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The Guardian en español

Irán recluta a combatientes afganos de forma encubierta para que luchen en Siria

Personas sin trabajo o con problemas personales y jóvenes muy religiosos son el perfil que buscan los reclutadores iraníes.

Sune Engel Rasmussen y Zahra Nader

Kabul —

Irán está reclutando a cientos de chiíes afganos para que luchen por la causa del presidente Bashar Al Assad. Aunque Afganistán no desempeña ningún papel oficial en la guerra siria, los combatientes afganos abandonan su conflictivo país en busca de dinero, aceptación social y objetivos vitales que no encuentran en casa. Muchos de ellos son pobres, creyentes devotos o personas relegadas al ostracismo.

La noticia no es nueva; ya se habían documentado casos de emigrantes y refugiados afganos que se alistaban en Irán para luchar en Siria, pero es la primera vez que se tienen datos sobre el reclutamiento en Afganistán. El Gobierno iraní ha negado a través de su portavoz de la embajada de Kabul que esté reclutando combatientes y que ejerza “algún tipo de persuasión o coacción” para tal fin; sin embargo, una investigación de the Guardian revela su forma de convencerlos y los motivos que empujan a esos hombres a viajar miles de kilómetros para combatir en una guerra de la que, tal vez, no vuelvan nunca.

El proceso de alistamiento se lleva a cabo a través de personas como Jawad, un policía que, según dice, trabaja de “agente de viajes” en su tiempo libre. Jawad afirma que fue intermediario de la Guardia Revolucionaria iraní en el año 2014, mientras se formaba una milicia afgana, la División Fatemiyoun, para luchar en las filas del Gobierno sirio. Desde su “agencia de viajes”, situada en el segundo piso de un anodino edificio de oficinas, contactó con combatientes chiíes a través de la embajada iraní en Kabul. La embajada se encargaba de los viajes y los visados, y pagaba a Jawad una comisión por sus servicios.

A cambio de combatir, los afganos recibían un permiso de residencia en Irán y un sueldo mensual de alrededor de 500 dólares. “Muchos van a Siria por dinero -dice Jawad, que lleva vaqueros desgastados y unas Ray-Ban falsas–, pero otros van a defender el santuario”. Siria alberga varios lugares que son sagrados para la comunidad chií. El más importante de todos es la mezquita de Sayyidah Zaynab, erigida en honor de la nieta de Mahoma y convertida en causa de los chiíes que la quieren defender de organizaciones suníes como el Estado Islámico. 

“Vender a mis hermanos”

La primera vez que nos reunimos con Jawad, se estaba preparando para viajar a Siria. Isis había capturado a 12 combatientes afganos en un barrio de las afueras de Damasco y, como él era el hombre que los había reclutado, sus familias le pidieron que las ayudara a conseguir su liberación. Volvió un mes más tarde, claramente afectado por lo que había visto. 

Mientras nos enseña fotografías de Damasco, Jawad afirma que negoció la liberación de los combatientes, y que también fue testigo de que “los iraníes usan a los afganos como escudos humanos”. De hecho, ya no quiere trabajar para ellos. “Me siento avergonzado, porque fui yo quien envió a esos hombres a Siria”, dice.

Sin embargo, el cambio de actitud de Jawad podría tener otros motivos. Cuando volvió, la agencia de inteligencia afgana (NDS, por su sigla en inglés) lo tuvo detenido durante 48 horas. “Me dijeron que no volviera a vender a mis hermanos a otro país.”

A falta de datos oficiales, los cálculos sobre la cantidad de afganos que combaten en Siria son de lo más diverso. Los medios públicos iraníes, que no reconocen la implicación de su Gobierno, hablan de 20.000. Según Amir Toumaj, investigador de la Foundation for Defense of Democracies, la Fatemiyoun ha dejado de tener categoría de brigada y se ha convertido en una división, que suelen tener alrededor de 10.000 soldados. Sin embargo, hay quien piensa que son cifras exageradas: El iraní Alí Alfoneh, analista independiente que trabaja en Washington DC, afirma que el número de combatientes afganos no pasa de 2.000; y añade que, desde septiembre del año 2013, han muerto un mínimo de 334 chiíes afganos en combate. 

Una ley iraní recientemente aprobada permite que el Gobierno ofrezca la ciudadanía a familiares de afganos fallecidos en la guerra siria. En opinión de Toumaj, la ley es una forma de animar a los combatientes a asumir misiones más arriesgadas. Pero la ventaja de contar con una milicia afgana leal puede tener objetivos a más largo plazo: “No hay duda de que la Guardia Revolucionaria tiene interés en entrenar a afganos chiíes que puedan luchar más tarde contra los talibanes u otros grupos suníes en Afganistán, tras las retirada de las tropas estadounidenses”, dice Alfoneh.

Los afganos que llegan a Siria tienden a estar en primera línea de las operaciones ofensivas. Mohamed, de 19 años, recuerda haber entrado en un hospital lleno de soldados enemigos: “Nos lanzaban cabezas humanas para asustarnos. La cabeza de un niño cayó a mis pies. Mis botas se llenaron de sangre, y me asusté mucho –dice en conversación telefónica desde Teherán, adonde ha regresado–. Entré en el edificio y tropecé con el cable de una bomba, provocando su explosión. Acabé con 12 trozos de metralla en las piernas y la mano”.

