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Acción exterior catalana: tiempo de propuestas

Miquel Carrillo

Responsable de Incidencia Política de Àgora Nord Sud —

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José María García-Margallo y el Gobierno del Estado han movido ficha con su ley de acción exterior. En Catalunya, se ha interpretado de una manera sesgada, como un ataque a la pluralidad de voces fuera de casa y como una llamada a cerrar filas en torno a una estrategia conjunta.

Pero la verdad es que cuando sales fuera, el anecdotario centra su repertorio en los conflictos y desencuentros entre ministerios y organismos del Estado, más que entre éste y las autonomías y el resto de administraciones y entes públicos que tienen presencia en el extranjero. En cooperación al desarrollo, que es el terreno donde pueden tener más margen de acción autonomías y municipios, con el tiempo se ha ido imponiendo la lógica de la concertación entre todos los actores externos e internos en los países donde se actúa.

Así que no hay tanto espacio para salirse del guión y hacer travesuras diplomáticas. Imagino que igual ocurre con la acción de promoción económica, donde además hay intereses muy parecidos y los esfuerzos parecen tener un carácter mucho más aditivo.

¿Deriva autocrática y recentralizadora en la letra el espíritu de la ley estatal? Muy probablemente, pero no hagamos análisis epidérmicos y de manual para todo, y sobre todo, aprovechemos para reflexionar cómo nos afecta y qué podemos hacer como sociedad que también quiere tener una acción internacional.

En primer lugar, Catalunya podría tener algún instumento similar para coordinar mejor su acción exterior. La idea del ministro Margallo no es nada mala, aunque no nos convenza demasiado su concreción. Recuerdo que no hace tanto tiempo me tocó conectar a dos grandes administraciones públicas catalanas que estaban trabajando en el mismo país africano, sin que la una supiera del trabajo de la otra. Ha habido esfuerzos y avances, no se puede negar, pero falta mucho camino para que los recursos que salen de la acción pública catalana estén satisfactoriamente coordinados.

Y a estas alturas del partido, habría que hacerlo contando con la sociedad civil organizada, que trabaja y tiene una proyección internacional superior a muchas de estas administraciones. A veces, una entidad de cooperación bien posicionada en un país puede conseguir más y mejores contactos e influencia que una administración que apenas mantiene un representante regional. Lo que es ridículo es que después, en nuestro país, este potencial sólo se traduzca en participar en comités, consejos y mesas poco más que ornamentales.

Margallo no entra a fondo en la gestión de los recursos y debería hacerlo, por ética y estética. Siempre recordaré la estupefacción de unos compañeros de entidad, en misión en Etiopía, al descubrir la más que bien dotada bodega de nuestro embajador en Addis Abeba, quien muy amablemente le había compartido mientras seguían las evoluciones del Barça en una eliminatoria europea.

No sé cómo están las delegaciones catalanas en Nueva York o París, pero en el resto del mundo seamos prudentes y ocupemos nuestro rinconcito en las embajadas, que también las pagamos, caramba. Déjenme decir que yo las compartiría con todos los países europeos, pero que, mientras esto no llega, quizás en Managua, el Fondo Catalán de Cooperación y la Generalitat podrían compartir sede y recursos, ¿no? O pagar a medias el representante para la región andina entre la Diputación de Barcelona y la Agencia Catalana de Cooperación, ¿no creen? O en Maputo, o en Casablanca.

¿Qué nos impide tener una coordinación real, con presupuestos, recursos y estrategias conjuntas en nuestro país? ¿O una agencia o estructura ejecutora única? Precisamente ahora, cuando en los tres niveles administrativos de Catalunya predomina la misma opción política. ¿Sería mucho pedir tener un órgano con capacidad suficiente para sacar adelante este trabajo, de manera realmente plural y participativa?

Durante estos últimos meses, hemos tenido que oír demasiadas veces que sobraban entidades de cooperación en aras de la optimización de recursos. Me permito pedir ahora a las administraciones, no ya que se fusionen como ellas nos piden a nosotros, pensando que somos empresas, sino que hagan un esfuerzo real y sincero para articular todos los recursos de la acción exterior. No hay de dónde recortar más, hay que estar en el mundo y hay que inventar nuevas formas.

Si no nos gusta el concepto autoritario de política exterior del ministro Margallo, hagamos otro, pero no le echemos las culpas de todo lo que nos pasa. De momento, los movimientos en Catalunya crean órganos comunicativos para explicar el proceso soberanista; hacen giras por países africanos con recursos de cooperación y objetivos más bien empresariales; y se niegan a reconocer la deuda con las entidades de cooperación, los actores probablemente más eficientes de todos.

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