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Aurora Egido: “A la Universidad hay que librarla de los excesos burocráticos y aumentar su dotación”

Foto: Marta Jara

Raquel Gamo

Licenciada y doctora en Filología Española por la Universidad de Barcelona y catedrática emérita de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza, la filóloga Aurora Egido (Molina de Aragón, Guadalajara, 1946) luce con orgullo su raigambre molinesa, que traspasa su lugar de nacimiento para infiltrarse en el árbol genealógico de su familia, de la que buena parte procede también de varios pueblecitos de la Comarca de Molina. Además, la biblioteca municipal de la capital molinesa lleva su nombre desde agosto de 2015, cuando recibió un cálido homenaje de sus paisanos.

Egido está considerada una de las filólogas con más autoridad académica de España. Ocupa el sillón B de la Real Academia Española (RAE) desde el 8 de junio de 2014 y seis años antes recibió el Premio Nacional de Humanidades Ramón Menéndez Pidal. Profunda conocedora de la literatura del Siglo de Oro, su discurso de ingreso en la RAE giró alrededor de ‘La búsqueda de la inmortalidad en las obras de Baltasar Gracián’. El Gobierno de Castilla-La Mancha, con motivo del Día de la Región, le ha distinguido con la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha junto al columnista conquense Raúl del Pozo.

El Gobierno de Castilla-La Mancha le ha concedido la Medalla de Oro de la región. ¿Qué significa para usted este reconocimiento?

Volver al comienzo. Quiero decir, a los orígenes. Sólo puedo mostrar una gratitud no exenta de emoción, aunque también suponga una responsabilidad.

Usted nació en Molina de Aragón. ¿Cuáles fueron sus orígenes familiares en este pueblo de Guadalajara?

Mi padre nació en Molina de Aragón, adonde llegaron sus padres desde Jadraque, también en Guadalajara. En cuanto a mi madre, era natural de Tierzo, otro pueblecito del Señorío de Molina; lugar en el que había nacido mi abuela. Mi abuelo materno era de Terzaga, también en la tierra molinesa. Se tiende a identificar la infancia con un paraíso perdido, pero el recuerdo siempre se lleva dentro. Allí hice el bachillerato elemental, el superior y el preuniversitario. 

¿Cómo era Molina de Aragón durante su etapa de juventud?

No se había extendido tanto como ahora y mantenía un sabor añejo en sus calles, en sus tiendas, en sus costumbres. La ciudad estaba presidida, como ahora, por el castillo, punteada por las iglesias y los conventos, y la vida bullía en sus plazas, en los Adarves, en la arboleda... Eran, sin duda, otros tiempos.

¿Qué relación conserva en la actualidad con su pueblo natal?

Una relación afectiva con su paisaje y con las personas, ahora acrecentada por la Biblioteca Pública que lleva mi nombre. Ha sido un regalo impagable al que procuro corresponder.

En su discurso de ingreso en la RAE hizo referencia al ‘humus’ en el cual se formó hasta alcanzar la cátedra. Creo que es un término de Luis Mateo Díez. ¿Cuál fue la herencia que recibió del español hablado en la Tierra de Molina?

Un rico patrimonio que ha sostenido siempre mi escritura y mi forma de hablar. Nuestros abuelos y nuestros padres, incluso sin estudios universitarios, hablaban un español envidiable que ojalá se mantuviera en los tiempos que corren. Además tuve la suerte de disfrutar de toda una literatura oral que prácticamente se ha perdido.

¿Cuánto influye lo que se aprende en la infancia y la adolescencia?

Es una etapa crucial, pues lo que se aprende en esos años queda grabado para siempre, incluidos los valores morales, las canciones, lo que nos contaron, vimos y vivimos, aunque todo se transforme con el recuerdo.

¿Por qué se decantó por los estudios de Filología Hispánica?

Me gustaban mucho las matemáticas (entre los dos bachilleratos, hice Comercio Práctico en Valencia de Don Juan, León) y la física, pero la literatura fue siempre mi lugar de residencia. Cuando tuve que elegir, me decanté por la Filología Española porque era la mejor manera de seguir por ese camino.

Se ha consagrado como una especialista en la obra de Baltasar Gracián y ha analizado la búsqueda de la inmortalidad. Sostuvo en su discurso de ingreso en la Real Academia Española: “Esa lucha contra el olvido está en realidad en la raíz del hecho literario”. ¿Por qué?

El sentido de esa frase creo que opera en una doble dirección. Los escritores tratan de convertir lo sentido, pensado y experimentado en algo permanente; y, a la vez, que su nombre subsista en el tiempo. Eso es lo que consiguen los clásicos al eternizarse.

¿Cuál es la principal lección que ha extraído de la lectura de los autores del Siglo de Oro?

No sé. Son muchas, como la riqueza de su lenguaje, de sus conceptos, pero en relación con su pregunta anterior, diría que su capacidad de permanencia, su actualidad.

En las entrevistas que ha concedido siempre se ha mostrado en contra de realizar una enmienda a la totalidad del sistema universitario en España. Sin embargo, ¿qué cosas cree que habría que mejorar en la universidad?

