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“No es posible que una camiseta cueste menos que un sándwich”

María Trapiello

Comprar. Usar. Tirar. Comprar. Y así sucesivamente. Este ciclo de consumo, que se repite a velocidades en sociedades globalizadas como la nuestra, está a punto de cambiar. Ofertas como las del Black Friday, el Cyber Monday, las rebajas o descuentos de temporada han conseguido condicionar a la sociedad y son, en gran medida, responsables de desencadenar la compra masiva de productos dispensables.

“Imagínate un armario con un 80% de prendas que no te pones. Cuando lo abres, empiezas a visualizar todo lo que hay detrás: una niña que se mata por trabajar 16 horas al día y sigue sin tener qué comer para producir esa camiseta de algodón, la misma que requiere 2.700 litros de agua para que tú la compres por un precio irrisorio”, recuerda Gema Gómez.

Hace cinco años, Gómez fundó Slow Fashion España, una plataforma de divulgación de marcas de moda cuando, después de acabar los estudios de diseño de moda, vio lo que había detrás de la industria, se asustó y decidió hacer algo al respecto.

Las firmas emergentes que abogan por una producción sostenible y moral se conocen como slow fashion brands. Pero, ¿en qué consiste este término? El slow fashion o moda lenta defiende el movimiento 'slow', es decir, el “despacito y con buena letra” aplicado a la producción y comercialización de la moda. Contrario a los ya conocidos low cost y ready-to-wear, las marcas seguidoras de esta filosofía proponen compras atemporales y para nada compulsivas, que estén en compromiso con el medio ambiente y formen parte de un sistema de producción ético.

Como Hemper, una marca de mochilas que surgió a partir de un voluntariado en Nepal. Sus creadores, todos recién entrados en sus 20 años, solían trabajar como voluntarios en una pequeña ONG nepalí, Sama Foundation (con la que siguen colaborando), encargada de proporcionar educación a niños de familias desfavorecidas. Allí encontraron en un tejido, el cáñamo, casi siempre mezclado con algodón y teñido con tintes naturales, la confección ideal de sus mochilas.

“Nos juntamos seis amigos con un gran espíritu emprendedor y decidimos iniciar un proyecto en el que poder trabajar en lo que nos apasiona, cooperar y desarrollar iniciativas con las que mejorar las condiciones en Nepal y concienciar a las generaciones jóvenes de que la sostenibilidad, el comercio justo y la ecología no tienen por qué ir reñidos con la pasión por la moda y el gusto por el diseño”, comenta María Álvarez, una de las fundadoras.

Su concepto de marca aboga por el mínimo impacto ecológico y el respeto de las condiciones económicas y laborales de sus trabajadores, presentes hasta en los más pequeños detalles: “Nuestras etiquetas, por ejemplo, están fabricadas con Sheedo, una marca que trabaja con un papel artesanal y completamente ecológico fabricado con algodón en lugar de con celulosa. La magia de este papel es que contiene semillas por lo que se puede ser plantado tras su uso”.

Otra firma que representa a la perfección este concepto slow es Mireia Playà, firma de zapatos veganos que lleva el nombre de su diseñadora y nace de su pasión por el calzado: “Estudié diseño de moda pero no me veía trabajando con pieles porque mi ideología vegana me lo impedía. A nivel empresarial, también nos pareció interesante centrarnos en este mercado, ya que este tipo de firmas en España suelen tener diseños más hippies y hay pocas marcas veganas de calzado acordes con las tendencias del momento”, comenta Playà.

La preocupación por el medio ambiente

“La industria textil es una industria muy contaminante y el slow fashion surge porque la gente empieza a ser consciente de que no es posible que una camiseta cueste menos que un sándwich”, puntualiza Carolina Simón Coronado, la fundadora de Green Lifestyle, un espacio en Barcelona que recoge prendas de diseñadores independientes de toda Europa, que elaboran productos orgánicos o reciclados y promueven el comercio justo.

La idea surgió después de un viaje a Alemania en 2011 en el que conoció a una diseñadora independiente de upciclying, un método por el que se reutilizan materiales o productos para darles una segunda vida. La alemana reciclaba pantalones de traje de hombre y los convertía en vestidos y faldas para mujer. Ver esta técnica fue el germen para su tienda, que se convirtió en la primera de moda sostenible certificada en España.

