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Decepción vecinal y sospechas de adulteración en la audiencia sobre turismo convocada por Trias

Cerca de 300 vecinos se quedaron sin participar del acto / Enric Català

Jordi Molina

Barcelona —

18:45 de la tarde del martes, faltaban quince minutos para comenzar el acto. Cientos de vecinos esperaban pacientemente y en rigurosa fila india –algunos habían llegado a las 17h.– su entrada en la biblioteca Jaume Fuster, en la plaza Lesseps de Barcelona. Animaban la espera las columnas de manifestantes que poco a poco llegaban desde la Barceloneta o Ciutat Vella, las zonas de la ciudad más afectadas por el turismo. Antes de que la marea ciudadana tomara las butacas del auditorio, los periodistas podían entrar al recinto. Una vez dentro, sorprendía encontrar los máximos representantes de turismo de la ciudad, como Joan Gaspart, Jordi William Carnes y un puñado de empresarios, cómodamente sentados y compartiendo tertulia con los representantes públicos que conducirían la reunión.

Esta dualidad –gritos y pancartas fuera, chaquetas y corbatas dentro– fue el primer síntoma de que la audiencia pública podía decepcionar las aspiraciones del vecindario, que había conseguido forzar al consistorio a convocar una especie de plenario popular sobre uno de los temas más controvertidos de este mandato, el turismo. Pero no el único. Poco después, medio auditorio se llenó de representantes del sector turístico, lobbies empresariales y empresarios relacionados con el sector. Algunos de ellos, miembros de empresas como AirBNB y Barcelona Anfitriones, en respuesta a este medio, explicaban que el mismo Ayuntamiento les había citado a las 17h. de la tarde en la biblioteca, previniéndolos del el recinto se llenaría.

Ante esta situación, algunos vecinos que no habían recibido ninguna notificación y que llevaban días inscritos vía internet denunciaron que el acto “estaba amañado”, que era “una operación de maquillaje” o que “se habían traído los palmeros de casa”. Lo cierto es que lo que debía ser una oportunidad para que el tejido vecinal expresara su preocupación y las propuestas trabajadas desde los barrios terminó siendo, en ocasiones, una olla de grillos. Un pulso entre dos mundos –los que sufren el turismo y los que se benefician– que poco tubo que ver con un acto de participación vecinal como se suponía que debía ser una audiencia pública, la primera que se celebraba en este mandato. De hecho, la última se produjo en el año 2006 por la entonces polémica ordenanza de civismo.

Con este ambiente enrarecido, la teniente de alcalde de Empresa y Ocupación, Sònia Recasens, tejió una intervención inicial con un tono conciliador reivindicando las virtudes del turismo y, al mismo tiempo, admitiendo las consecuencias. “Estamos gestionando un éxito”, resumió. “Un éxito que necesita corregirse porque no siempre está bien distribuido ni bien repartido”. A pesar de estas concesiones, la mano derecha del ausente Trias recordó que cada turista deja en la ciudad 153,1 euros –el de tipo vacacional– y 264 euros –el de negocios–. Y adelantó que el consistorio ha pactado con la Generalitat un aumento de la recaudación de la tasa turística, pasando del 34% actual hasta el 48% “para proteger más a los barrios”.

La réplica la tuvo Lluís Rabell, que expuso el decálogo consensuado con diferentes actores vecinales, profesionales y sindicales para encontrar el equilibrio entre la convivencia vecinal y el negocio turístico. De entrada pidió una moratoria de la concesión de licencias de hoteles. Una medida que ha sonado últimamente en las protestas de la Barceloneta, Gracia y el Paralelo y que ya quedó fuera de juego en la modificación del Plan de Usos de Ciutat Vella, sellada entre CiU y PP. Además, instó al Gobierno municipal a calificar los pisos turísticos –silvados y defendidos a lo largo del acto– como establecimientos hoteleros para limitar y regular su proliferación. En este sentido, cabe decir que en el año 2011 en Barcelona había 2.000 apartamentos turísticos y que ahora hay 10.000.

