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Iain Sinclair: Las verdades del pasado son las predicciones del futuro

Iain Sinclair

Marta Peirano

“Ante los hechizos del capitalismo, Sinclair aplica sus propios hechizos”. Eso decía Servando Rocha ayer, en el encuentro que organiza La Casa Encendida en torno a la vasta obra literaria, ensayística y cinematográfica del autor. Y es exacto y apropiado porque la obra de Iain Sinclair es un tratado de iluminación curativa, una arqueología de lo humano que busca los mitos fundacionales de lo urbano -sus cementerios indios- y los invoca como método para cartografiar lo contemporáneo y diagnosticar sus patologías. Sobre los templos del sol y otras masas de densidad simbólica, él señala los puntos de crisis, los espacios entre lo que la ciudad quiere ser y lo que sus habitantes quieren hacer con ella.

Y, sobre todo, lucha contra la magia negra del capital, los símbolos un Londres faraónico que “sólo existe virtualmente, espacios generados por ordenador que no existen realmente”. Estructuras como la autopista M25 o The Shard, “edificios tan narcisistas que sólo pueden reflejarse a sí mismos”. Contra esto, Sinclair opone su magia blanca y blakeana, de la mirada como una magia de luz interna capaz de re-encantar el mundo, un proceso chamánico que cura con su capacidad de ver.

Como muestra, los madrileños pueden disfrutar de sus documentales, que se proyectan como parte del ciclo que le dedica La Casa Encendida. Y todos pueden leer los ensayos que publica en España -extrañamente, por primera vez- bajo el título La Ciudad de las Desapariciones, antologado y traducido por Javier Calvo para Alpha Decay. Un libro imprescindible para aquellos interesados en el municipalismo y el impacto del desarrollo urbano sobre las sociedades y culturas. Porque no hemos dicho lo más importante sobre Iain Sinclair: además de chamán, es uno de los mejores escritores vivos en lengua inglesa, un heredero de William Blake y de Charles Dickens contaminado con la modernidad de William Burroughts y GJ Ballard.

“Debería llamarse La Ciudad de las Reapariciones -bromea Iain Sinclair, recién aterrizado y de un excelente humor- porque son como pequeños fantasmas de mi pasado que suben a la superficie en otra ciudad en otro país”. Le gusta el mapa. Cuando le digo que la traducción también es buena, se pone especialmente contento. “Soy muy difícil de traducir. Me gusta imaginar que lo que yo hago suena mejor en español”. Lo que el hace ha sido descrito de manera persistente como “psicogeografía” pero no le gusta la etiqueta “porque es anacrónico: la psicogreografía es una idea que surgió en el Paris de los 50 y 60 y está específicamente vinculado a los situacionistas. Cuando llegó al Londres de los 80 se empezó a usar como un chiste. Y ahora cualquier cosa que tenga que ver con ciudades y caminar se llama ”psicogrografía“. Es un poco molesto, pero se me ha pegado. Qué le vamos a hacer”.

¿Y cómo lo describiría él?

Topografía profunda. Me parece un término más descriptivo para lo que hago, que es como una novela de espías que tiene la ciudad como investigación. Thriller urbano documental. Porque la intención es crear una mitología de la ciudad que le haga de contrapeso a la mitología política, al Gran Plan. Porque sobre Londres se estaba proyectando una ciudad generada por ordenador, todo virtual. Todo tenía que ver con las Olimpiadas, grandes bloques de apartamentos y producir grandes imágenes de cosas que no existen para convencer a la gente de que son reales. Y, como parte del mismo proceso, borrar la historia. O elegir la parte de la historia que te conviene, que quieres mostrar. Así que intenté celebrar las partes más oscurecidas de la historia, hacer una inversión de ese gran plan. Quería encontrar a los insurgentes, anarquistas, gente que había trabajado la ciudad a su manera y contar sus historias.

Su propuesta tiene un paralelismo claro con la de Jane Jacobs en Muerte y Vida de las grandes ciudades, también recién publicado en castellano. La misma preocupación por diseños ideales y virtuales de la ciudad, el mismo interes por reconocer la ciudad desde abajo, paseando, hablando con los vecinos y conociendo su historia.

Si, es muy similar. ¡Incluso en los 60! Lo que importa es encontrar a los testigos y recoger sus historias, porque la cultura de los barrios desaparece muy rápidamente. Y el proceso es siempre el mismo: hay zonas empobrecidas que atraen a los artistas con sus alquileres bajos y sus espacios abiertos y que crean una cultura de barrio. Pero, en el momento en el que ellos aparecen, llegan los promotores, los constructores a capitalizar esa cultura que ha vuelto el barrio “interesante”.

