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“La reacción a la foto del voley playa demuestra que el cuerpo de la mujer sigue siendo juzgado”

Doaa Elghobashy pasa el balón frente a Kira Walkenhorst en un partido de voleibol playa.

Gabriela Sánchez / Marta Borraz

Los ojos de muchos se fijaron esta semana en Doaa Elghobashy. No por la calidad de alguno de sus remates, tampoco por formar parte del primer equipo femenino egipcio de voleibol playa. La atención se posaba en su cuerpo, en este caso cubierto, en el hiyab que ocultaba su pelo y en las mangas largas de su uniforme, que contrastaban con los bikinis de sus contrincantes alemanas.

Unos tacharon de “oprimidas” a aquellas que no mostraban su cuerpo, otros observaban machismo a ambos lados de la red. “Estoy orgullosa de mi hiyab” afirmaba en una entrevista publicada en El Español. Nos acercamos al feminismo islámico para tratar de aclarar cuánto han pesado los prejuicios de la mirada occidental sobre la mujer musulmana en el debate generado tras esta imagen. 

“La reacción ha sido irrisoria, alarmante, primitiva, y solo por una razón: demuestra que en pleno siglo XXI los cuerpos de las mujeres siguen siendo fruto de polémicas, debates, juicios y chismorreo”, sostiene Wadia Duhni, musulmana feminista y activista independiente por los derechos de las mujeres. “Uno de los objetivos del feminismo islámico es terminar con que el velo –y nuestros cuerpos en general– sea siempre el centro de debate”, añade la periodista Amanda Figueras.

Despojar al Corán de las interpretaciones machistas que, aseguran las feministas islámicas, suelen hacerse es una de las reivindicaciones de este movimiento, que pretende la emancipación de la mujer en el contexto del islam. “Persigue la reivindicación y aplicación de todos los derechos de la mujer implícitos en el Corán, que desafortunadamente han sido pisoteados históricamente por el hombre y por el sistema patriarcal dominante”, apunta la activista española de origen sirio.

Pero Doaa Elghobashy no jugaba sola, sino con su compañera Nada Muawad, quien competía con su larga melena al descubierto recogida en una trenza. Ella, también egipcia, decidió libremente no llevar el hiyab y sus imágenes no acapararon tantos comentarios. Ambas cubrían sus brazos y sus piernas, lo que chocaba con el vientre descubierto de las integrantes del equipo alemán.

Tampoco son las únicas jugadoras de voley playa que cubren sus cuerpos y abandonan el pantalón corto o el bikini. Días después, el equipo femenino holandés compitió con mallas largas en los mismos juegos, pero no despertó el debate. Liliana Fernández Steiner y Elsa Baquerizo, del equipo español, lo han hecho en otras ocasiones y su indumentaria nunca provocó tales comentarios ni hizo cuestionar su libertad.

Las activistas recuerdan a otras atletas musulmanas que han mostrado sus cuerpos en Río de Janeiro, como la nadadora siria Yusra Martini o la atleta egipcia Nadia Negm, que compite en remo durante estos Juegos. 

A pesar de su diversidad, el feminismo islámico es crítico con los discursos que unen religión musulmana y machismo de manera inequívoca y rechaza muchas de las posturas más tradicionales del que llama feminismo “colonial”. “El que pretende dictarnos las pautas sobre cómo liberarnos y las condiciones a las que tenemos que ajustarnos para ser mujeres libres”, afirma Wadia Duhni, quien se define orgullosa como “femimora”.  

“Para mí, el hijab es un símbolo de rebeldía”

Muchas musulmanas defienden que llevar velo no es incompatible con los derechos de las mujeres al mismo tiempo que denuncian la situación de países donde portarlo es obligatorio, como Irán o Arabia Saudí. “Para mí, es un símbolo de identidad, rebeldía y resistencia”, sostiene Manal Kaddouri, nacida en España de ascendencia marroquí. “También he de admitir que me siento superorgullosa cuando veo a deportistas olímpicas portando el velo porque rompen con el esquema de que, con el hiyab, no puedes conseguir nada”, añade.

