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No quedan pistoleras en el Oeste como las de Johnny Guitar

Johnny Guitar, la pistolera primigenia de Joan Crawford

Mónica Zas Marcos

Sergio Leone concebía a la mujer como un bonito objeto decorativo entre sus malolientes pistoleros y la sobriedad del desierto. El western había nacido como un género de machos donde la femineidad era un molesto atrezzo que debía permanecer detrás de la barra de un burdel. Así, todas las secundarias del maestro italiano habían sido llamadas a representar la doble fantasía sexual, entre la prostituta y la madonna, que reinaba en el Oeste más carroza. Los diálogos de dos líneas y los marcados corsés eran la tónica habitual que se demandaba en las salas de cine. Pero tuvo que llegar Claudia Cardinale a obrar el cambio en Hasta que llegó su hora con su primer papel protagonista.

Su soberbia Jill consiguió aunar los aspectos más idealizados de una madre con las obligatorias subidas de tono que establecía Hollywood en sus guiones. Este nuevo Sergio Leone abrió -sin quererlo- las puertas del saloon a unas mujeres que apretaban gatillos y se arrancaban las plumas de la cabeza para colocarse un sombrero texano. Pero tampoco conviene idealizar este episodio. Poner a una mujer con estética old west al frente de la pantalla no significa que la película vaya a ser feminista. Y si no que se lo digan a Gavin O'Connnor, director de La venganza de Jane, el nuevo spaguetti western que llega mañana a nuestras salas.

Al equipo no se le cayó la palabra feminismo de la boca durante toda su gira promocional por Estados Unidos. Quizá porque necesitaban un subtítulo adecuado para la traducción original de la cinta: Jane tiene una pistola (Jane got a gun). Aunque su protagonista esté armada y tenga una personalidad ingeniosa y autosuficiente, la película termina siendo una plañidera de cosas horribles que le pueden pasar a una mujer en el salvaje Oeste. “A menos que el criterio para establecer que algo es feminista sea que 'contiene una mujer', La venganza de Jane no es la nueva Tomates verdes fritos. Puede que esta misma confusión sea el problema de comerciar con la marca del feminismo”, dicen en The Guardian.

La batalla de esta madre cabreada termina difuminándose entre flashbacks y planos soleados que -sorpresa- eclipsan su figura tras la de un antiguo amante. Esto no quiere decir que deban desaparecer todos los personajes masculinos del argumento para que destaque la protagonista. Pero usar un trauma sexual como hilo conductor del argumento es una maniobra trillada que no siempre funciona, como bien demuestra el caso de Thelma y Louise. Así que Jane aún tiene mucho que aprender de esas pioneras que empuñaron pistolas y abrieron un camino difícil a otras heroínas que el neowestern no ha sabido aprovechar.

Las primeras mudas del Oeste

Podría parecer que la visión cinematográfica del sexo débil en el Nuevo Oeste viene ligada a sus raíces históricas, asunto que ya intentó rebatir el investigador Dee Brown. Los mitos de los orígenes de América están plagados de antihéroes que imponen el orden con la ley de sus pistolas y juegan a las cartas, mientras que las mujeres entretienen tanto a forajidos como a sheriffs con sus espectáculos de cabaret. Pero mucho peor era el rol de madre abnegada. Estas madonnas no conocían más libertad que la del patio trasero de la cocina, donde esperaban con el plato caliente en la mesa y agua oxigenada para curar las heridas de sus maridos.

Tuvo que venir el cine mudo para echar -moderadamente- por tierra estos estereotipos e imponer el papel de la mujer en Calamity Anne o Tempest Cody. Esta preponderancia tampoco fue fruto del azar, puesto que detrás de los fajos de billetes y la producción se escondía Texas Guinan, la actriz más prolífica del género en los años 20. Como cuentan en Gonzoo, Guinan quedó tan fascinada por el cabaret de sus westerns que lo abandonó todo para impulsar su propia franquicia de clubes nocturnos.

