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Los museos, como nunca antes los habías visto (en el cine)

Fotograma de El gran museo. Empleados de la galería cuelgan La torre de Babel (1563), de Peter Bruegel "el Viejo".

Joaquín Torán

Los museos quieren adaptarse a los tiempos y a las necesidades del público. Lo necesitan para su supervivencia y para la transmisión del legado cultural del que son celadores. “Los museos no son ajenos a las nuevas tecnologías y a ofrecer información más completa y accesible, y seguirán adaptándose a nuevos formatos y buscando ampliar los sectores de público”, afirma para eldiario.es Rafael García Serrano, conservador y exdirector del Museo del Traje de Madrid y del Museo de Santa Cruz, en Toledo. En aras de custodiar nuestra memoria artística, reto y objetivo de toda galería contemporánea, los museos se transforman en platós de películas.

El último documental que ha tenido un museo como protagonista ha sido Das große Museum (El gran museo, 2014), de inminente estreno en carteleras españolas. Es una invitación a ser espectador privilegiado de las obras de rehabilitación del Kunsthistorisches, la galería clásica por excelencia de Viena. Johannes Holzhauser, director salzburgués, rodó entre 2012 y 2013 las obras de acondicionamiento del museo, que no sólo modernizaron las salas sino también replantearon el emplazamiento de las distintas obras en catálogo.

El Kunsthistorisches es uno de los principales y más antiguos museos del mundo; de su opulencia y vistosidad da cuenta Holzhauser en cada uno de sus luminosos planos, en los que, con el único acompañamiento del sonido ambiente, recoge las excentricidades de sus trabajadores (sus desplazamientos en patinete por estrechos pasillos), las reuniones con patronos, la restauración de piezas de diversa factura (desde vajillas hasta mobiliarios, pasando por cuadros y molduras) y las interminables conversaciones para dirimir los mínimos detalles de futuro.

Das große Museum no ha sido el único documental actual en tratar una premisa similar, la de “abrir al público” un museo, con todos sus entresijos: en 2014, Frederick Wiseman (Boston, 1930) estrenó con buenas críticas National Gallery (Galería Nacional). Wiseman es un célebre documentalista político (Titicut Follies, 1967, sobre el sistema penitenciario, o High School [Escuela secundaria, 1968], sobre la educación estadounidense) y artístico (The Dance [La danza, 2009], sobre el ballet de París) que muestra en este filme su talento para la planificación y puesta en escena.

Wiseman estuvo doce días en la National Gallery y extrajo material para sus definitivos 130 minutos de metraje, que se pasan volando. A pesar de optar por los mismos sonidos ambiente y por el protagonismo anónimo de empleados y visitantes, presentó cada escena con un nervio del que carece la obra de Holzhauser. Sus planos son más largos, más sostenidos, pero enseñan circunstancias mucho más interesantes. Avalado por el renombre del director, se estrenó en España inmediatamente: primero en seis salas, que se ampliaron a otras veinte más conforme fue creciendo la demanda. Recaudó 74.861 euros y atrajo a 11.505 espectadores.

A pesar de las diferencias profundas que los separan en sus presuntos parecidos, ambos trabajos están hermanados por el deseo de ofrecer una nueva manera de contemplar, de acercarse a las obras que enseñan. Ni Holzhauser ni Wiseman sentencian, sino que dejan que sea el espectador quien extraiga sus propias conclusiones de lo que ve. La voluntad de aportar un cambio de perspectiva, y de incrementar la participación del espectador/visitante, es una de las pretensiones contemporáneas de cualquier museo del mundo.

“Una manera que no era técnicamente posible antes”

Esta pretensión es el motor de los trabajos de Phil Grabsky, director especializado en documentales artísticos para el cine y la televisión. Grabsky lleva más de 20 años produciendo, escribiendo y dirigiendo; con su productora Seventh Art Productions ha puesto en marcha la iniciativa Exhibition On Screen, en la que aprovecha el tirón de exposiciones mediáticas para rodar largometrajes orientados a un público masivo. Todos ellos “abren las galerías” protagonistas al gran público.

“Enseñamos el arte -asegura el director inglés al ser contactado por eldiario.es- en un modo que no era técnicamente posible antes, y de una manera que cualquiera pueda comprender”. Los trabajos de Grabsky son divulgativos, más cinematográficos en su construcción y estructura de la aparente improvisación de Wiseman o Holzhauser.

Tres de sus Exhibition On Screen han podido verse puntualmente en salas de diversas ciudades españolas (de hasta 11 comunidades), entre mediados de septiembre y finales de octubre, a razón de un día por cada documental: Matisse (17 de septiembre), Van Gogh: Una nueva mirada (8 de octubre), y Los impresionistas (29 de octubre). Versión Digital, la empresa valenciana especializada en la difusión del arte por medios digitales y encargada de su distribución española, ha confirmado, sin poner una fecha, que llegarán también los documentales basados en La joven de la perla (2015), cuadro de Vermeer, y en la obra de Rembrandt (2014),que forman también parte de la serie.

