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Identidad y herejía

Ferran Martínez,

membre del Consell Ciutadà Valencià de Podem —

La identidad es un elemento central en política que no puede ser soslayado. No hay política sin identidad en tanto que la política es una actividad social y requiere por tanto la conformación de sujetos políticos, es decir la asociación de personas con necesidades y anhelos compartidos. Para nosotros, los valencianos, la identidad ha sido una cuestión constantemente problematizada. Desde la Transición el debate sobre la identidad se ha reducido a una cuestión de orden simbólico y semántico. El atasco en este tipo de debate, bloquea nuestra capacidad de ejercer una voluntad colectiva. Cualquier intento de que la sociedad valenciana realice algún tipo de reivindicación común es inmediatamente reconducido hacia la eterna discusión sobre denominaciones. Cualquier debate político en clave valenciana finaliza siempre en el mismo punto muerto.

Ser valenciano se convierte entonces en algo incierto, permanentemente sometido a debate y problematizado. Ese bloqueo neutraliza la posibilidad de que los valencianos puedan hablar con naturalidad de sus asuntos comunes. La conformación de la comunidad queda bloqueada por la saturación de relatos contradictorios que chocan entre sí. Lo valenciano no es un nexo de unión entre valencianos sino de confrontación. De ese modo se genera un creciente distanciamiento de los valencianos respecto de su propia condición de valencianos, un fenómeno de distanciamiento, incluso de alienación. Muchos valencianos no hablan sobre política valenciana, no hacen política en clave valenciana, no piensan como valencianos o incluso que no se sienten valencianos, fenómeno bastante usual en las comarcas del sur y, con menor intensidad, también en las del interior.

Éste el principal obstáculo para el desarrollo de una cultura crítica y de una sociedad civil robusta con capacidad de fiscalizar la labor de las instituciones valencianas. En consecuencia, un lumpen-partido como el PP ha tenido las manos libres para convertir la Generalitat en un califato que sirve a sus propios intereses y a los de sus amigos. El PP ha explotado esa escisión entre valencianos para tapar sus miserias envolviéndose con la senyera, acallando las voces de protesta bajo la acusación de desleales y antivalencianas.

Sin embargo, ese dique de contención no ha sido suficiente para parar la ola de descontento popular tras el derrumbe de los pilares que sostenían la gestión del PP: la economía-burbuja y la política de confeti y grandes eventos. El relato ideológico de una sociedad valenciana próspera y armoniosa, reedición del mito franquista del “Levante feliz”, ha quebrado. La música se ha parado y las máscaras han caído. Se visibiliza entonces la escisión entre unas élites que protegen sus privilegios a través del monopolio del poder político, y el resto de la sociedad valenciana, sometida a un proceso acelerado de empobrecimiento económico y de recorte de derechos. Las élites ya no son capaces de salvar esa grieta, ya no son capaces de encarnar un ideal de universal en que se reconozca el conjunto de la sociedad valenciana. Existe una mayoría social que impugna el orden existente.

En ese escenario el discurso regionalista del PP ya no es creíble, el PP ya no es capaz de presentarse ante los ciudadanos como el partido que mejor defiende los intereses de los valencianos. Todo lo contrario, es el partido que nos ha convertido en un referente de lo peor: De corrupción, de ineptitud, de derroche. De modo que lo valenciano ya no es un monopolio del PP sino que hay posibilidades de disputarle ese terreno. Quienes han saqueado la Generalitat y nos han llevado a una situación de emergencia social no son valencianistas. Valencianismo significa velar por los intereses de nuestros ciudadanos y poner las instituciones valencianas al servicio de los mismos.

Estamos ante una oportunidad histórica de redefinición de los términos de la pelea por lo valenciano. Si hasta ahora el debate sobre lo valenciano era una guerra interminable sobre símbolos y denominaciones que no conducía a ninguna parte, ahora podemos replantear que la confrontación política se da en otras coordenadas: En la definición del modelo de país que queremos los valencianos. Ese es el debate que puede ayudarnos a resolver los problemas fundamentales que atraviesa la sociedad valenciana, que son fundamentalmente una economía que ya no puede seguir desarrollándose en torno al sector inmobiliario, y unas instituciones que han sido secuestradas por un lumpen-partido como el PP.

Los primeros en desarrollar ese cambio de marco conceptual deben ser las fuerzas políticas de cambio. La pelea por lo valenciano requiere una política herética y partisana. Herética porque vamos a tener que renunciar a los dogmas de fe, y a cometer el terrible pecado de admitir que hay elementos de verdad en el discurso del adversario que han sido sostenidos no sólo por él sino por la mayoría de nuestro pueblo, y que son los que le han permitido ganarnos la partida durante 20 años. Partisana porque debemos librar la pelea bajo nuestras propias condiciones y no siguiendo las reglas que marca el adversario, y esto significa colgar el uniforme, escoger cuidadosamente el terreno y tratar de cogerlo siempre a contra-pie. Aunque eso suponga admitir que hay tradiciones o códigos enraizados en la tradición del nacionalismo valenciano y de la izquierda que no son asumidos por la mayoría de nuestro pueblo. Muy especialmente en las comarcas del sur y del interior donde son muchos los valencianos se han sentido excluidos por una noción restrictiva de lo valenciano que no abarca la gran heterogeneidad cultural de una comunidad mestiza como la nuestra. Y finalmente la disputa de lo valenciano supone también una pugna por reapropiarnos de palabras, definiciones y relatos que nos han sido usurpados. En ese sentido asumimos que términos como comunidad, país, nacionalidad o pueblo, son conceptos que nos interesan en tanto que herramientas políticas que nos permiten pensarnos colectivamente y afrontar retos comunes. No nos enfrentaremos por ellas, las incorporamos todas.

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