Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Feijóo se alinea con la ultra Meloni y su discurso de la inmigración como problema
Israel anuncia una “nueva fase” de la guerra en Líbano y crece el temor a una escalada
Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Dios ha muerto: plantando la semilla del diablo

Laturbadora imagen de un carrito de bebé en llamas protagoniza loscarteles de la nueva edición del Festival de Sitges, que este añoevoca el nacimiento del mal. Un guiño cómplice a Lasemilla del diablo(Román Polanski), película que hace 45 años redefinió el cine deterror y aún sigue provocando pesadillas. ¿Cómo se explica que nohaya perdido su capacidad de impacto? Lasobras maestras del cine de terror, más allá de sus excesossanguinolentos y su probada capacidad para dilatar pupilas y liberarendorfinas, se han mostrado tradicionalmente eficaces a la hora detraducir a celuloide las ansiedades y miedos del momento en que sonfilmadas. Lasemilla del diablocondensa en 136 minutos el desconcierto de la sociedad estadounidensede finales de los 60. Para empezar, expresa mejor que ningún otrapelícula del periodo la controversia en torno a sexualidad yreproducción de aquellos años, motivada en gran parte por lacomercialización de la píldora anticonceptiva en mayo de 1960. Parasalvar su matrimonio, Rosemary y Guy Woodhouse deciden tener un niño,misteriosamente engendrado tras una pesadilla de la muchacha en laque es violada por una entidad diabólica. A pesar de las muyfundadas sospechas de Rosemary de que lleva en sus entrañas al hijodel demonio, las presiones del entorno afectivo y profesional leobligan a seguir adelante con el embarazo, privando a la joven de laposibilidad de abortar para no poner en riesgo su salud. ¿Se correaquí el riesgo de sobreinterpretar el poso sociológico de lapelícula? No lo parece, atendiendo a las recientes declaraciones dePolanski en el último festival de Cannes: “La píldora ha cambiadomucho a la mujer de nuestro tiempo, la ha masculinizado”.

Comoexplica David J. Skal en MonsterShow. Una historia cultural del horror (Valdemar,2008), a partir de Lasemilla del diablo elútero materno se convierte en nuevo nicho cinematográfico del queemerge el terror. No tardarían en llegar producciones de génerocada vez más turbias en las que inteligencias artificialesinseminaban a mujeres con fines procreativos –Engendromecánico(Donald Cammell, 1977)- y, rizando el rizo de la suspensión de laincredulidad, violaciones perpetradas por entidades sobrenaturales:Elente (SidneyJ. Furie, 1982). También reflexiones de trazo grueso, protagonizadaspor bebés mutantes de tendencias asesinas, sobre los efectos defármacos como la Talidomida, que durante años se expendió de formalegal para aplacar las nauseas de los primeros meses de embarazo yfue responsable de miles de malformaciones congénitas. ¡Estoyvivo!(Larry Cohen, 1974), una de las cintas más polémicas del momento,fue interpretada en clave de proclama antiabortista, pero tambiéncomo alegato sobre la libre elección de la mujer, siempre según laspreferencias ideológicas del espectador a quien se preguntara. En elfondo, la estirpe de Lasemilla del diabloreformula el tradicional enfoque fálico de cierto cine de terror, enel que se castiga a la mujer por una sexualidad concebida comoamenaza.

Balada triste de Anton LaVey

Lasemilla del diablo contieneasimismo numerosos guiños a la contracultura de finales de los 60,revolución ideológica a la que se adscribieron miles de jóvenesdesencantados con la falta de respuestas de Iglesia y el Estado a lacrisis del capitalismo. Son los años en los que las teologías másradicales se plantean la muerte de Dios -como se insinúa en lacelebérrima portada de Timeque ojea Rosemary- y se certifica la transformación del sueñoamericano en pesadilla, tal y como alertaba el escritor Norman Maileral término de la farmosa marcha sobre Washington de 1967. Dios, o eldiablo, bendiga la cultura del éxito, aunque se dejen cadáveres enel camino. Un credo que se aplica a pies juntillas Guy Woodhouse, quepara progresar en su mediocre carrera como actor no duda en firmar unfaústico pacto con el demonio que le costará la salud física ymental a su joven esposa.