En poco tiempo, todas esas zonas industriales que se habían convertido en talleres y estudios de artistas se convirtieron a su vez en lofts, echando a los artistas y, con ellos, a los vecinos de toda la vida. Ya nadie se puede permitir vivir en su barrio de siempre.

Y se convierten en barrios fantasma.

Sí, porque esos lofts ahora están vacíos. Los compra gente en china o Malasia como inversión y nadie llega nunca a vivir en ellos. El precio del suelo sube, no necesitan alquilar. Si tu hubieras comprado un apartamento en Hackney hace seis meses, hoy ya valdría 200.000 libras más de lo que tu pagaste. Asi que mi barrio está lleno de estos enormes complejos de apartamentos modernos, completamente vacíos. Y lo mismo pasa con Chelsea, con Kengsinton, con las partes más hip de la ciudad: están vacíos. Son zonas de inversión. Y los vecinos se han ido a la costa, donde aún se puede vivir.

Usted habla mucho de cómo el Londres que conoce está siendo reemplazado por otra ciudad diferente por culpa de los Grandes Proyectos: las olimpiadas, la autopista. Pero ¿no ocurre lo mismo en las ciudades incluso cuando no hay proyecto?

Sí, pero porque son cortinas de humo. Se supone que son las Olimpiadas pero por supuesto que es Westfield troceando el parque urbano en grandes centros comerciales, tiendas monumentales. Se convierten en pseudociudades: no puedes coger un tren ni acceder al parque sin pasar por un enorme centro comercial. Si llegas a la estación de Strafford no puedes ir a ningún sitio sin pasar por todas estas tiendas. Lo mismo pasa con The Shard (un rascacielos construido en el distrito de Southwark, antes llamado London Bridge Tower), que se construyó sobre la estación central de Londres y la hizo colapsar completamente.

Las grandes ciudades cada vez se parecen más a los aeropuertos: sitios llenos de gente atrapada donde no se puede ir a ningún lugar ni recoger tu maleta sin atravesar kilómetros de tiendas.

Exacto: toda la nueva arquitectura aspira a ser como un aeropuerto. Y el aeropuerto es una oportunidad de consumir porque la gente está atrapada dentro durante horas, y están ansiosos y preocupados por volar y vagan por los pasillos comprando cosas, conviertiendo los viajes en esta experiencia de consumo compulsivo. ¡Y lo mismo pasa con los hospitales! Se han llenado de cafes y de tiendas y hasta cines. Y lo mismo pasa con las Universidades, que han caído en manos de las promotoras: Macdonnalds, Burger King, Waterstones. Entras y estan todas estas marcas genéricas, parecen una ciudad dormitorio.

Y la burocracia también se ha quintuplicado: si quiero dar una charla en una Universidad británica tengo que mostrarles mi pasaporte, por si acaso estoy colándome en el pais de manera ilegal (risas). Tengo que rellenar diez páginas de formularios para cobrar la miseria que te pagan por dar una pequeña charla.

Desde un punto de vista arquitectónico, los aeropuertos y los hospitales son el mismo tipo de construcción: un espacio de tránsito lleno de gente desesperada que sabe a dónde ir pero no sabe cómo.

Es eso, un marco de terror, paranoia y agotamiento. Es exactamente demasiado cálido, hay plantas y árboles a tu alrededor pero nada de luz natural, no sabes si es de día o de noche...Y la gran ciudad es ese tipo de lugar de partida genérico. Y en la sombra de este modelo, la gente se va a vivir a los parques, a las estaciones abandonadas. Cada cajero automático tiene alojado a una persona sin hogar con sus perros; la ciudad moderna se ha convertido en la ciudad victoriana, la parte empobrecido de la ciudad es cada vez más gótico. Más invisible. Esa es la ciudad de las desapariciones, una ciudad donde ya no vemos a cierta gente.

El otro día me fuí hasta el Shard, esta enorme estalagmita, el edificio más alto de Londres, y usé su altura para hacer un radio sobre su propio eje y recorrerlo a pie. Lo primero que me encontré fue el lugar donde estaba la prisión de Marshalsea, la prisión de morosos que aparece en La Pequeña Dorrit de Dickens. En el Londres victoriano, lo que pasaba si contraías una deuda -como le ocurrió al padre de Charles Dickens- era que te encerraban en esta prisión. Pero no era una cárcel con celdas sino más bien una residencia de la que no podías salir. Si tenías dinero, te tocaba una buena habitación; si no, te hacinaban en una habitación con el resto de los pobres.