Los soldados que no vuelven 

Los cadáveres de afganos no se suelen repatriar, lo cual dificulta el cálculo de combatientes. Además, hay ciudadanos de Afganistán que fingen marcharse a Irán y, acto seguido, desaparecen; es el caso de Ehsan y Fahim, dos amigos de Mazari Sharif que hablaron con sus padres y les dijeron que se iban a la capital iraní a trabajar. Poco después de su marcha, Ehsan envió fotografías y mensajes por Facebook a otro amigo, Rasul, que afirma: “Era una persona muy religiosa. Siempre decía que tenía el deber como creyente de viajar a Siria”.

A principios de mayo, poco después de que 80 combatientes progubernamentales –incluidos docenas de afganos– murieran en Khan Touman, cerca de Alepo, Ehsan le escribió otra vez por Facebook, pero Rasul no tuvo noticias de Fahim. Desesperados, sus padres decidieron viajar a Irán. Aún lo están buscando.

Algunos políticos afganos han intentado intervenir. El diputado Nazir Ahmadzai, que ha investigado el reclutamiento de combatientes, cree que el Gobierno iraní aprovecha la tensión entre chiíes y suníes para fortalecer su posición en Afganistán. “Irán practica la política de dividir a los musulmanes; quieren que Afganistán sea como Siria”, dice. Ahmadzai asegura haber visto una lista de 1.800 afganos reclutados, y eso sólo en Kabul; pero los especialistas como Alfoneh consideran que es un cálculo exageradamente alto.

Según sus críticos, la Guardia Revolucionaria no se limita a utilizar a intermediarios como Jawad; además, usa mezquitas afganas como oficinas de reclutamiento. Ahmadzai dice que una de esas mezquitas está en Dasti Barchi, un barrio de Kabul con mayoría chií, aunque se niega a dar el nombre. El diputado afirma que dejaron de reclutar combatientes después de que él enviara a un grupo de investigadores.

La embajada iraní en Kabul niega que su Gobierno esté involucrado; pero uno de los líderes de la oposición siria que lucha contra la División Fatemiyoun instó recientemente al Gobierno afgano a detener el flujo de combatientes a su país. Según Haitham Maleh, miembro de la Coalición Nacional Siria, calcula que el número de afganos que luchan en las filas de Assad asciende a 8.000.

El analista Alí Mohamed Alí asegura que los servicios de inteligencia afganos han cerrado algunos campos de reclutamiento, pero de forma discreta. La intervención de nuevos países ha complicado la situación y, como Afganistán mantiene relaciones generalmente agrias con otro vecino poderoso, Pakistán, Kabul no se puede permitir el lujo de enemistarse también con el Gobierno iraní.

Problemas de drogas

Para Mohsen, de 24 años, la guerra de Siria es una oportunidad de luchar por una causa justa. Dice que supo que Dios estaba de su lado durante una batalla contra el Estado Islámico en las afueras de Alepo. Tras luchar sin parar durante 24 horas, apoyó la cabeza en una pared y el casco se resbaló hacia delante. Justo entonces, una bala que iba directa a su frente impactó en el casco, donde había escrito “¡Ya, Bibi Zaynab!” en honor a la nieta de Mahoma. Mohsen sobrevivió y, días después, ayudó a su compañía a liberar Nubl y Zahra, dos pueblos chiíes que llevaban cuatro años en poder de Isis.

“Fui a Siria a defender a los chiíes –cuenta a the Guardian–. Isis no tiene piedad. Matan a los niños, a los ancianos, a todo el mundo.” Mohsen, que fue reclutado en Irán, se reúne con nosotros en un salón de té de Kabul. Durante la conversación, nos enseña fotos suyas de Siria, en las que aparece con gesto de cansancio y los ojos pintados con kohl. Nos dijo que, en febrero de este año, durante su tercer y último viaje a Siria, lo hirieron tres veces. Aún tenía una bala en un muslo, y llevaba otra como collar. “Yo no hago nada malo –afirma–. Los lugares sagrados son nuestros. Vamos allí a defenderlos”. 

A pesar de la oposición de sus familias, de los servicios de inteligencia y de algunos políticos, es evidente que muchos jóvenes afganos seguirán viajando a Siria en busca de un futuro próspero que no tendrían en su país. “Los que se van, no tienen nada; han perdido hasta la esperanza”, comenta Younis, un graduado en paro de Kabul. Younis dice que conoce a 20 personas que fueron a Siria a través de Irán, incluidos dos primos y un tío que murieron en combate. Todos eran adictos o tenían graves problemas familiares.

Enfrentados a un panorama de discriminación social y abuso de drogas, con el estigma que este conlleva, algunos llegan a la conclusión de que la guerra es su única oportunidad de hacer algo por voluntad propia. En opinión de Younis, ir a Siria es un acto de desesperación absoluta. “Mueren y se convierten en mártires o consiguen una vida mejor” con sueldo y casa en Irán. “Quieren empezar de nuevo”, asegura. 

Nota: Se han cambiado algunos nombres para proteger la identidad de las fuentes.

Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez

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