Personajescomo el ocultista Anton LaVey nunca se consideraron parte delmovimiento contracultural, pero aprovecharon las brechas del sistemapara expandir su propio ideario, radicalmente opuesto a los valorescatólicos. LaVey, autor de una muy polémica biblia satánica, notardó en convertirse en icono pop, venerado por estrellas de lacanción y el fotograma. El 30 de abril de 1966, este fundador de laIglesia de Satán proclamaba el advenimiento del año I del reino deSatanás. Tan sólo dos años después, Polanski replicaba enfotograma el nacimiento del anticristo. El director de Lasemilla del diablono sólo se saltaba la norma no escrita del cine de terror según lacual la normalidad ha de ser restaurada una vez exterminado yextirpado el mal. También ironizaba en clave negrísma sobre losprincipales dogmas católicos. Rosemary acabameciendo la cuna del hijo de Satanás mientras le mira con maternaldulzura, al son de una nana entonada por la propia Mia Farrow. LaNational Catholic Office for Motion Pictures condenó la película deinmediato “porsu uso perverso de creencias cristianas fundamentales, especialmenteen relación al nacimiento de Cristo, y su burla de personas yprácticas religiosas”. LaVey, por cierto, nunca prestóasesoramiento técnico ni asomó su mefistofélica calva por lapelícula, como se ha apuntado en varias ocasiones. Es sólo una delas sabrosas leyendas urbanas erigidas en torno a Lasemilla del diablo,a mayor gloria turística del presuntamente maldito Edificio Dakotadonde fue rodada. Tampoco es cierto que a Alfred Hitchcock se lepropusiese dirigir la película, aunque salivemos imaginando de quéhubiera sido capaz.

Note fiarás del vecino del Quinto

PeroLasemilla del diablotambién reúne un buen puñado de paranoias urbanitas del momento.La resaca del verano del amor fue dura para los habitantes de lasgrandes ciudades: alarmantes índices de pobreza y desempleo,millones de robo con intimidación, cientos de miles de violaciones yunas fuerzas de seguridad desbordadas por la falta de efectivos.Silenciados los tambores de guerra a escala mundial, el cine deterror ya no verbalizaba su miedo al otro en forma de monstruosprovenientes de folclóricos pueblos centroeuropeos, como sucediódurante el periodo de entreguerras con personajes clásicos de laUniversal como Drácula o la criatura de Frankenstein.

Elnuevo horror, como dejó sentado Alfred Hitchcock en Psicosis(1960), se encontraba mucho más cerca de nosotros. Podía estarpersonificado en el vecino de la puerta de al lado o en esa pareja deviejecitos encantadores del quinto piso. Polanski fue aún un pasomás allá, como explica Montserrat Hormigos, autora del libro Lasemilla del diablo(ediciones Octaedro, 2003), al “proponer una metáfora del hogarcomo elemento siniestro, que muta de nido de intimidad y proteccióna habitat propicio para el desarrollo de todo tipo de psicopatologíasurbanas”. Aún peor, los vecinos ya no pueden proporcionar consueloy ayuda como antaño. En las violentas urbes de finales de los 60 sehan reconvertido en “elemento de intromisión de intimidad” odirectamente en emisarios del mal. Los entrañables Roman y MinnieCastavet, con los que Guy Woodhouse no tarda en forjar una sospechosaamistad, y que parecen desvivirse por el bienestar de su jovenesposa, son en realidad embajadores del diablo. A Polanski no leresultaba ajeno este tipo de material. Ya había explorado laangustia contemporánea en Repulsión(1965) y para su primera película norteamericana continuóexplorando algunos de los nuevos miedos urbanos, que volvería aretomar en Elquimérico inquilino (1976),con la que cierra su emblemática 'trilogía de los apartamentos'.

