Huertos urbanos domésticos: seis razones para pensárselo antes de montar uno

Foto: Universidad Laboral de Gijón

Jordi Sabaté

Se acerca la primavera y se nos puede ocurrir pensar en montar un huerto urbano doméstico, que al fin y al cabo están de moda. Todos soñamos con ir a una gran superficie del bricolaje y adquirir uno para montarlo en ese balcón que tenemos desaprovechado o bien en la terraza, siempre vacía o el patio, que hasta ahora solo acumula trastos. Qué mejor que una hermosa albahaca, una menta o unos tomates que nos deleiten con su rojo intenso...

Aparentemente no son costosos, darán un toque de naturaleza a nuestro paisaje hogareño y quién sabe si nos salvarán de los vaivenes en el precio de las hortalizas gracias a que lograremos auto abastecernos. Bien: en realidad las cosas no son exactamente así y, no obstante estas instalaciones resultan una práctica creativa, pedagógica y gratificante, debemos ser conscientes de que hay ciertos aspectos que merecen una reflexión. Este artículo relata seis posibles inconvenientes de los huertos urbanos domésticos.

1. La contaminación por metales pesados y compuestos orgánicos

Es el inconveniente más serio y además quizá el más real y constante. Es una realidad que la contaminación de las ciudades por los motores de los coches, especialmente los motores diesel, está matando 15.000 personas cada año en España debido a las emisiones de óxidos de nitrógeno. A ellos hay que añadir las partículas ligeras de menos de dos micrómetros que pueden flotar en el aire y difundirse hasta que se depositan en las superficies.

Muchas de ellas son metales pesados, especialmente plomo. Por ejemplo, en un estudio de huertos domésticos en México DF se encontraron entre 0,7 y 3.6 miligramos de plomo por cada kilogramo de hojas secas de lechuga (mg/kg); en la col se hallaron de 1,7 a 2,3 mg/kg; en las zanahorias de 0,5 a 3 mg/kg y los tomates entre 1 y 3 mg/k.

Las cantidades pueden variar en función de la contaminación de cada ciudad, pero es innegable que las hortalizas actúan como acumuladores de metales. Otros, no tan abundantes pero también presentes, pueden ser el cromo, el mercurio o el cadmio. A ellos hay que añadir los compuestos orgánicos nitrogenados que se depositen en la superficie de las hortalizas, si bien se pueden eliminar lavándolas con jabón y agua caliente.

2. El gasto en agua puede dispararse

A diferencia de las plantas medicinales y aromáticas que usamos para sazonar nuestros platos, como el romero, el tomillo o la albahaca, las hortalizas son plantas de regadío que requieren un continuo aporte de agua. Por descontado, si nuestro huerto cabe en un balcón, el exceso en la factura a final de mes no se notará, pero si tenemos un patio grande, una azotea o una terraza extensa, que hemos cubierto con el huerto, el gasto puede subir, sobre todo en los meses de verano.

3. La inversión inicial puede ser notable

De nuevo aquí interviene la superficie que queremos cultivar: en un balcón este apartado no es significativo, pero si tenemos la ambición de ser soberanos desde el punto de vista alimentario en lo referente a vegetales y hortalizas, la ecuación debe estar equilibrada. Debemos tener en cuenta que los contenedores de los huertos, si son de madera o metal, deben ser tratados especialmente para soportar la humedad y los elementos corrosivos, entre los que puede estar el abono, por lo que son caros.

El precio del metro cuadrado de los cultivadores puede oscilar entre los 50 y los 100 euros, en función de los materiales en que esté construido, ya que si son de plástico todavía son más costosos. A ello hay que añadir el precio de la tierra de cultivo, que está alrededor 20 céntimos de euro por litro -en una jardinera cabe el equivalente a 50 euros de tierra más o menos-, los abonos, los tratamientos ocasionales, etc., que al detalle no resultan nada baratos. Así que si lo hacemos solamente por razones económicas, tal vez no salga a cuenta.

4. El desperdicio puede aumentar

Esto es algo que se aprende con la experiencia en huertos domésticos: el método es fundamental a la hora de sembrar, porque por pequeña que sea una semilla, cuando crezca puede aumentar hasta mil veces su tamaño. Así que si las plantamos al tuntún, todas juntas y sin medir el ritmo al que producirán su fruto, podemos vernos desbordados por una producción que no demos abasto para comer.

También puede ocurrir que las plantas nos salgan demasiado juntas y den lugar a plagas o acaben pudriéndose con la humedad. De este modo, en lugar de ser mas eficientes en la gestión de residuos, podemos aumentarlos. El mejor modo de evitarlo es trabajar con semilleros y luego replantar a la distancia conveniente, siempre usando solo dos o tres semillas en la siembra, por muy pequeñas que nos parezcan. Claro que el uso de semilleros vuelve a aumentar la inversión...

5. Pueden atraer insectos que pican

Obviamente por la polinización como por la llegada de diversa fauna que puede estar interesada en compartir las hortalizas con nosotros, podemos encontrarnos con que las avispas y otros insectos de picada dolorosa frecuenten nuestro huerto y acaben por colarse en casa. Si tenemos niños pequeños, deberemos vigilar para evitar problemas como shocks anafilácticos por reacción al veneno de la picada. Una buena idea es usar mosquiteras en cunas y camas en verano.

6. Pueden ser una fuente de epidemias

En la línea del apartado anterior, no es descartable que junto a abejas, avispas y otros insectos que por un lado puedan ser deseables pero por otro peligrosos, un huerto doméstico descuidado pueda ser fuente de epidemias como el zika en verano. El motivo podría ser el mosquito tigre, que ya se ha establecido en la costa mediterránea, que entre julio y octubre goza de un clima tropical, incluso a veces en periodos más largos.

Semilleros con agua, cultivadores y contenedores encharcados y con residuos orgánicos, son el espacio perfecto para que el mosquito tigre se reproduzca en pocas horas y extienda una población lo suficientemente amplia como para poder picar a una persona con zika y luego extenderlo a otras. En las ciudades mediterráneas, donde la densidad de población es alta, el nivel epidémico podría alcanzarse en pocos días.

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