oportunista que practica la dirección nacional y madrileña del PP, no. Y, desde luego, el planteamiento pseudo-golpista de los ultras herederos del franquismo, tampoco.

El Gobierno de España administra la lucha contra el virus mediante tres ejes de acción: el fortalecimiento del servicio sanitario; la protección social de los más vulnerables; y el sostenimiento del aparato económico de cara a la reconstrucción post-virus. Y su actuación sigue, a su vez, tres constantes: el consejo de los expertos; la coordinación con las administraciones competentes; y la máxima transparencia informativa.

¿Son discutibles sus acciones? Claro que sí. ¿Podrían haberse planteado decisiones mejores y podría haberse ejecutado mejor lo decidido? Indudablemente. Pero nadie puede discutir que cada decisión y cada ejecución resisten cualquier comparativa seria con lo decidido y ejecutado en otros lugares del mundo con guerras semejantes. En contenido, en tiempos, en eficacia y consenso social. Es indiscutible.

Se entienden, no obstante, las críticas acerca de gestiones concretas: el nivel de confinamiento en cada etapa de la crisis; la llegada de material de protección a los profesionales en primera línea de batalla; las ayudas concretas a colectivos, trabajadores, empresas... Se comprenden las reivindicaciones, las exigencias, las impaciencias...

Lo que no se entiende es la mentira, la manipulación, el bulo consciente, la obstaculización deliberada, los palos en las ruedas... Esto se entiende menos. Algunos no lo entendemos nada, de hecho. Especialmente cuando viene de representantes públicos, de dirigentes políticos y hasta de gobernantes autonómicos, que tienen el deber moral de ejercer la responsabilidad, la solidaridad y la lealtad en favor del interés general.

Lo que no se entiende es el sabotaje.

Porque sabotaje es intentar responsabilizar al Gobierno de España de los eventuales contagios que hubieran podido producirse en la manifestación feminista del 8 de marzo. Cuando ningún experto, ninguna autoridad sanitaria, y ningún portavoz de la derecha española, por cierto, planteaban la suspensión de los actos públicos en aquella jornada. Y cuando la propia derecha multiplicó en aquellos días sus apariciones públicas y colectivas, incluidas las manifestaciones por la igualdad.

Sabotaje es pedir un día junto al presidente de la comunidad murciana paralizar la actividad productiva para ralentizar el contagio, y reprochar con crudeza al Gobierno de España cuando adopta tal decisión. Como sabotaje es salir públicamente media hora antes de la publicación en el BOE de un decreto, acusando falsamente de retrasos dolosos y luchas intestinas, cuando se conoce lo complejo y lo inédito de las medidas decretadas.

Sabotaje es utilizar el altavoz institucional de la Comunidad de Madrid para mentir respecto a falsas requisas y falsas interceptaciones por parte del Gobierno español, sobre material de protección destinado a los profesionales que se juegan la vida en los hospitales. Cuando el gobierno autonómico de Madrid sabe que la administración central provee de tal material con toda la profusión y celeridad que puede, en condiciones muy difíciles. Y cuando nadie del Gobierno central ha denunciado la década de recortes aplicados en la sanidad pública madrileña. Estos sí muy reales.

Sabotaje es también reprochar a los medios de comunicación que “están poniendo el foco en lo positivo”, “las recuperaciones de pacientes”, “los aplausos a los sanitarios”, en lugar de mostrar “las morgues y tal”. Cuando el jefe de la oposición sabe cuan importante es mantener una moral alta en la sociedad española, en estos momentos de gran sacrificio generalizado.

La salida televisiva del líder de la oposición, tras el anuncio del decreto del estado de alarma por parte del presidente del Gobierno, pasará a los manuales de la ciencia política como ejemplo de deslealtad en tiempos de congoja, y cuando más necesario resulta el respaldo aglutinador de los representantes de la ciudadanía.

Por sobrar, han sobrado las chanzas sobre el problema de los test chinos, que se han acallado abruptamente cuando tales problemas se han sufrido también en Alemania, en Italia, en Holanda... Claro. Y por faltar, han faltado los apoyos al Gobierno español ante los desmarques insolidarios de los gobernantes derechistas en Alemania y Holanda. Ha tenido que ser el socialista portugués Costa el que defendiera pública, clara y lealmente la posición del Gobierno y del pueblo español.

A la ultraderecha de Vox se le pueden reprochar muchas cosas. La incoherencia no, sin embargo. Están siendo fieles a sí mismos. Fieles a la tradición autoritaria de buena parte de la derecha española. Reivindicando el derrocamiento del gobierno legítimo salido de las urnas, y suspirando por un mando “cabal”, “de concentración”, y preferiblemente de uniforme, claro. Esta vez no lo conseguirán.

Esto es una guerra, en cierta manera. Y la población española entiende mal que alguien pretenda obtener rentabilidad política de su padecimiento y su sacrificio.

Cuando esto pase, deberemos obtener alguna enseñanza para la reconstrucción del espacio compartido. La defensa de lo público, de la sanidad especialmente. La confianza en la ciencia. La apuesta por la investigación. La imprescindible colaboración eficiente entre administraciones.

Y algo de lealtad entre semejantes con un enemigo común.

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