Antes, Rabell lamentó la ausencia del alcalde –“una equivocación y una falta de respeto a la ciudadanía”– y reprochó al Ayuntamiento que a menudo se caiga en tachar la FAVB de hacer política –“activar la ciudadanía es nuestra responsabilidad y esto es hacer política–. En materia propositva Rabell puso sobre la mesa el impulso de un Consejo Vecinal sobre Turismo, de tal forma que todas las medidas deban tener en cuenta las sensibilidades ciudadanas. Además, habló de un plan de protección de establecimientos tradicionales, de limitar la capacidad de carga de visitantes de las zonas monumentales y fomentar el empleo de calidad en el sector.

Tensión dentro y fuera del recinto

Tensión dentro y fuera del recintoEl encuentro había comenzado con dos constataciones anunciadas, una de fondo y otra de forma. La primera, la más que dudosa idoneidad de la convocatoria; y es que entre los vecinos predominaba la sensación de que llegaba tarde, a finales de mandato, en periodo preelectoral y cuando el problema en determinados barrios, con Ciutat Vella a la cabeza, está ya descontrolado. La segunda apuntaba a la “doble moral” del Ayuntamiento –en palabras de uno de los participantes–, dado que la primera y seguramente última audiencia pública del mandato no se hacía ni en el Ayuntamiento ni con la presencia del alcalde, lo que motivó no sólo muchas críticas, sino que cerca de 300 vecinos quedaran fuera de la biblioteca Jaume Fuster, con aforo para 240.

Mientras tanto en la calle un amplio despliegue policial –formado por la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra– acordonaban la zona e impedían el acceso a los vecinos que se habían quedado en la intemperie. La tensión, sin embargo, se colaba a través de las paredes y llegaba al auditorio. Los asistentes pedían a la policía que se llevara a uno de los vecinos de la Barceloneta, que había subido el tono en más de una ocasión. Fruto de este incidente, los partidarios del negocio turístico silbaron hacia el sector vecinal y corearon gritos de “fuera fuera”. En el exterior, una performance –un clásico en el barrio del Raval– parodiaba al alcalde Trias y la concejala de Ciutat Vella, Mercè Homs y ponía el punto cómico de la tarde.

Algunas de las críticas vecinales fueron dirigidas a la “chapuza” de La Rambla, “un ejemplo de cómo se puede llegar a degradar una zona si se permite el exceso del turismo”. Desde la Barceloneta, la activista Pepi Picas acuñaba el término gentrificación y explicaba el caso de personas que están abandonando sus casas debido a la subida del precio del alquiler. Muchos de los vecinos asistentes quisieron dejar claro que no estaban contra el turismo, sino contra el exceso del turismo. Desde la Asamblea del Raval se hacía hincapié en la destrucción del comercio de proximidad en beneficio “de locales que venden cosas muy caras que no son, en ningún caso, para el uso cotidiano”, en alusión a la proliferación de tiendas de souvenirs. En el mismo sentido se manifestó la presidenta de la asociación del Casc Antic, Maria Mas: “Donde se instala en gran hotel canvia todo su entorno, pronto solo tendremos bufandas del Barça y trencadissa de Gaudí banalizada”.

En el tramo final del acto, la aspirante a alcaldesa por Barcelona en Común, Ada Colau –invitada a sentarse entre los representantes políticos, pero que prefirió hacer la cola como el resto de vecinos– tomó la palabra para hacer “una enmienda a la totalidad del acto”. Colau habló de una reunión “mal gestionada” - “los movimientos vecinales sabemos dinamizar mucho mejor las asambleas que ustedes” -y lamentó que el Ayuntamiento buscara una imagen crispación y confrontación entre vecinos. “No sé si lo han hecho por mala fe o per incompetencia”, espetó. Recasens le respondió al final del encuentro, que se prolongó más de cuatro horas, cuando Colau ya no estaba, lo que se le reprochó. Sobre la ausencia de Xavier Trias, sin embargo, no se dio ninguna explicación.

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