Nadie hizo sombra a esta pistolera reconvertida en madamme hasta bien entrados los años 40. Fue entonces cuando Hollywood revisitó a su manera las masacres de las tribus indígenas mediante el reflejo de una sociedad salvaje e indómita. En este caso, la industria centró sus esfuerzos en maquillar el papel de los indios e indultar a las mujeres blancas. Belle Starr rescataba las aventuras de la bandida más estudiada de los Estados Unidos en una versión algo mojigata y ficticia. El director Irving Cummings invirtió los roles en la típica historia de canallas que roban a los ricos por el bien de los pobres. Lamentablemente, tanto en el celuloide como en el papel, la vida de Starr quedó convertida en un simple culebrón de triángulos de amor bandolero.

Pero lo mejor de esta hornada de féminas de armas tomar llegó al albor de la mitad de siglo. Caravana de mujeres, haciendo honor a su nombre, representa las peripecias de quienes recorrían miles de kilómetros para convertirse en esposas forzadas de los dueños de los ranchos. Estas fantásticas protagonistas, sin embargo, tenían un par de ases en la manga: llevaban pistolas y muchas ganas de venganza en la recámara.

Más femeninas que feministas

Las producciones de la Meca del cine de los años 50 estuvieron rodeadas de circunstancias. La sociedad estadounidense vivía las secuelas de la reciente Segunda Guerra Mundial y el televisor se implantó con fuerza en los hogares acabando con la hegemonía del séptimo arte. Los peces gordos tuvieron que enfrentarse a la decadencia con géneros caramelizados para contrarrestar la sequía en taquilla. Las radiantes Maureen O'Hara, Marlene Dietrich y Joan Crawford fueron llamadas para dar un toque de color a un género que necesitaba olvidarse de su pasado infantil y zafio.

Empezaron a proliferar las mujeres que salían de los fogones para ponerse al mando de las tabernas y mantener a raya a los borrachos. Estas nuevas musas del Oeste sabían alzar los rifles como soldados, pero siempre cuidando su elegancia hasta el último detalle. La pelirroja de Wyoming y Encubridora son los ejemplos que mejor engloban la dualidad de una mujer que se mueve entre dos ambientes fronterizos: la indómita y la romántica que sueña con un final de fábula.

Quizá quien consiguió escapar de estos lugares comunes fuese Joan Crawford en Johnny Guitar. Nadie pone en duda que el filme tendría que haberse titulado Vienna por su irreverente protagonista. Incluso podría haber tomado el nombre de la pistolera más pérfida interpretada por Mercedes McCambridge. Pero, a pesar de ser considerado el primer western feminista, las motivaciones de los personajes femeninos continúan siendo tan carnales que ni soñarían con superar el test de Bechdel. Por lo menos hay que admitir que el brutal duelo entre las dos rivales -por el amor de un hombre, claro- siempre será una de las mejores escenas que nos ha regalado el cine.

Lo mejor del neowestern

El renacer del western en los 90 hizo que la espectacular Suzy Amis se metiera en la piel de Josephine Monaghan, una joven expulsada del seno familiar por tener un hijo fuera del matrimonio. En La balada del pequeño Jo, que se estrenó en 1993, subyace el color morado y feminista de la mujer que se ve obligada a abrirse camino en un mundo típicamente dominado por hombres. Y como muestra vale un botón: Monaghan tendrá que disfrazarse de pistolero para conseguir imponer su propia ley.

Veinte años después vendría The Salvation. Dirigida por el danés Kristian Levring y protagonizada por Eva Green, la cinta desvirtuó ligeramente nuestras costumbres con su reparto nórdico y un rodaje muy europeo. Aunque nunca llegó a las salas españolas, se configuró como un neowestern sublime gracias a la perversión hasta el absurdo de todos los componentes clásicos del género. Green representa a una viuda retorcida y antigua prisionera de unos indios que le cortaron la lengua. Su violencia desaliñada, a pesar de no emitir ni un sonido en todo el metraje, se alza como elemento fundamental entre la peor calaña del desierto.

La última reseñable fue Valor de Ley, con Hailee Steinfeld persiguiendo a diestro y siniestro a todo el que se le ponía por delante. La otra adaptación de la novela de Charles Portis centra la trama en Mattie Ross, una niña que jura vengar la muerte de su padre aliándose con lo mejor y lo peor del Lejano Oeste: un borracho y un policía. John Wayne no lo habría hecho mejor.

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