Y lo primero que le pasó a esta prisión fue precisamente que la privatizaron. El hombre que tenía las llaves la compró y empezó a sacarle provecho vendiéndole comida a los prisioneros y otras cosas. Buen dinero. Y es por casualidad que me encuentro con esta cárcel PERO antes había una sección del antiguo muro con un pqueño parque enfrente y una placa que contaba la historia del lugar. Pero fui a buscarlo y ya no está: un gran bloque de oficinas ha sepultado toda memoria del lugar.

Hay que desenterrar estas historias o la ciudad se disuelve delante de tí. Quieres contar la historia y ya no está. A dos calles de allí está el lugar donde Geoffrey Chaucer empieza su camino en los Cuentos de Canterbury. Y antes había un callejón con una pequeña placa que decía: aquí estaba la Tabard Inn de los Cuentos de Canterbury. Pero le quedan dos días porque están construyendo una extensión del Hospital, un ala que concuerda perfectamente con el tipo de desarrollo urbano genérico que encuentras en cualquier ciudad.

Charles Dickens es, junto con Blake, una de sus grandes influencias.

Sí, él empezó parte de este tipo de escritura, con sus paseos nocturnos en los que va entrevistando a todo tipo de criaturas nocturnas. Su fascinación con las prostitutas, los rateros y matones. Los carceleros, detectives, médicos... y al mismo tiempo tiene un fuerte sentido de las estructuras financieras que mueven la ciudad, la corrupción, las burbujas, las debacles económicas. Y tiene esta intuición de que en Londres se puede hacer una fortuna del polvo, porque Londres es una ciudad de polvo y agua. Dickens está tan obsesionado con la senda del río como Joseph Conrad. Londres es una ciudad del agua, una ciudad que surge del río.

¿Qué está leyendo ahora mismo?

¡Simenón! ¿Te lo puedes creer? Porque han empezado a reeditar su obra en Penguin, unas ediciones preciosas, una por mes. Y en parte porque ofrece una visión detectivesca de la ciudad, donde la historia es secundaria y lo interesante son sus paseos por la ciudad, como cuando sigue a alguien. O la que estoy leyendo ahora, donde se pasa horas sentado en un café ¡durante 12 horas! Y hay un pulso entre él y otro hombre sentado al lado, a ver quién se levanta antes. Fascinante.

¿Y qué libros está escribiendo?

Tengo un libro que sale en junio y otro en julio. El primero es sobre la antigua vía del ferrocarril que rodeaba Londres y que ahora se ha convertido en la línea circular. Es un proyecto pre-Olimpiadas, la idea de que puedes recorrer Londres haciendo un círculo completo. Un día lo recorrí entero, 35 millas (56km), un día entero caminando con un cineasta. Y me di cuenta de cómo la via del tren vuelve a ser el foto de una nueva burbuja de construcción y la fascinante vida de sus arcos y puentes y las estructuras que hay bajo las vías. Porque cuando se construyeron esas vías fue el momento más destructivo que Londres ha sufrido jamás. Tiraron gran partes de la ciudad para poner las vias y si vivías en la calle equivocada no había nada que hacer. Era el progreso.

Pero no era público, era todo empresa privada: si alguien decidía poner una vía en tu barrio y tenía el dinero para hacerlo, ya está. Por eso, debajo de los puentes, se construyeron pequeñas colonias de casas para alojar a las familias que habían perdido sus casas. Pero era imposible vivir allí y aquellas familias se marcharon y aquellos barrios se convirtieron en suburbios criminales, garajes, guardamuebles, chatarreras. Y ahora vuelven a ser parte de una nueva burbuja!

Ahora en las zonas por donde pasa el tren se ha vuelto a construir bloques de apartamentos, que se han revalorizado gracias a la nueva conexión. Y bajo aquellos puentes desguazados se están construyendo grandes gimnasios y comercios “exóticos” donde se pueden comprar cosas como peces exóticos carísimos en tiendas que parecen un plató de televisión. Así que, solo recorriendo este anillo, puedes ver cómo la ciudad de Londres ha cambiado en los últimos siglos dependiendo de su proximidad a zonas de desarrollo de transportes.

Además estamos viviendo una fetichización de la favela, del barrio peligroso y exótico. Es el nuevo Berlín este para la pequeña burguesía, que sueña con sus raves salvajes y comida exótica.

De hecho el anillo ha derivado en un tipo de fiesta las Ginger Line parties (las fiestas de la línea naranja). Si estas en la lista de correo apropiada, recibes un mensaje en tu movil que dice: la fiesta de esta noche es en Shortage o Denmark Hill. Y siempre es un punto en el anillo, un lugar al que se puede ir cogiendo la línea circular, que va “recogiendo” gente que no se conoce de antemano pero que va a la misma fiesta. Y ocurre que más y más a menudo la fiesta empieza en el mismo tren y a veces hasta se queda allí: gente que iba a una casa o una planta abandonada para bailar o participar en una orgía y decide quedarse en el tren, bebiendo y fumando y dando vueltas toda la noche.

