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Siete museos pequeños que merecen una visita

Subiendo al Museo Sorolla

Prado Campos

No llenan los titulares ni protagonizan minutos de televisión. No tienen colas interminables ni records de visitantes de esos que hacen historia. Viven a la sombra de sus imponentes hermanos mayores pero, nos atrevemos a decir, nada de eso importa. Los otros museos, esos que no son ni el Prado, el Reina Sofía, el Thyssen o el recién reestrenado Arqueológico, son pequeñas joyas desperdigadas por la ciudad que nos permiten sentir el placer de una visita relajada y descubrir otros tesoros históricos.

Hoy que se ponen (más) guapos y abren sus puertas de par en par para celebrar su noche y su día, los recorremos.

Museo del Romanticismo

Nada más y nada menos que 90 años de historia tiene este museo ubicado en Tribunal. Si necesitábamos una excusa para visitarlo, ahí tenemos este redondo aniversario. Se puede decir que el Museo del Romanticismo es el más conocido de los desconocidos, y su buen hacer en las redes sociales tienen mucho que ver junto a la remodelación que llevaron a cabo durante ocho años y con la que adoptó su nuevo nombre, antes era Museo Romántico, en 2009. Creado en 1924 por el marqués de la Vega Inclán y Flaquer, hoy sigue reivindicando y dando a conocer cómo se vivía en el Romanticismo, una época convulsa protagonizada por artistas apasionantes y que abrió la puerta a la modernidad.

Entre sus salas, no son muchos los que saben que podemos admirar cuadros de Goya, Esquivel o Carlos Luis de Ribera, una potensísima colección de estampa (en su mayoría litografías), mobiliario de los periodos fernandino o isabenilo y objetos que pertenecieron a Juan Ramón Jiménez, José de Zorrilla o Mariano José de Larra. De hecho, la sala XVII está dedicada al escritor y alberga desde cartas y manuscritos hasta un mechón de su pelo y dicen que la pistola con la que pudo suicidarse.

Un par de curiosidades más: Ortega y Gasset o el marqués de Lozoya frecuentaban el museo en su época y Rafael Alberti fue su director durante la Guerra Civil. Disfruten también de un desayuno en su coqueto y tranquilo jardín. Es especial.

Museo Lázaro Galdiano

Más de 4.800 piezas pueblan las cuatro plantas del palacio de Parque Florido, cuya reforma corrió a cargo del arquitecto Fernando Chueca Goitia para que abriera sus puertas en 1951. Fueron legadas por el editor José Lázaro Galdiano al Estado para que el disfrute de todos. Sus fondos son tan variados y heterogéneos que alberga una de las mejores colecciones europeas de platería civil y joyas con piezas que abarcan desde el siglo III aC hasta finales del XIX.

Hay otra de miniaturas, esmaltes o relojes pero, sin duda, lo más llamativo es su amplia y magnífica colección de pintura con obras, entre otros muchos, de El Greco, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Esquivel, El Bosco, Lely, Constable y varios lienzos de Goya tan conocidos como El aquelarre o Las brujas. Además, hasta el lunes se puede ver la exposición temporal Entre tiempos... Presencias de la colección Jozami, que se exhibe por primera vez en Europa.

Museo Cerralbo

Solo por adentrarse en este palacio prácticamente intacto del siglo XIX situado a escasos metros del templo de Debod ya merece la pena la visita. Impresiona tanto como la magna escalera, llamada de honor, que nos recibe nada más traspasar el zaguán. El Museo Cerralbo se ubica en lo que fuera la residencia de Enrique Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, y su familia. Y es un museo de coleccionista ya que alberga, respetando buena parte de su disposición, las colecciones del marqués y de una de sus hijas.

Su interés reside, por un lado, en las fabulosas colecciones de pintura y armas y, por otro, en la oportunidad que nos brinda de ver cómo era la vida cotidiana de las clases acomodadas en el siglo XIX. Por eso, nos llama la atención casi por igual los lienzos de Goya, Zurbarán, Van Dyck, Tintoretto, Alonso Cano o Bronzino como las estancias, los teléfonos, despertadores o souvenirs con más de cien años de historia.

Museo Sorolla

Le preguntamos a Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, que nos recomiende un museo de los 'pequeños' que no nos tenemos que perder. Su respuesta: el Museo Sorolla. La visita a la que fuera la casa del pintor valenciano desde 1911 es obligada por tres razones. La primera, por admirar sus obras. Desde los retratos costumbristas y familiares, como Moro con naranjas, de sus etapas iniciales a esos paisajes de playa con su característica luz, como los famosos Paseo a orillas del mar o El niño de la barquita. La segunda, por sus jardines. Están basados en el jardín de Troya de los Reales Alcázares de Sevilla y el patio de la Acequia del Generalife de Granada, que el artista utilizó como inspiración para sus obras, o el patio andaluz donde colocó su colección de cerámica.