En la universidad, como en otras muchas instituciones, hay de todo. Por eso conviene mirar al pasado para mejorar el presente y así proyectar un futuro en el que no se repitan los errores. Es difícil dar lecciones al respecto y yo no lo pretendo, pues hay que dejar que los jóvenes (y los hay muy buenos) tomen el relevo. Personalmente creo que, aparte de una mayor dotación en todos los sentidos, habría que librarla de los excesos burocráticos y, en la medida de lo posible, seguir las pautas marcadas por las universidades de prestigio que han logrado mayores niveles de calidad. Pero, para eso, hacen falta más medios y racionalidad al aplicarlos.

Estudió también en Barcelona, adonde se desplazó desde Zaragoza. ¿Qué recuerda de aquella época?

Era entonces la ciudad más moderna de España y la Universidad de Barcelona tenía uno de los mejores departamentos de Filología Española. Disfruté mucho allí en todos los sentidos e hice amistades de las que quedan para siempre.

¿Por qué una riqueza como el bilingüismo se ha convertido en un problema en Cataluña?

Esa frase la llevo repitiendo desde hace tiempo, pero no es sólo un problema de Cataluña y ni siquiera de otros lugares de España, donde, por cierto, cada vez conviven más lenguas en contacto. Ocurre también en otros países. Se trata sobre todo de un problema político, porque, en la vida cotidiana, la gente trata de utilizar los idiomas para comunicarse y para convivir en paz. Los clásicos decían que las lenguas son las llaves del mundo y el diálogo entre unas y otras sigue siendo la mejor marca de la dignidad humana.

¿Habría que fomentar la movilidad de profesores y alumnos en la universidad en nuestro país?

Así lo creo, dado que el viajar enseña mucho y sobre todo ayuda a salir de uno mismo, de su entorno. La palabra universidad va precisamente en contra de cualquier reduccionismo.

En una entrevista reciente publicada en ‘El Cultural’ sostuvo que los alumnos actuales, nativos virtuales, se mueven como peces en Internet pero “llegan con una preparación más precaria” que la de su generación. ¿Esto cómo se arregla?

Se arregla mejorando la enseñanza en asignaturas básicas, como la lengua, las matemáticas, la filosofía, la historia, la física… Porque el problema atañe tanto a las ciencias como a las letras. En el ámbito de los idiomas y en el de las ciencias sociales, se ha mejorado, pero hay que crear prioridades.

¿Qué debería hacer España que no está haciendo para apoyar la investigación?

La crisis se ha convertido en la culpable de todos nuestros males, pero antes de que se nos viniera encima, los problemas ya existían. Desde luego la financiación y la racionalización de los recursos es fundamental, pero también habría que hacer un uso más ponderado de los baremos entre ciencias puras y letras, y ciencias aplicadas, pues su grado de utilidad es diferente y hay proyectos que no la tienen a corto plazo, pero ello no significa que haya que dejarlos de lado.

¿Tiene remedio la crisis de las Humanidades o ya es una lucha imposible?

Prefiero ser optimista y creer que, trabajando y luchando, se gana. De todos modos las Humanidades pertenecen al mismo árbol que las ciencias, y unas y otras nos hacen más libres.

¿La política educativa en España, con todas sus leyes y vaivenes, se ha preocupado más por el método que por el contenido?

Creo que sí. En general se ha puesto más énfasis en la pedagogía de una disciplina que en la disciplina misma, y sin saber a fondo matemáticas o historia difícilmente se podrá enseñarlas bien por buenos métodos que se apliquen. Las sucesivas leyes de educación han demolido el antiguo proyecto ilustrado. Me refiero, claro, al modelo vigente desde la Ilustración, cuyo proyecto educativo, con todos sus vaivenes, se ha ido manteniendo hasta hace poco.

¿Cómo valora el nivel y la corrección del castellano que se habla en Castilla-La Mancha?

Estamos lejos de la idea renacentista en la que se imponía, al menos teóricamente, un modelo de habla sobre el resto. Sinceramente, no creo que la corrección haya que medirse por autonomías o regiones, sino atendiendo a otros factores sociológicos, como la edad, la educación, etc. La lengua es una partitura que se interpreta con distintas voces. Ahí está su riqueza. Ahora hay problemas que nos afectan a todos y que debemos tratar de solucionar, procurando respetar y mejorar un legado tan rico como el que nos dejaron nuestros antepasados. Los españoles debemos además mirarnos en el espejo de ese conjunto de 500 millones de hablantes al que pertenecemos y del que tenemos mucho que aprender.

¿Los académicos deben ser jueces del idioma o notarios que levanten acta de los usos?

Lo segundo, claro. Así es como lo vengo sosteniendo desde hace tiempo. Y en ello no hay nada nuevo. Al uso apeló Horacio y de la primacía del uso sobre la norma se hablaba ya en el Renacimiento. Ya lo decía Cervantes: “La discreción es la gramática del buen lenguaje que se acompaña con el uso”. Además la lengua está en constante transformación y son los hablantes quienes tienen la última palabra.

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