Polanskiadaptó casi al pie de la letra la novela homónima de Ira Levin,incluyendo su carga de sátira socio-religiosa, con una diferenciafundamental: el libro da por sentado el hecho sobrenatural, pero eldirector polaco juega a la ambigüedad: ¿estamos asistiendorealmente a la llegada del anticristo o a los desvaríos de unamuchacha que ve tambalearse su fe y su estabilidad vital ysentimental? Su estilo de dirección contribuye a la confusión.Polanski nunca muestra directamente el terror, que sólo conocemos através de las miradas de pavor de Rosemary. “¿Qué le habéishecho a sus ojos”, se pregunta la muchacha cuando se acerca contemor a la cuna negra donde duerme su pequeño y contempla porprimera vez un rostro que se esconde al espectador. Al leer la novelade Levin sabemos que esos ojos son de color amarillo, pero tambiénque el bebé tiene garras “muy bonitas, diminutas y perladas”,aunque lleve guantes para evitar “que no se arañe a sí mismo”.Por descontado, el recién nacido también luce cuernos y raboincipientes.

Sunombre es Legión

Lasemilla del diablo nofue la primera película en lidiar con el advenimiento delanticristo, pero su éxito allanó el camino para una oleada deproducciones que conectaban horrores sobrenaturales con terroresmucho más cotidianos. Producciones como Elexorcista(William Friedkin, 1973) y Laprofecía(Richard Donner, 1976), más allá de pústulas y encarnaciones delMaligno en pantaloncitos cortos, en el fondo abordaban asuntos tancoyunturales como la crisis de la familia -con hijos convertidosliteralmente en la encarnación del mal, para desesperación de unospadres que ya no son capaces de reconocerles- y el colapso delsistema de valores tradicional. A diferencia de las mismas, Lasemilla del diablonunca conoció continuación oficial, si exceptuamos el flojísimotelefilm Look´swhat happened to Rosemary´s baby (SamO'Steen, 1976), en el que Polanski y Levin no tuvieron nada que ver,y que narra los años adultos de un retoño de Satán que no parecemuy satisfecho con su condición. Hace cinco años corrió el rumorde que Michael Bay, a través de su productora Platinum dudes, se ibaa encargar del remake,al igual que hizo con otras obras maestras del terror políticonorteamericano como Lamatanza de Texas (TobeHooper, 1974). Si nada lo impide, sí asistiremos a una nueva versióndel nacimiento del mal, sólo que esta vez en pequeña pantalla,según amenazan los directivos de la NBC. Después de todo, muchos delos miedos que plantea la película vuelven a estar de dolorosaactualidad.

Laturbadora imagen de un carrito de bebé en llamas protagoniza loscarteles de la nueva edición del Festival de Sitges, que este añoevoca el nacimiento del mal. Un guiño cómplice a Lasemilla del diablo(Román Polanski), película que hace 45 años redefinió el cine deterror y aún sigue provocando pesadillas. ¿Cómo se explica que nohaya perdido su capacidad de impacto? Lasobras maestras del cine de terror, más allá de sus excesossanguinolentos y su probada capacidad para dilatar pupilas y liberarendorfinas, se han mostrado tradicionalmente eficaces a la hora detraducir a celuloide las ansiedades y miedos del momento en que sonfilmadas. Lasemilla del diablocondensa en 136 minutos el desconcierto de la sociedad estadounidensede finales de los 60. Para empezar, expresa mejor que ningún otrapelícula del periodo la controversia en torno a sexualidad yreproducción de aquellos años, motivada en gran parte por lacomercialización de la píldora anticonceptiva en mayo de 1960. Parasalvar su matrimonio, Rosemary y Guy Woodhouse deciden tener un niño,misteriosamente engendrado tras una pesadilla de la muchacha en laque es violada por una entidad diabólica. A pesar de las muyfundadas sospechas de Rosemary de que lleva en sus entrañas al hijodel demonio, las presiones del entorno afectivo y profesional leobligan a seguir adelante con el embarazo, privando a la joven de laposibilidad de abortar para no poner en riesgo su salud. ¿Se correaquí el riesgo de sobreinterpretar el poso sociológico de lapelícula? No lo parece, atendiendo a las recientes declaraciones dePolanski en el último festival de Cannes: “La píldora ha cambiadomucho a la mujer de nuestro tiempo, la ha masculinizado”.

