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Volver a la manta por culpa de la Ley de Extranjería

Se estima en 150 los vendedores ambulantes en Barcelona en temporada baja

Yeray S. Iborra

El largo trayecto entre el barrio Besòs y la Zona Franca de Barcelona, más de una hora en transporte público para cruzar toda la ciudad, se había convertido en un peregrinaje dulce para Ousmane (nombre ficticio). Ni siquiera el horario, turno de noche, o el tipo de trabajo –pescadero en Mercabarna– eran un incordio para él.

Antes de entrar en los planes de ocupación del Ayuntamiento de Barcelona para vendedores ambulantes, este senegalés había peinado durante diez años la ciudad, ocupando un pedacito de ella cada día con su manta con las consecuentes carreras ante la policía y multas. Su trabajo en el mercado central de distribución de alimentación de Barcelona, Mercabarna, ahora corre peligro a causa de la Ley de Extranjería. Su caso no es el único.

De los once planes de ocupación en Mercabarna que el Ayuntamiento de Ada Colau ofertó en verano pasado, más o menos la mitad ha finalizado de forma satisfactoria. El de Mercabarna es uno de los proyectos del consistorio para subsanar el conflicto de la venta ambulante. Se suma a otras 40 plazas de ocupación, además de la creación de una cooperativa. En total, unas 70 plazas para una comunidad estable de unos 150 vendedores.

De los once vendedores que empezaron el programa del consistorio en el mayorista alimentario de la capital catalana, cuatro han conseguido un contrato de un año –tiempo mínimo para regularizar su situación– por 1.200 euros mensuales, después de un periodo de formación que ha durado hasta nueve meses. Son los únicos a estas alturas. Hay dos personas que han abandonado el programa, según el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes. Cuatro más, entre los que se encuentra Ousmane, han hecho sus prácticas pero no han podido firmar el contrato.

Después de nueve meses acudiendo a diario a Mercabarna, Ousmane se ha quedado a las puertas de regularizar su situación, como otros tres compañeros más: la Subdelegación del Gobierno de Barcelona ha rechazado los papeles para elaborar sus precontratos por tener todos ellos antecedentes policiales. En el caso de Ousmane, la situación es algo más intrincada, pues sus antecedentes son penales.

Para el Ayuntamiento de Barcelona, se trata de trabas “normales ante un proceso pionero”, que pretende dar la oportunidad a los vendedores de dejar la manta por otro empleo.

Según fuentes consultadas del consistorio por este medio, los cuatro casos encontrarán solución “antes o después”. “Trabajamos en buena sintonía con la Subdelegación para acelerar los trámites. El esfuerzo municipal es muy grande, no lo ralenticemos nosotros”, dictan dichas fuentes, que señalan como responsable de la situación a la rigidez de la Ley de Extranjería.

No lo ve tan claro Ousmane, que insiste que el consistorio tiene en su mano presionar todavía más para subsanar el problema. “Creíamos que iban a ayudarnos. Estamos indignados”, responde Ousmane, que ha ido los últimos meses a Mercabarna en horario de noche a limpiar y filetear pescado. El senegalés ha realizado la formación en la misma empresa que otros compañeros, GranBlau.

Por su parte, el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, que en su día vio los planes como un “primer paso” aunque no como la solución (el sindicato planteó tiempo después la construcción de una cooperativa propia, en paralelo y ajena a la institución), no se ha pronunciado al respecto. El colectivo –asegura a Catalunya Plural– se ha reunido este jueves para valorar la denuncia de Ousmane y sus otros tres compañeros.

El gorro, los guantes de plástico o las escamas que descansan en su jersey de lana jornada tras jornada serán el único recuerdo que guarde Ousmane de su paso por Mercabarna a no ser que se regularice su situación pronto.

El futuro no le espanta, y si tiene que volver a la manta lo hará. “Si las cosas no se solucionan, volveré a la calle. No puedo estar más tiempo sin cobrar nada” [el programa del Ayuntamiento incluye sólo becas de desplazamiento y dietas], dice mientras elogia la solidaridad de otros compañeros que los fines de semana le han permitido seguir vendiendo algo de su material en la calle. “Son la familia”.

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