Por último, porque ofrece la oportunidad de ver el espacio en el que vivió, su mobiliario y adornos, y donde trabajó. El edificio cuenta con tres salas encadenadas que utilizó como su estudio, sala de exposiciones para vender su obra y almacén de sus materiales. En la parte de vivienda propiamente dicha podemos ver un salón con amplios ventanales con lámparas de Tiffany y un comedor con una colección de pilas de agua bendita y una reproducción de la Madonna Pitti de Miguel Ángel.

Museo del Escritor

Este recoleto museo es un templo para los amantes de las curiosidades (con un puntito fetichista) de la literatura hispanoamericana. Se encuentra en el Centro de Arte Moderno, una entidad cultural que también posee una galería, una librería, un sello literario y que guarda el Archivo Onetti, con su biblioteca, cartas y objetos personales. Pues bien, el museo es un compendio de cachivaches, cartas, fotografías, libros dedicados y demás objetos que han pertenecido a escritores como Julio Cortázar, que le firmó una dedicatoria a la poeta Alejandra Pizarnick, firmada 'el club de la serpiente', antes de la publicación de Rayuela.

También podemos ver los pinceles con los que Rafael Alberti pintó hasta el último momento, las cartucheras de caza o las gafas de Miguel Delibes, dos pipas de Ramón Gómez de la Serna, la pluma verde con la que Antonio Muñoz Molina escribió los borradores de Plenilunio y Ardor Guerrero, tres sombreros de Bioy Casares, la corbata con la que se casó Max Aub, un ejemplar de una obra de Chesterton firmada por él y Jorge Luis Borges o una petaca de Luis Rosales.

A su colección de más de 5.000 objetos, aunque no pueden exponerlos todos, se sumaron a finales de abril los muñecos de animales que representaban a los personajes de las obras del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, y un mechero y cajetilla de cigarros sin acabar Goytisolo. Quizás para muchos son trastos viejos, pero trastos que aquí cobran vida. Un paraíso para los mitómanos.

Museo Picasso-Colección Eugenio Arias

Nos vamos de viaje en busca de Picasso pero no a Málaga, Barcelona o A Coruña sino a Buitrago de Lozoya. En esta localidad madrileña un museo le rinde homenaje a través de los objetos que le fue regalando a su amigo y barbero Eugenio Arias. Ambos se conocieron en el exilio, en la localidad francesa de Vallauris, y en 1948 Picasso comenzó a acudir a su peluquería. Así surgió esta relación, que se prolongó 26 años a base de conversaciones sobre el exilio, España, los toros e infinidad de momentos en común.

Tan cercanos eran que, dicen, Picasso solo dejaba que fuera Arias quien hiciera críticas a sus obras. Al menos así lo recoge Antonio D. Olano en Picasso íntimo: “Era la única persona que no hacía elogios de la obra picassiana, la única a la que aceptaba el pintor críticas adversas, sin pelos en la lengua: ¡Eso son mamarrachadas!”. Y la que fuera su mujer, Françoise Gilot, también afirmó que confiaba sobremanera en su barbero: “Arias se convirtió en el Otro Yo de Pablo. En presencia de su paisano perdía todo temor”. Fue Arias quien decidió en los 80 que todos los objetos que le había regalado Picasso y su entorno más cercano viajaran a España y se instalaran en un museo en su ciudad natal. Y aquí podemos ver sus dibujos, cerámicas, obra gráfica, carteles, libros dedicados, fotografías y hasta una caja de útiles de peluquería decorada por el pintor.

Centro de Arte 2 de Mayo

La visita termina en Móstoles con el arte más actual. Desde 2008, el Centro de Arte 2 de Mayo (CA2M) alberga la colección de arte contemporáneo de la Comunidad de Madrid. Tan interesante como las 1.500 obras de artistas como Muntadas, Fontcuberta, Chema Madoz o Thomas Ruff es su incesante actividad expositiva, pedagógica, sus proyecciones de video, talleres creativos o las Picnic Sessions. Ahora podemos ver una retrospectiva de la obra de Los Torreznos (acaba este fin de semana), otra dedicada a Teresa Margolles y una más centrada en la perfomance. Además, en 2015 sumará a sus fondos las más de 300 obras de la colección de la Fundación Arco.

Por último, en esta ruta también podríamos incluir, pero les dejamos que ustedes trazen el final del recorrido, otros museos tan apetecibles como el de Artes Decorativas (que cumple 100 años), el del Aire (considerado uno de los mejores de su estilo de Europa), el de los Bomberos (apunten porque no habrá niño que se le resista), el Geominero, los del Real Madrid y el Atlético de Madrid, los de las universidades o el Africano-Mundo Negro. Todo es cuestión de tener un poco de tiempo y ganas de descubrir.

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