Otro buen ejemplo de estas tendencias es The Circular Project que funciona como un espacio multimarca en Madrid especializado en moda sostenible y ética. “Tiene que tratarse de marcas que tengan producción local, ecológicas certificadas y, la mayoría, también orgánicas, que apoyen el comercio justo. A cambio, les ofrecemos un espacio de venta física y online y les respaldamos por medio de las redes sociales”, comenta Paloma García, la fundadora sobre los criterios para elegir producto.

“La trazabilidad de la prenda, saber quién la ha confeccionado, si proviene de muy lejos, el tipo de tintes o materiales con que está hecha, si son orgánicos, si en la tienda me dan una bolsa de tela que puedo reutilizar, si las prendas son de buena calidad y me van a durar más... todo cuenta”, comenta Llorenç Fluxà, fundador de Med Winds, una marca de inspiración mediterránea de ropa y accesorios para hombre y mujer al explicar la preocupación por los detalles en la producción.

El comercio justo y el precio de lo sostenible

Aunque muchas veces, a nivel de producción, este tipo de moda no implica un mayor precio, “sí que lo es a nivel de concepto, ya que la gente suele asociar la piel con calidad y piensan que el resto de materiales tendría que ser más barato”, lamenta Playà, diseñadora de la firma de zapatos veganos.

Con todo, ante la fama de que estos productos son caros, esta nueva industria se defiende. “Con cada compra en moda sostenible estás decidiendo qué mundo quieres y apoyas, por lo que eres tú quien tiene el poder”, comenta Coronado. Añade que permitirse o no moda ética es una cuestión de prioridades: “Lo que tenemos que preguntarnos en realidad es por qué una camiseta vendida en un establecimiento en el centro de Madrid, con 50 dependientes atendiéndote cuesta solo cinco euros”.

Detrás de un precio superior al que las grandes marcas nos tienen acostumbrados no se esconden escándalos ni sorpresas de trabajo infantil, sino todo lo contrario: “Trabajamos con pequeños talleres que conocemos uno por uno y no concebimos un proyecto como este sin un comercio justo”, comenta Fluxà.

Esta mentalidad es también compartida por Playà, que confía en proveedores españoles e italianos que sean capaces de demostrar estas condiciones. “Este verano hemos pasado un mes y medio con ellas, conociendo sus circunstancias personales, pintando el taller y haciendo comunidad, para que la relación sea mucho más humana”, afirma Álvarez, de Hemper, que aboga por una preocupación conjunta por parte de la sociedad.

Un futuro ético y sostenible, ¿realidad o ficción?

“Cada vez hay una mayor preocupación e interés por conocer la procedencia de las prendas. El término moda sostenible está empezando a calar en la sociedad y cada vez más empresas deciden apostar por este compromiso social y ecológico, con lo que soy optimista en cuanto al futuro”, afirma Álvarez. Los participantes en este reportaje coinciden en que la clave de su eminente éxito parece deberse, en gran parte al diseño: “Por solidaridad puedes comprar una vez pero no vas a llenar el armario de solidaridad”, comenta Gómez.

Existe una falsa concepción que la sociedad tiene sobre moda sostenible en el siglo XXI: algo feo y poco elegante. “Si bien la tendencia de moda ecológica empezó en gente muy concienciada pero sin formación de diseño, cada vez hay más diseñadores concienciados, con mucho talento y ganas de cambiar las cosas”, dice Gómez, que ha visto en sus clases en el IED cómo sus alumnos cada vez se interesan más por crear diseños actuales y sostenibles.

Ante la cuestión de si se trata de un buen momento para invertir en este tipo de firmas, Álvarez responde: “Hay que hacerlo de cualquier modo, porque estamos llegando a una situación límite en el planeta que no entiende de esperar. El slow fashion no debe ser un capricho del consumidor, sino que hay que empezar a concienciar de que debe ser un requisito obligatorio. Es responsabilidad de los productores marcar el rumbo hacia una sociedad en la que quienes no garanticen un bajo impacto medioambiental o unos derechos laborales justos, sean la excepción”.

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