La intención reivindicativa que encuentra en llevarlo está enmarcada en un contexto social en el que, analiza, “cada vez hay más islamofobia”. En opinión de las activistas, a ello contribuye el llamado 'purplewashing', es decir, la instrumentalización de las luchas en favor de las mujeres para criminalizar a otros segmentos de la población. “Lo que me sorprende es que toda esa supuesta solidaridad con nosotras, esas voces que nos dicen que 'por nuestro bien' nos quitemos el velo no hacen nada ante las agresiones que sufrimos”, dice Figueras.

“Lo que les molesta es que llevemos velo y disfrazan su rechazo al islam con un supuesto afán de solidaridad”, prosigue. Las activistas consultadas insisten en que el sentido del hiyab depende “del que le quiera dar la mujer que lo lleva” y se muestran contrarias tanto a los mandatos que obligan a portarlo como a las políticas que pretenden prohibirlo. “Hay algo que falla si consideramos que imponer el velo es oprimir y, al mismo tiempo decimos que prohibirlo es liberar”, sentencia la periodista española.

Otro de los prejuicios que, a su juicio, esconden algunos de los comentarios vertidos sobre la fotografía del partido de voleibol es la asociación del uso del velo con una supuesta sumisión al hombre. Según Duhni, “las mujeres musulmanas que decidimos llevar el hiyab lo hacemos como una práctica más de fe, de ninguna manera está relacionado con el hombre, sino con el Dios que lo creó”, argumenta.  

“Es otra tergiversación más de Occidente que ha conseguido retratar a la mujer musulmana como un ser oprimido por religión. Lo que nos oprime a nosotras es la cultura patriarcal, el hombre y sus privilegios mal heredados, no el Islam”, explica. “Muchos ven nuestras cabezas con velo y no se dan cuenta que ellos tienen velada la visión”.

Sea niqab (prenda que cubre el rostro y deja solo al descubierto los ojos) o hiyab, las activistas consultadas defienden la necesidad no negociable de la elección personal de la mujer.  “Hay quienes nos acusan a las que llevamos velo de ser cómplices de aquellos que lo imponen. Nos piden que seamos solidarias con las ‘luchas contra el velo’ quitándonoslo”, señala Figueras. “Esa es también mi lucha, pero no por ello me veo obligada a dejar de usarlo”. 

“Castigan a la mujer en nombre de sus derechos”

En este sentido se expresa también la escritora y socióloga feminista Christine Delphy, que en su ensayo Género, raza y racismo aborda la polémica que surgió en Francia en 2003 durante el debate sobre la ley que prohíbe símbolos religiosos en las escuelas públicas. En su escrito asegura que la conclusión de que el velo “es un símbolo de inferioridad de las mujeres” fue el argumento más usado durante la campaña a favor de la norma.

Sin embargo, afirma Delphy, fue una forma de “castigar a las mujeres en nombre de los derechos de las mismas”. La feminista recuerda que los detractores solían afirmar que había que atender a los fines por los que las mujeres llevaban el velo y que la sociedad “tolera” y “alienta” otros muchos símbolos como los tacones o el uso del lápiz labial sobre los que no hay debate. “Cualquier mujer es libre llevando el velo o tacones cuando es consciente de la opresión que ejerce el sistema y lo hace porque quiere”, opina Kaddouri, de 18 años. 

Esta forma de “obviar violencias que se dan en la propia cultura para criticar solo la que se da en otras con el objetivo de criminalizarlas” es lo que intenta desmontar la escritora Fatema Mernissi en su libro El harén en Occidente (2000). Su último capítulo –titulado El harén de Occidente es la talla 38– sirve a la autora para reflexionar sobre la violencia simbólica que vivió cuando, cuenta, intentó comprar en Estados Unidos una falda de algodón.

“Oí por primera vez que mis caderas no iban a caber en la talla 38. A continuación viví la desagradable experiencia de comprobar cómo el estereotipo de belleza vigente en el mundo occidental puede herir psicológicamente y humillar a una mujer”, relata. “Mientras los ayatolás consideran a la mujer según el uso que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y marginan. [...] El objetivo es el mismo en ambos casos”, concluye.

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