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Cómo ordenar toda la ciencia del mundo (sin ser Google) y luego vendérsela al diablo

"Es hora de cambiar la forma de investigar"

Analía Plaza

Jan Reichelt, Victor Henning y Paul Föckler llegaron a Londres en 2008 recién doctorados, con poca idea de negocios y una empresa que acababa de nacer. Su vida de estudiantes no había sido tan sencilla como el siglo XXI prometía: los artículos en los que basaban las tesis estaban siempre sueltos por el disco duro y buscarlos era perder tiempo.

Su solución en forma de 'software' tuvo tanto éxito empresarial que hoy les cuesta cuadrar la agenda - “estoy un poco estresado”, reconoce Reichelt cuando hablamos por Skype -, y no es raro encontrárselos dando consejo a aspirantes a ganar en este mundo de internet. Suelen decirles algo: que, cuando se pongan, no menosprecien la tecnología. En el fondo, es lo que les convierte en la enorme plataforma académica que son.

I. Crear y ganarse el amor de los investigadores

“Queríamos ser más productivos. Había sectores con buenas herramientas, como la música, pero nada para el mundo académico. Necesitábamos organizar, compartir y colaborar alrededor del elemento básico de la comunicación científica: el PDF”. A nadie se le había ocurrido el iTunes del PDF o el Lastfm de la ciencia, y aún en Alemania crearon la que pieza que faltaba: Mendeley, un programa para poner orden en la investigación.

Redes sociales para científicos o gestores de PDF había varios (Zotero, Researchgate, Academia.edu o Papers), pero esto es como en la música: si tienes mejores funcionalidades te llevas a los usuarios. Con versión gratuita y de pago, Mendeley se convirtió en el favorito del mundo académico. Hoy la usan tres millones y medio de investigadores, tiene 280 millones de artículos indexados y funciona en universidades de la talla de Cambridge, Stanford o el MIT (y en España, por ejemplo, en el Consorcio de Universidades de Cataluña).

“Es revolucionario porque otros sistemas se centran en un concepto: gestor de referencias, comentar artículos...”, explicaba un profesor de la Universidad de California. “Mendeley es una plataforma para compartir y usar la información compartida. Para descubrir y desarrollar nuevas maneras de pensar”.

II. Contárselo al inversor que ya había ordenado toda la música del mundo

La música nos sirve para entenderlo. “Hay muchas similitudes. Gracias al 'audioscrobbler' [lo que permite saber qué escuchas en el ordenador], Lastfm creó la base de datos abierta de música más grande del mundo. Gracias a su escritorio, Mendeley puede conseguir lo mismo con la investigación académica”, afirmaba convencido Stefan Glänzer.

Y Glänzer, un inversor alemán que en 2007 se había hecho un poco más rico con la venta de Lastfm, invirtió en Mendeley parte de los 2 millones que permitieron a la 'startup' crecer. Era 2008 y Jan, Victor y Paul ya estaban en Londres. Cinco años después, la historia se repitió.

III. Vender tu alma al diablo

En abril de 2013, Mendeley dejó de ser una joven, pequeña y disruptiva 'startup'. Elsevier, una gran editorial científica, la compró por 50 millones de euros. Compras de tecnológicas vemos a menudo: a veces tu competencia busca cerrarte, otras alguien quiere y puede hacerse con todos. Elsevier es famosa por las acusaciones de publicar artículos falsos pagados por farmacéuticas, apoyar leyes que restringen la información en internet y vender artículos tan caros que 14.882 científicos mantienen un boicot en su contra.

“Uggh”, “$$$$ > ciencia” o “El imperio adquiere a la alianza rebelde” fueron las reacciones más delicadas tras la adquicisión.

