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La escasa ambición en materia energética de la Unión Europea es, esta vez, incomprensible

Jorge Morales de Labra

Encargar a nuestros actuales políticos la tarea de resolver problemas de escala planetaria cuando muestran innegable incapacidad de gestionar los domésticos es, cuanto menos, una temeridad.

Me refiero en esta ocasión nada menos que al problema del cambio climático, en cuyo frente de batalla internacional estuvo, una vez, la Unión Europea. No pretendo aquí analizar los impactos sobre el clima que la actividad humana está causando, para eso existe un consenso científico mundial –este sí– sin precedentes que hace un seguimiento detallado de los mismos. Hay a quien le basta con salir a la calle y comprobar cómo se superan los 25ºC a las puertas de noviembre.

El Consejo Europeo celebrado la semana pasada en Bruselas ha demostrado no estar a la altura de las circunstancias. En una reunión centrada en materia energética y climática ha fijado unos objetivos para 2030 para el conjunto de la Unión que son escasamente ambiciosos. Se trata de una reducción del 40% de los gases de efecto invernadero respecto de los niveles de 1990, una penetración de renovables del 27% de la energía final y un ahorro energético igualmente del 27% respecto del consumo tendencial. A diferencia de los actuales objetivos para 2020, además, los de 2030 no se fijarán individualmente para cada país, sino que lo harán solo para el conjunto de la Unión, lo que realmente los convierte en objetivos indicativos… ¿o alguien piensa que la Unión se va a sancionar a sí misma si los incumple?

Como muchas organizaciones sociales, de consumidores, ecologistas y sindicatos se han encargado de recordarnos, los acuerdos son decepcionantes y –yo añado– esta vez, además, son incomprensibles.

La incomprensión deriva de que, entre otros indicadores, en los últimos tres meses nada menos que tres bancos de inversión (Morgan Stanley, UBS y Lazard) han afirmado que las renovables hoy ya son competitivas en numerosas aplicaciones sin necesidad de ningún apoyo económico y sin siquiera tener en cuenta las enormes ventajas sociales y medioambientales que aportan. Es más, llegan a decir que en solo cinco años los consumidores nos desconectaremos de la red eléctrica y pasaremos a autoabastacernos de energía con un kit compuesto por paneles fotovoltaicos, batería en casa y coche eléctrico. Ya ven, bancos de inversión avisando de que el negocio tradicional de las eléctricas está en peligro.

Por tanto, si las renovables ya son más baratas y, además, nos permiten afrontar el pequeño problema de estar convirtiendo nuestro planeta en incompatible con nuestra especie, ¿por qué somos tan poco ambiciosos?

La única explicación que se me ocurre es que las renovables han dejado de ser alternativas para convertirse en las destinatarias de la mayor parte de la inversión mundial en el sector energético y eso, inevitablemente, lleva a cambios sustanciales en los negocios de empresas acostumbradas a determinar la economía mundial.

La reacción de la gran industria (de consumo electrointensivo) es paradigmática: al contrario que el resto de colectivos considera que los objetivos pactados “ponen en riesgo su competitividad” porque cree que encarecerán los precios de la energía y amenaza con la deslocalización de fábricas.

Analicemos esta afirmación: las renovables, gracias a que sus costes variables son muy bajos (el sol y el viento son gratis) tienen un efecto depresor del precio de los mercados eléctricos. Los consumidores domésticos lo sabemos bien, lo hemos visto durante el presente 2014, caracterizado por un primer trimestre de mucha aportación renovable –y precios bajos– y por un tercer trimestre en el que la reducción de las renovables ha propiciado un fuerte incremento de precios. La gran industria ha sufrido exactamente el mismo impacto, dado que el precio del mercado eléctrico es igual para todos.

Pero he aquí que hay una contrapartida: las primas a las renovables (ahora rebautizadas como “retribución específica”), que no pagamos todos por igual. En España forman parte de los peajes que, debido a decisiones políticas, no se imputan de forma homogénea entre todos los consumidores. Son los domésticos los que asumen su mayor repercusión mientras que la gran industria prácticamente no paga nada por este concepto. En Alemania pasa algo parecido, solo que el proceso es más transparente: las primas a las renovables se repercuten en un cargo del que están exentos los grandes consumidores.

En mi opinión, por tanto, la gran industria debería analizar por qué tiene unos precios energéticos tan elevados a pesar del impacto depresor de precios de las renovables en los mercados eléctricos y de que prácticamente no paga las primas asociadas. La conclusión solo puede ser que las empresas tradicionales están intentando mantener beneficios a pesar de que su mercado está menguando a pasos agigantados.

A los demás nos toca exigir, sencillamente, que los políticos dejen de defender los intereses de unas pocas corporaciones.

Por cierto, que el Gobierno español, haciendo gala de su enorme responsabilidad medioambiental, amenazó con vetar los referidos acuerdos si no se acordaba un decidido impulso a las interconexiones energéticas, de las que la Península Ibérica es manifiestamente deficitaria. El Consejo Europeo aprobó en consecuencia una serie de medidas destinadas a mejorar la situación.

Me felicito por ello, dado que un mercado más grande debería mejorar la exigua competencia en el sector y facilitar la mayor penetración de renovables. Ahora solo queda que se regulen adecuadamente las transacciones que se realicen a través de las interconexiones, dado que, si se repite lo acontecido con Portugal en los últimos años, el incremento en las mismas redundará en que los precios en España se incrementen aún más mejorando, eso sí, las cuentas de resultados de las eléctricas.

A tenor de lo que algunos medios han publicado estos días, parece que hay consenso generalizado –es la versión oficial– en que el incremento de las interconexiones es positivo para España. Lo curioso es que se nos venda que lo es porque permitirá dar salida a nuestro exceso de capacidad. Y digo yo, ¿esos medios no se preguntan cómo es posible que un país con un enorme exceso de capacidad energética tenga uno de los precios más altos de la Unión y ahora pretenda exportar? Se ve que la lógica del mercado se ve fuertemente afectada por la –nefasta– regulación. Pero eso es otra historia.

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