Es una nueva cultura en torno a esta línea circular. En ese sentido es diferente a mi proyecto sobre la Autopista M25 y cómo todo el Londres que quedaba fuera de ese anillo simplemente desapareció: hospitales, asilos, barrios enteros. Esto es el nuevo Londres, el Londres de las supercomunicaciones donde ya no necesitan llegar a ningún sitio, porque el lugar de tránsito “es” el sitio.

El otro libro está ambientado en Gales, de donde soy, un lugar de roca caliza. En los últimos años, visitando el lugar con mi esposa, me había obsesionado con una cueva que resulta ser el primer cementerio de Inglaterra, el primer lugar donde se enterraba a la gente de manera ritual. Y nunca había podido acceder a esa cueva, pero la última vez que estuvimos entré.

¿Estuvo a la altura de sus expectativas?

¡No te haces idea! Fue extrañísimo porque llegábamos por un camino al lado del mar y la cueva estaba allí al lado, así que sólo se tiene acceso cuando la marea está muy baja. Da la casualidad de que llegamos en el momento perfecto porque la marea estaba en lo más bajo, pero yo no sabía cómo acceder, es un salto bastante largo. Y allí estaba yo pensando cuando aparece esta extraña mujer con aspecto como de india americana y me dice: voy a meterme en la cueva, ¿quieres venir? Y la sigo y se desliza sobre su trasero -había que deslizarse- de rampa en rampa y trepando y deslizándonos llegamos a la cueva. Era esa figura mágica que llevaba esperando toda mi vida y estábamos allí en el único momento del día en que esto podía haber ocurrido. Y después resulta que es la mujer de Ronald Hutton, el gran académico de la Inglaterra mágica y pagana. Todo encajaba.

Y hay más: el hombre que encontró los primeros huesos en el fondo de esta cueva era un personaje victoriano maravillosamente excéntrico llamado William Buckler. Era un cura y su obsesión era refutar a Darwin pero, para su desesperación, todo lo que se encontraba estaba en desacuerdo con la biblia. Como experimento, comer toda la línea de las especies de Darwin, empezando por las musarañas, abejas, ratones, todo. Y en eso estaba cuando acabó en una villa donde tenían una extraña reliquia: el corazón de Luis XIV en una bandeja de plata. Y dice la leyenda que, cuando se lo enseñaron, rápido como un rayo William le echó la mano y se lo tragó como si fuera una ostra. Y se volvió loco. Y claro, tuve que escribir este segundo libro.

Volviendo a la topología profunda: ¿cómo lo haría uno? ¿qué reglas hay que observar?

Justo cuando venía estaba pensando en lo extraño que es llegar a Madrid en avión y lo completamente inapropiado que es llegar así. Habría que llegar andando y recorrer la distancia que separa Londres de Madrid y recopilar todo el material que se va uno encontrando en esa línea que separa la ciudad de salida de la de llegada. Cualquier otra cosa es hacer trampa, está mal. Si tuviera reglas, me negaría a coger aviones. En Inglaterra todos los lugares a los que voy son sitios que he recorrido en algún momento, están en mi cabeza.

Hay que haberlos recorrido a pie.

¡O en barca!

En barca sin motor, a velocidad de remo.

O a vela. Un motor quizá muy lento.

Y después habrá un método para hacer el exorcismo, el contra-encantamiento. ¿Cómo sería?

Pues si hay una estructura que te enoja particularmente -como en mi caso, el Millennium Dome o el Shard- hay que buscar una estrategia para contradecir su potencia y rechazarla. Y esa estrategia podría ser recorrer su sombra esperando encontrar cárceles dickensianas que han sido eliminadas o hablar con alguien que trabaje en un café donde se proyecta su sombra. Se trata de buscar ese milón de cosas pequeñas que contradicen el mito que venden los políticos alrededor de esta estructura.

The Shard, por ejemplo, nos han vendido como una “calle vertical” pero no hay nada más lejos de la realidad! Para empezar, hay que pagar más de 30 libras para poder subir y simplemente disfrutar la vista. O quedarse en su hotel de superlujo o comer en su restaurante de superlujo. Pero todos los lugares que hay alrededor son la calle. Y cada día están obligados a mirar esta construcción gigante, como un dedo de dios plantado delante de tu ventana. Así es como se responde y esto es lo que hago yo. Habría que ver cómo aplicarlo a Madrid. Tendría que estar aquí al menos tres meses.

Quizá podría explorar los efectos que tiene en una ciudad haber perdido la posibilidad de ser sede olímpica, como le pasó a Madrid en 2012.

Ah si. ¡Tuvisteis tanta suerte!

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