“Si una empresa que defiende la ciencia cerrada compra a otra que defiende la ciencia abierta [la que se libera de las editoriales y aprovecha internet], la gente se preocupa”, reconoce Reichelt, “pero hemos demostrado que seguimos fieles a nuestro mundo”. Desde dentro del odiado gigante, Mendeley crece, mantiene su marca, baja los precios y amplía la capacidad de almacenamiento. “Nuestra estrategia ha sido: ¿cómo aportar más valor a los investigadores? Elsevier era el compañero correcto”.

IV. ¿Por qué comprar? ¿Y por qué vender?

“El negocio de Elsevier es dar información científica y han comprado una de las mejores herramientas tecnológicas para gestionar y compartir esa información”, se intentaba explicar Henning, otro de los fundadores, en su blog. “Para mí tiene sentido y espero que vosotros también veáis la parte racional”. Con Elsevier, Mendeley ganó dos cosas: tranquilidad económica e integración con sus publicaciones. “Por ejemplo, tienen un equivalente a Google Scholar, Science Direct. Ahora vas a Science Direct e importas con un clic a Mendeley. Es un gran ahorro de tiempo. Ya no tienes que ir, descargar el PDF, guardarlo, subirlo. Eran 15 clics. Eso es valor”.

V. ¿Y ahora qué? Datos de la ciencia para la ciencia

Integrar mejor tantos artículos y seguir ganando usuarios acelera algo más: los datos. Desde el principio, y porque se los venden a universidades, “lo que pensamos fue: tú tienes 100 PDF. Es una gran fuente de conocimiento. Ahora imagina a millones de científicos usando Mendeley y agregar esa información. Un doctorando en periodismo lee una cosa, un profesor de informática otra...Y saber qué temas son populares para ser un gran motor de recomendación de artículos científicos”.

Como Lastfm nos sugiere música o YouTube vídeos, Mendeley lleva a la ciencia el filtrado colaborativo, en el que entre usuarios y algoritmos las máquinas recomiendan lo mejor. ¿Podría haber problemas de parcialidad? ¿De que los filtros oculten información y los usuarios no vayan a buscarla? “No lo creo. Un investigador tiene que hacer descubrimientos. Buscar por popularidad no es necesariamente lo que le va a ayudar. Quizá necesites encontrar el artículo menos leído y preguntarte por qué”.

Todos juntos, esos datos tienen mucho que decir. El 'big data' ya nos deja explorar la sociología de Twitter, el estado emocional de Facebook, las diferencias económicas de BitTorrent o tus obsesiones según Google. LastFM tiene la cronología musical de una década. Y Mendeley, ¿qué? Igual que las revistas científicas nacieron en el siglo XVII para compartir descubrimientos y que no se investigara lo mismo dos veces; con sus tres millones de usuarios, enorme biblioteca de artículos y registro de datos sobre qué se lee o investiga más, Mendeley pretende jugar ese papel hoy.

¿Representa a toda la investigación del mundo? La propia ciencia también se lo ha preguntado (varias veces) y va por buen camino: “Hay estudios independientes que demuestran la correlación entre lo relevante que es un artículo [que se mide por cuántos otros lo citan] y la cantidad de lecturas que tiene en Mendeley”, indica Reichelt. Por si alguien más se lo plantea, Mendeley abre sus datos bajo licencia Creative Commons para que cualquier persona vea qué sucede en el mundo académico.

“Nuestra visión siempre fue construir una plataforma de investigación global. No somos sólo un buscador. Puedes ver la actividad de otros, su colaboración, saber qué estudios son relevantes y obtener recomendaciones basadas en lo que otros investigadores usen”. También una pieza de analítica para estudiar la ciencia desde fuera, como seis años después de aquel desembarco en Londres - venta al diablo incluida - Reichelt insiste en recordar. “¿Cómo de relevante es un artículo? ¿Cuánta gente lo lee? ¿Cuál es la cobertura de un tema? ¿Qué impacto tiene una investigación? Esas son las cosas que queremos saber”.

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Las imágenes que aparecen en este artículo son propiedad de Mendeley y The Cost of Knowledge

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