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Mujeres en prisiones: pocas, por hurtos y víctimas del sexismo también en los centros

Interior de una celda en el centro penitenciario de Brians I

Sònia Calvó

Dice la leyenda griega que Cassandra fue una sacerdotisa griega, y que Apolo se enamoró de ella. Él le prometió el don de la palabra, a cambio de que se casasen. Pero, cuando ella lo rechazó, éste la maldijo y nunca más nadie la creyó. En honor a esta diosa, un colectivo de mujeres reclusas y exreclusas se han apoderado del nombre. Son las Cassandra.

Las Cassandra organizan charlas, escriben cartas a las presas y les llevan ropa a la prisión. “Cuándo sales te dan la libertad, pero te encuentras que estás en la calle de un día para otro totalmente desorientada”, recuerda Isa, una Cassandra. Isa era, hasta hace poco, una de las 580 mujeres presas que actualmente hay en Catalunya; el 6,83% de la población reclusa total (8.492 personas). A nivel estatal, son 51.000 las personas encerradas en centros penitenciarios, y el 7,6% son mujeres.

Al ser menos, esto conlleva que en la mayoría de centros penitenciarios estén todas juntas en un único módulo. Es el caso, por ejemplo, de la prisión de Mas Enric (Tarragona), Ponent (Lleida) o Puig de les Basses (Figueres). Brians I es el único centro en Catalunya donde están separadas en dos módulos según su comportamiento o tipo de delito.

Robo o estafas, principales causas de ingreso

“Los hombres entran por motivos muy diferentes, por condenas largas, delitos de sangre, por drogas... Pero los separan en función de lo que han hecho. Las mujeres, en cambio, estamos todas juntas”, dice Lola tras paso por prisión. Ella ingresó por venta de droga, un delito contra la seguridad pública. El año pasado en Catalunya 198 mujeres ingresaron por este tipo de delito. Pero no es el más habitual.

La mayoría, 226 mujeres, lo hacen por delitos contra el patrimonio, como por ejemplo hurtos, robos, estafas o defraudaciones. Además hubo 54 presas por homicidios. En el caso de los hombres, las cifras ascienden hasta 3.337 los delitos contra el patrimonio, 1.435 contra la salud publica y 898 los homicidios. En lo que coinciden hombres y mujeres es en el tiempo de condena de media, la mayoría están entre rejas de 3 a 8 años. El 50,5% en el caso de ellas y el 41,5% en el caso de ellos.

“Las cárceles están creadas y construidas para los hombres. No se tienen en cuenta las necesidades de las mujeres”, asegura Isa. Y Lola asiente, a su lado. “Puede haber una chica de 18 años que entra por primera vez con todas las demás, sea cual sea el motivo que las ha llevado allí dentro, sea un asesinato o vender droga, está todo el mundo mezclado”, añade.

“En la cárcel se nos castiga doblemente”

“La prisión es un problema social que tiene un coste elevado para lo que pretende reparar”, explica Encarna Bodelón, del grupo de investigación Antígona. Para ella, cuando una mujer ingresa en un centro penitenciario no lo hace sola, ya que sus hijos y las personas que dependen de ella sufrirán, porque “la mayor parte de las curas dependen de las mujeres”.

Ante esta situación las Reglas Bangkok, las reglas de las Naciones Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las mujeres delincuentes, piden que cuando la presa tenga hijos se intente dar tiempo a la mujer antes del ingreso para poder organizarse. Ponen como por ejemplo suspender temporalmente la condena hasta que los hijos sean mayores. Una petición que, en el caso de España, no se contempla. Estas reglas también piden que, cuando sea posible, se interpongan sentencias no privativas de libertad a las embarazadas y las mujeres que tengan niños a cargo. 

“En la cárcel se nos castiga doblemente, por el delito penal pero también por haber fallado como mujer, como esposa y como madre. Nos recalcan constantemente que lo hacemos todo mal”, explica Isa. La hija de Lola tenía 10 años cuando ella entró en prisión. “Se crean situaciones muy límite, por ejemplo cuando echan a la familia al acabar el vis a vis. Que a mi me griten... pero a mi familia no”. 

Un estudio de la Fundación SURT hecho en la prisión de Brians I desveló que el 70% de las mujeres presas habían sufrido agresiones sexuales a lo largo de su vida. “¿Como podemos encerrar a mujeres que han sufrido traumas graves como una agresión sexual? ¿Como podemos hablar de tratamiento penitenciario?” se pregunta la investigadora Bodelón ante esta situación.

Corte y confección para ellas, mecánica para ellos

En Brians I se hacen algunos talleres mixtos, como el teatro. Pero la gran mayoría no lo son... “Las mujeres hacíamos peluquería, geriatría, esteticismo, corte y confección, etc. Como mujer no puedes hacer talleres considerados como masculinos, como por ejemplo mecánica o construir mobiliario, no te dejan”, explica Lola, ex presa en este centro penitenciario. “Nosotras hacemos lo que ellos no quieren hacer, como fabricar tiritas, bridas o enchufes. Es lo que sobra, una miseria”, denuncia.

Esta diferenciación de talleres productivos conlleva, según Encarna Bodelón, a que se “concentren los estereotipos de género” y que se reconduzca a las mujeres hacia salidas menos formativas y con menos expectativas.

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