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75 años de la ocupación de la Universidad de Barcelona y de un genocidio cultural, científico y educativo

Raül Aguilar Cestero

El Diari de l'Educació —

A medida que las tropas franquistas iban “liberando” territorios peninsulares durante la guerra civil, las universidades que se habían mantenido fieles a la II República fueron cayendo bajo el poder represor de las nuevas autoridades franquistas. La Universidad de Barcelona cayó en manos de los insurgentes con la ocupación de la ciudad, el 26 de enero de 1939, hace 75 años. Dos días después, las nuevas autoridades ordenaron la supresión de la autonomía universitaria que la UB había disfrutado durante la II República. El deseo y las órdenes de las nuevas autoridades franquistas de Barcelona era la construcción de un Nuevo Estado de carácter totalitario fundamentado en una concepción unitaria de la nación española y, por ello, el primer objetivo de la nueva política cultural franquista en Cataluña debía ser la desarticulación de todas las conexiones de la cultura, la ciencia y la intelectualidad catalanas con su sociedad civil y la sustitución de la lengua catalana para “la lengua del Imperio” en todos los ámbitos culturales y científicos.

La primera consecuencia de esta política de demolición y sustitución cultural fue el exilio de lo mejor de los científicos e intelectuales del país. Todo un drama humano, científico y cultural del que no nos hemos recuperado nunca, como demuestra el hecho de que muchas de las obras de estos hombres y mujeres, ampliamente reconocidas en el exterior, aún son desconocidas en nuestro país. Pero los que se quedaron o no pudieron irse tampoco vivieron una situación mejor. Todos tuvieron que pasar por un durísimo proceso de “depuración” y algunos fueron apartados para siempre de la vida pública. Otros se adaptaron a la nueva situación sin mucho entusiasmo, pero muchos también colaboraron activamente en el proceso de sustitución cultural obteniendo lucrativos beneficios personales a cambio. Entre estos últimos destacan, por encima del resto, los dos primeros rectores de la UB, Emilio Jimeno Gil y Francisco Gómez del Campillo, los cuales pusieron gran énfasis en los procesos de “recristianización y renacionalización” y en la depuración docente de la UB.

El 5 de abril de 1939 se formó una Comisión Liquidadora del Patronato de la UB Autónoma, que se había instaurado durante el periodo republicano para encabezar la reforma universitaria. Esta Comisión era la culminación de la oposición activa a la autonomía universitaria iniciada durante la II República en la UB. Una autonomía que desde su nacimiento había sido criticada por un importante grupo de catedráticos del mismo centro, muchos de los cuales, una vez terminada la guerra, se presentarían como los principales valedores de la nueva política universitaria franquista. El Patronato de la UB Autónoma era la personificación directa de todo aquello contra lo que habían luchado los ganadores de la guerra en la universidad y buena prueba de ello es que la línea divisoria entre afectos y desafectos al régimen dentro del claustro de la UB, pero también en otras universidades, se estableció según la actitud pasada de oposición o no al Patronato de la UB Autónoma.

El primer curso de la posguerra

El primer curso de la posguerra en la UB se salvó con un ciclo de conferencias sobre “Aspectos y problemas de la nueva organización de España” y la realización de cursos y exámenes de convalidación de los estudios realizados antes de la guerra- para el nuevo régimen todo lo que se había hecho o estudiado durante la guerra en la “zona roja” no tenía ningún valor. Las clases no se reanudaron con una cierta normalidad hasta el segundo curso (1940-41). Josep M. Colomer, en una de las principales obras de referencia sobre la UB de este periodo, afirma que los “ex-combatientes, ex cautivos y los familiares de éstos, gozaban de grandes facilidades. Aparte de ingresar directamente sin más trámites, pasaron por auténticos exámenes ”patrióticos“ hechos a puerta cerrada y en los que hacían valer como máximo argumento sus méritos políticos a la guerra”. La descripción de Colomer de estos primeros cursos en Barcelona impresiona: “Fue obligatoria la utilización pública de los uniformes falangistas en los actos universitarios, y cada comienzo de curso (hasta 1945-46) los estudiantes participaban en un acto solemne en el que juraban cumplir fielmente sus obligaciones universitarias. Al principio de cada clase, todos los estudiantes, de pie, debían saludar brazo en alto al profesor que entraba. Solamente cuando éste había contestado el saludo, podían sentarse los disciplinados alumnos. En todas las aulas había, a la izquierda de la tarima del catedrático, la silla del estudiante caído, con una bandera española pintada en el respaldo. Y más de un estudiante no caído fue furiosamente agredido por haber intentado sentarse”.

