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Deslegitimar al adversario

Muñeco de Pedro Sánchez colgado por manifestantes ante la sede del PSOE en Ferraz en Nochevieja.

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En febrero de 2023, durante una entrevista concedida al periodista Marcos Pinheiro de este diario, compartí el siguiente temor: “Una cuestión que me preocupa mucho es qué puede pasar si el Partido Socialista es segunda fuerza política, pero acaba mejor equipado para formar una mayoría parlamentaria. Si eso ocurriera y acaba gobernando Sánchez va a ser un test importantísimo para ver el grado de polarización que tenemos en nuestro país. ¿Cómo reaccionarán los derrotados? Esas son las cosas que me dan miedo”.

Lamentablemente, los temores que expresé en su momento parecen haberse confirmado. Desde las protestas en las calles durante las sesiones de investidura hasta el acoso mediático y político a la pareja del presidente con insinuaciones y bulos de difícil digestión, hemos sido testigos de reacciones que no deberían producirse en democracias sanas. Algunos podrían argumentar que el aumento del nivel de crispación que sufre la política española se debe a la Ley de amnistía o a los escándalos de corrupción. Sin embargo, en mi opinión, el actual clima político responde a causas más profundas y sistémicas. En concreto, creo se está erosionando uno de los pilares básicos de la democracia: la aceptación del pluralismo político y el consentimiento de las derrotas electorales.

La esencia de la democracia radica en el pluralismo y la alternancia política. Como ha señalado en ocasiones el destacado politólogo Adam Przeworski, la democracia se puede definir como un sistema que permite el reemplazo de gobiernos sin derramamiento de sangre. En otras palabras, nuestro sistema se sustenta en la aceptación de los resultados que salen de las urnas y el consentimiento a ser gobernados por el adversario. Sin embargo, en los últimos tiempos, estos principios tan fundamentales están experimentando un importante deterioro. Los datos disponibles indican que la opinión pública española se está alejando cada vez más de este ideal democrático.

Durante el último año, en la Universidad Carlos III de Madrid hemos estado llevando a cabo un proyecto de investigación consistente en sondear hasta qué punto los ciudadanos están dispuestos a aceptar el pluralismo político y los resultados electorales. Los datos obtenidos revelan un panorama ciertamente preocupante: existe un alto porcentaje de votantes de los partidos perdedores (Vox y PP) que no reconocen la legitimidad del Gobierno actual de España, que no consideran a Pedro Sánchez como su presidente, a pesar de haber sido elegido en las urnas, que cuestionan la necesidad de acatar todas las decisiones de este Gobierno y que abogan por la ilegalización de ciertos partidos que forman parte del arco parlamentario.

Los datos evidencian de forma clara una preocupante grieta en la calidad de la democracia española. El desprecio hacia el Gobierno actual y el rechazo al pluralismo político han arraigado en la esfera política de nuestro país. Este fenómeno se observa especialmente en los votantes de la derecha, que fue derrotada en las elecciones del pasado 23J, pero también está notablemente presente entre la izquierda. Entre los votantes del PSOE y de Podemos/Sumar también se encuentra una demanda extendida a la ilegalización de ciertos partidos. Por lo tanto, haríamos mal en creer que la falta de compromiso con los valores de tolerancia y aceptación del adversario es un problema que sólo afecta a una orilla ideológica, pues hay indicios de que se trata de un mal compartido por derecha e izquierda.

La democracia española tiene muchas fortalezas, especialmente en lo que respecta a las garantías del proceso electoral. Sin embargo, creo que actualmente su principal debilidad es el creciente desprecio por el pluralismo político instalado en las élites políticas y en la opinión pública. Muchos españoles creen que urge silenciar, aislar e incluso ilegalizar a sus rivales políticos. Probablemente, los motivos que tienen los ciudadanos para justificarlo son nobles: se debe eliminar al partido rival porque es una amenaza para la nación, para la convivencia o para la democracia. Sin embargo, esta línea de razonamiento nos conduce a una preocupante paradoja: salvar la democracia ilegalizando al adversario, es caer en una pulsión anti-pluralista que deteriora el sistema. Es intentar salvar la democracia acabando con ella.

No respetar el pluralismo nos encamina hacia una senda iliberal. Cuando se percibe al adversario como una amenaza y se considera imperativo evitar a toda costa que gobierne o -incluso- que forme parte del ecosistema político, se abren las puertas para justificar cualquier medio que sirva a ese fin. En la carta de Pedro Sánchez se refleja este lamento. Las actitudes anti-pluralistas y de negación del adversario facilitan que se acabe considerando legítima cualquier estrategia para socavar al rival: el insulto, la deshumanización, la difusión de bulos y acoso mediático, incluso dirigido a familiares y parejas.

 La carta de Pedro Sánchez, así como la situación de incertidumbre en que se ha instalado la política española durante estos cinco días, ha logrado poner de relieve la vertiente corrosiva y destructiva de la polarización. Este episodio nos brinda la oportunidad para poder reflexionar sobre el peligroso rumbo que está tomando nuestra política, con la propagación de actitudes claramente iliberales y antidemocráticas, como la negación de la legitimidad del adversario y la incapacidad para aceptar las derrotas electorales. Es crucial que en los próximos meses abordemos con serenidad y fuera de las trincheras partidistas la necesidad de volver a construir espacios de consenso, de tolerancia mutua y de aceptación del pluralismo político.

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