Comoexplica David J. Skal en MonsterShow. Una historia cultural del horror (Valdemar,2008), a partir de Lasemilla del diablo elútero materno se convierte en nuevo nicho cinematográfico del queemerge el terror. No tardarían en llegar producciones de génerocada vez más turbias en las que inteligencias artificialesinseminaban a mujeres con fines procreativos –Engendromecánico(Donald Cammell, 1977)- y, rizando el rizo de la suspensión de laincredulidad, violaciones perpetradas por entidades sobrenaturales:Elente (SidneyJ. Furie, 1982). También reflexiones de trazo grueso, protagonizadaspor bebés mutantes de tendencias asesinas, sobre los efectos defármacos como la Talidomida, que durante años se expendió de formalegal para aplacar las nauseas de los primeros meses de embarazo yfue responsable de miles de malformaciones congénitas. ¡Estoyvivo!(Larry Cohen, 1974), una de las cintas más polémicas del momento,fue interpretada en clave de proclama antiabortista, pero tambiéncomo alegato sobre la libre elección de la mujer, siempre según laspreferencias ideológicas del espectador a quien se preguntara. En elfondo, la estirpe de Lasemilla del diabloreformula el tradicional enfoque fálico de cierto cine de terror, enel que se castiga a la mujer por una sexualidad concebida comoamenaza.

Balada triste de Anton LaVey

Lasemilla del diablo contieneasimismo numerosos guiños a la contracultura de finales de los 60,revolución ideológica a la que se adscribieron miles de jóvenesdesencantados con la falta de respuestas de Iglesia y el Estado a lacrisis del capitalismo. Son los años en los que las teologías másradicales se plantean la muerte de Dios -como se insinúa en lacelebérrima portada de Timeque ojea Rosemary- y se certifica la transformación del sueñoamericano en pesadilla, tal y como alertaba el escritor Norman Maileral término de la farmosa marcha sobre Washington de 1967. Dios, o eldiablo, bendiga la cultura del éxito, aunque se dejen cadáveres enel camino. Un credo que se aplica a pies juntillas Guy Woodhouse, quepara progresar en su mediocre carrera como actor no duda en firmar unfaústico pacto con el demonio que le costará la salud física ymental a su joven esposa.

Personajescomo el ocultista Anton LaVey nunca se consideraron parte delmovimiento contracultural, pero aprovecharon las brechas del sistemapara expandir su propio ideario, radicalmente opuesto a los valorescatólicos. LaVey, autor de una muy polémica biblia satánica, notardó en convertirse en icono pop, venerado por estrellas de lacanción y el fotograma. El 30 de abril de 1966, este fundador de laIglesia de Satán proclamaba el advenimiento del año I del reino deSatanás. Tan sólo dos años después, Polanski replicaba enfotograma el nacimiento del anticristo. El director de Lasemilla del diablono sólo se saltaba la norma no escrita del cine de terror según lacual la normalidad ha de ser restaurada una vez exterminado yextirpado el mal. También ironizaba en clave negrísma sobre losprincipales dogmas católicos. Rosemary acabameciendo la cuna del hijo de Satanás mientras le mira con maternaldulzura, al son de una nana entonada por la propia Mia Farrow. LaNational Catholic Office for Motion Pictures condenó la película deinmediato “porsu uso perverso de creencias cristianas fundamentales, especialmenteen relación al nacimiento de Cristo, y su burla de personas yprácticas religiosas”. LaVey, por cierto, nunca prestóasesoramiento técnico ni asomó su mefistofélica calva por lapelícula, como se ha apuntado en varias ocasiones. Es sólo una delas sabrosas leyendas urbanas erigidas en torno a Lasemilla del diablo,a mayor gloria turística del presuntamente maldito Edificio Dakotadonde fue rodada. Tampoco es cierto que a Alfred Hitchcock se lepropusiese dirigir la película, aunque salivemos imaginando de quéhubiera sido capaz.

Etiquetas
stats