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Los partidos políticos son los nuevos clubes de fans

Rodolfo Irago

Los partidos políticos nunca han sido un campo propicio para la disidencia. No nos engañemos. Los sectores críticos eran vistos siempre con desconfianza por las respectivas direcciones y como mucho, eran un mal menor que había que sobrellevar.

Pese a ello, esas tensiones internas permitieron ir amoldando la ideología de cada uno de los partidos. Guerristas y felipistas mantuvieron durante 20 años un duelo a cara de perro en el PSOE pero los equilibrios entre ambos le dieron al partido una potente cultura de debate a la vez que ampliaba la base electoral desde el centro liberal hasta la izquierda más clásica. Aquello fue mucho más que una batalla de carácter personal.

En el PP fueron capaces durante años de reunir bajo las mismas siglas a los hoy dirigentes y seguidores de la ultraderecha de Vox con los votantes más centrados de Ciudadanos. El propio Rajoy formó parte de un sector crítico en minoría en el PP gallego de Fraga y Cuiña. Hoy, la derecha se ha roto en tres.

Y de facciones, sectores y familias tenían también un máster en el Partido Comunista y luego en Izquierda Unida.

En la política de hoy, los partidos políticos, los viejos y los nuevos, se están convirtiendo cada día más en clubes de fans en donde apenas se debaten las decisiones políticas y en los que se buscan adhesiones y fidelidades por encima de cualquier otra cosa. Si no eres un hooligan, puedes ser un traidor y las bases son soberanas solo si te dan la razón.

En el PSOE, Sánchez ha culminado sus ajustes de cuentas pendientes en la elaboración de las listas a las generales y a las europeas y además no se disimula, se busca un grupo de diputados fieles que no osen llevar la contraria como se atrevían a hacer algunos hasta ahora.

En el PP, Casado se ha contagiado y ha jubilado a toda la generación de Rajoy y de paso a la de Soraya Sáenz de Santamaría. Un movimiento con el que intenta garantizarse una legislatura más o menos tranquila aunque los resultados no acompañen el 28 de abril.

En Podemos ya hemos visto todo lo que ha pasado tras la crisis con Errejón y la ruptura de las confluencias. El equipo de Iglesias y Montero se ha encerrado más si cabe en sí mismo para tratar de capear el temporal. Y en Ciudadanos, Rivera ha jugado a colocar piezas en el tablero nacional y curiosamente es el partido en el que ha encontrado más resistencias; incluso le ha surgido hasta algún barón regional.

La política española vive una etapa de hiperliderazgos partidistas pero no sociales y corre el riesgo de perder músculo democrático arrinconando los debates ideológicos, especialmente necesarios en la izquierda. Es una deriva peligrosa que podemos acabar pagando.

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