Con el segundo curso también se iniciaron los concursos de oposiciones a cátedra. Aproximadamente la mitad de las cátedras existentes fueron ocupadas, entre los años 1940 y 1944, con tribunales formados arbitrariamente por el ministerio y con candidatos que, naturalmente, tenían que presentar el correspondiente certificado de depuración y de adhesión al Movimiento Nacional. Para los nuevos catedráticos y aquellos que superaron la depuración la UB se convirtió en un buen trampolín político donde hacer méritos para conseguir un traslado a la Universidad Central de Madrid, la única en la que se podía hacer el Doctorado y la mejor dotada e influyente del sistema. Igualmente, los grupos o familias del régimen que aspiraban a introducirse en el mundo universitario, como la Acción Católica Nacional de Propagandistas, el Opus Dei o la “Falange”, comenzaron a captar para su causa una parte del profesorado y los estudiantes más relevantes de la UB a través de la instauración de Colegios Mayores en la ciudad condal. Durante esta época la Universidad se convertiría, al igual que otras instituciones oficiales como el CSIC, en un verdadero botín de guerra, lleno de oportunidades, para grupos e individualidades que colaboraran con la política de sustitución cultural del Nuevo Estado.

Igualmente, la organización de tribunales depuradores corruptos hizo que los jueces instructores y los principales avaladores se hicieran con los principales rectorados y decanatos de las universidades “liberadas” y impusieran su poder al resto de catedráticos y profesores. Hay que decir también, que en una universidad tan tradicional como la que existía en España, a pesar de los cambios introducidos por la II República, y con un escalafón de catedráticos igualmente conservador, el número de catedráticos de la UB que se pasó al bando franquista durante la guerra fue muy elevado. En la Universidad de Barcelona de un total de 63 catedráticos, algo más del 50 por ciento recibieron algún tipo de sanción de las autoridades republicanas. En cambio, sólo el 27 por ciento de los catedráticos barceloneses recibieron algún tipo de sanción por parte de las nuevas autoridades franquistas, mientras que el 65 por ciento fueron rehabilitados y el restante 8 por ciento murieron durante la guerra. En este sentido y como afirma el historiador Jaume Claret, “el carácter clasista de la purga muestra que la UB Autónoma era, sobre todo, el sueño de los de fuera del escalafón, de la sociedad culta catalana que quería que su cultura y la su ciencia accediera a un reconocimiento universitario. Fue un proyecto que la mayor parte de la intelectualidad española y buena parte del escalafón nunca aceptó”.

Establecimiento del sistema universitario franquista

Finalmente, el sistema universitario franquista quedó establecido por la LOU de 1943. A pesar de mantener un fuerte peso de la pasada tradición universitaria liberal, la LOU de 1943 reforzaba las viejas estructuras universitarias del siglo XIX con un fuerte principio de autoridad propio del fascismo triunfante del momento y del espíritu castrense de la dictadura, donde el Ministro de Educación era el jefe supremo del sistema - sólo superado por Franco -, el Rector era el “jefe” de la universidad, el Decano el jefe de la Facultad y el catedrático el director de los estudios. Los Departamentos universitarios surgirán décadas más tarde. Acompañando esta fuerte estructura y para asegurar el control ideológico del profesorado y de los estudiantes, la “Falange” fue llamada a tener un papel destacado en el que se llamó la “Universidad Imperial”. El SEPES, dependiente de FET y de las JONS, tenía por misión encuadrar el profesorado y organizar cursos obligatorios de formación patriótica para difundir entre estos “el espíritu del Movimiento”. Cursos similares, también obligatorios, eran impartidos a los estudiantes por parte del Sindicato Español Universitario(SEU), también dependiente del partido único. El SU encuadraba al conjunto de estudiantes y controlaba todos los aspectos de su socialización en la universidad, desde el Servicio de Comedor, hasta el Servicio de Protección Escolar o la Milicia Universitaria que, además de inculcar el espíritu castrense a los estudiantes , les facilitaba la realización del servicio militar.

La represión y el nuevo ordenamiento universitario de la posguerra sirvió al régimen franquista para hacer de la universidad y del resto de instituciones dedicadas a la alta cultura ya la investigación unas instituciones fieles al poder político donde no era posible ningún tipo de disensión . La finalidad última de este sistema universitario totalitario era imponer al conjunto de la población española una percepción positiva del nuevo orden político franquista, basado en la unión entre ciencia y religión católica, que presentaba la nueva situación de dominio y control social del franquismo como el orden natural por excelencia-divino-y destino último de la nación española. La supeditación del trabajo científico y educativo de todas las disciplinas universitarias a los intereses políticos del régimen franquista que esto implicaba convirtió la universidad española en una institución altamente inoperante y desconectada del mundo. Las consecuencias de este hecho fueron terribles para la propia universidad y para el conjunto del país y sólo con el paso de muchos años, la llegada de nuevas generaciones de estudiantes y profesores en la universidad, la transformación económica de la sociedad y la creciente influencia del mundo exterior, la sociedad catalana pudo recuperar las fuerzas y el dinamismo suficientes para reclamar que la ciencia y la educación que se realizaba en nuestras universidades fuera un acto libre, abierto a todas las clases sociales y no mediatizado por los intereses políticos del poder de la dictadura. Pero esa ya es otra historia.

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