Grabsky afirma ir “a los lugares secretos de los artistas”. Es norma común en sus películas internarse en los sitios que tuvieron trascendencia en el crecimiento artístico de sus pintores analizados, o en aquellas galerías que aportan una mirada más global y completa sobre sus obras. Así ha actuado en Matisse (2014), documental planificado hasta sus últimos detalles.

Pionero en la ampliación de horizontes espaciales, Henri Matisse (1869-1954) fue figura central del arte del siglo XX. Iniciador del fauvismo, intérprete de los más dinámicos movimientos artísticos siempre presentes con modernidad en sus obras variopintas, pintor, escultor, dibujante y excelente colorista, fue en vida tan conocido y reconocido como Pablo Picasso, para quien era un maestro a admirar y a copiar con reverencia. Su última etapa, ya enfermo y postrado en silla de ruedas, fue objeto de una exposición a dos bandas, entre la Tate Modern de Londres y el MoMA de Nueva York: las dos galerías exhibieron el conjunto de vistosos y grandes recortes hechos a base de cartulinas de colores con los que adornaría las paredes de su estudio, el limitado mundo de sus últimos años.

En Matisse, la cámara hace un uso excelente de la superficie; más que desplazarse por ella, parece flotar alrededor. Las transiciones son livianas, el paso por las distintas salas ofrece una panorámica amplia, como si el espectador fuese un visitante especial que recorre ámbitos abiertos sólo para su mirada. Hay una gran vistosidad del color; la experiencia, muy cercana a Wiseman, es muy superior a una visita guiada.

Van Gogh y la tercera persona

Algo menos efectista, aunque igualmente lúcido, es el documental Van Gogh: Una nueva mirada (David Bikerstaff, 2015, pero producido y guionizado por Grabsky). Como su título indica, es una novedosa perspectiva sobre el pintor holandés a partir del repaso de la colección del museo dedicado a su memoria en Ámsterdam.

Narrado en tercera persona por un actor que lee la correspondencia entre el artista y su hermano Theo, marchante de arte al que estaba muy unido, e intercalado por fragmentos en los que se interpreta a Vincent Van Gogh (1853-1890), el documental se centra más en la austeridad que en la violencia de su objeto de análisis.

Numerosos especialistas del Museo de Ámsterdam, y también de su casa-museo de Arlés, donde quiso construir una gran fraternidad pictórica en base a su exigente creencia de un Arte total, y en la que acabó mutilándose y suicidándose, desgranan las claves para entender a uno de los mayores genios incomprendidos de su época: en vida, Van Gogh sólo vendió unos pocos cuadros; sería la labor de su hermano la que revalorizaría sus pinturas. El espectador, cobijado desde los muros de la capital holandesa o en Arlés, pasea por superficies asépticas, que respiran una paz desmentida por la virulencia de los trazos del holandés. Las salas equilibran las obras. Las apaciguan.

Los impresionistas, en general

Paradójicamente, el documental más “colorista” a priori, por el tema tratado, es también el más gris: Los impresionistas (Phil Grabsky, 2015) se centra tanto en las figuras principales del movimiento que revolucionó la historia de la pintura como en la persona que los “creó”, el marchante Paul Duran-Ruel, al que los museos de Orsay (París), de Filadelfia y la National Gallery dedicaron exposiciones complementarias.

Monárquico desfasado, instintivo y perseverante, Durand-Ruel apostó por el grupo impresionista, aun a costa de su fortuna familiar, cuando la opinión pública europea les era adversa. Renovador de la mercantilización artística, al conseguir mejores ventajas para sus pintores, Durand-Ruel estableció los parámetros del arte moderno. A su muerte, en 1921, poseía una colección privada de más de 11.000 cuadros, en su mayoría firmados por Pisarro, Monet, Manet, Degas o Sisley.

Los impresionistas recorre las tres exposiciones y hace hincapié en la narrativa con la que cada galería ha dispuesto las obras. Es el documental que da mayor importancia al montaje expositivo, aquel en el que, a través de una triple comparación, mejor se entiende el lenguaje que “hablan” las distintas pinacotecas. Las instalaciones no interfieren en la observación cotidiana de los pintores, en su vitalismo, en la luz que emana de sus cuadros. Grabsky rueda con tanta reverencia que a veces aburre.

Los museos seguirán cumpliendo su función de transmisión de la cultura. Son los santuarios de grandes artistas, así como escenarios predilectos para la grabación de películas. Las guías virtuales y los documentales consienten ahora disfrutarlos desde casa. A fin de cuentas, como reivindica Grabsky, “los grandes cineastas saben que la audiencia no va a cansarse jamás de las vidas de Van Gogh, Manet o Rembrandt”. Ni de los lugares secretos que guardan su legado.

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