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Un día tras el telón del FIS

Parte del montaje de los animales antes de la obra. |

Cristina Sobremazas

Las puertas se abren aunque el telón continúa cerrado y una oleada de gente entra en la sala dispuesta a disfrutar de un espectáculo de teatro, ballet, orquesta o de una proyección.

El público cambia dependiendo del día y de la hora. Se empiezan a oír gritos. Y risas. Y lloros. Sobre las butacas rojas esperan impacientes, con folletos en la mano, hoy hay teatro para toda la familia: 'Soñando el carnaval de los animales' es la obra que va a interpretarse esta tarde.

Lo cierto es que los 50 minutos que sorprenden, emocionan y hacen retumbar la Sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander tienen mucho tiempo detrás. Detrás del telón que está a punto de abrirse.

Yanisbel Martínez, una de las responsables de la compañía de Títeres Etcétera, explica que el grupo tiene ya 35 años y que, aun así, “siempre tenemos esa especie de mariposas en el estómago”. Y a pesar de que la función se haya representado más de 200 veces, “hay al menos una semana de ensayos porque, aunque lo hayamos hecho muchas veces, es necesario afinar entre nosotros”.

Mientras Yanisbel otea junto con Enrique Lanz, director de la obra, cómo se está realizando todo el trabajo previo, el personal de montaje, que a veces coinciden ser los propios titiriteros, portan huesos de enorme tamaño para dar vida a un dinosaurio.

Con cascos en la cabeza, altas escaleras y un gran ventanal que deja pasar la luz del sol, la sala se ilumina como si no fuera un teatro. Los últimos arreglos de pintura -pues algunos animales han perdido color por todos los golpes del viaje- y de montaje resultan imprescindibles.

“Tenemos mucha suerte de poder actuar en una sala como esta”, asegura Yanisbel, ante la mirada del director, que aclara que “ocupar un teatro un día sin que haya función es todo un lujo”.

Las luces son un elemento indispensable y van “al milímetro”. Noche Diéguez, titiritera de la compañía, insiste en que “son dos días casi de montaje de escenografía, luces, adecuación al espacio… Es mucho esfuerzo, pero merece la pena”.

A la vez, entre bastidores, una serie de músicos mezclan las melodías de violín, viola, contrabajo, piano y demás instrumentos. Lo hacen relajados, en una sala llena de espejos donde los actores ensayan con un títere en forma de bailarina.

Tres titiriteros coordinan sus movimientos ante uno de los espejos para que, al compás de la música, la bailarina efectúe sus pasos correctamente. Una violinista de largo pelo rubio se mueve fuertemente mientras toca con su arco, un pianista sonríe mientras ve su partitura, un contrabajista se concentra en sostener el gran instrumento…

“La gracia es que el músico forma parte del espectáculo, nos movemos dentro, actuamos, tenemos contacto con las marionetas. Se le da vida a los instrumentos, animalizándolos”, explica Daniel Ligorio, uno de los pianistas. El burro, la gallina, el elefante… El grupo, colocado en círculo ensaya cada animal y aquellas partes que más fallan. Otra vez. Y una vez más.

“En montajes como estos se hace todo a contrarreloj”, expone Enrique. Se colocan todos los animales, que por ahora son inertes junto a todos los músicos, que por ahora aún son solo personas con instrumentos en mano listos para enseñar y sacar sonidos que siempre sorprenden al espectador.

Los niños ya están delante de ese telón, que comienza a abrirse y a dejar entrever artistas y animales. “Son de mentira, eh”, se oye murmurar. “Calla, que empieza”, contesta una voz más grave.

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