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Déjenme que les cuente algo importante de los Reyes Magos

Los Reyes Magos, a su llegada a Barcelona

Rosa María Artal

Les confieso que tengo buena mano con los Reyes Magos. Aposté por ellos desde la lógica y eso los seres de ficción lo agradecen doblemente. Ese día en el que –ya en el colegio- el rumor se hace insistente y asegura que “los reyes magos son los padres”, opuse que yo creía que no. Mi argumento fundamental era que no había dinero en casa para tal gasto año tras año, incluso para traerme regalos que ni siquiera había pedido. Así que unas navidades mis progenitores terminaron confesando. Una de las primeras sorpresas poco agradables de la vida.

Ni sé cómo logran ahora los niños engullir tanta cabalgata diferente y simultánea, tanta imagen en la tele de mayores comprando juguetes, sin hacer la mínima deducción. La mayoría vienen muy espabilados. Sin contar la afición de esta serie de señores –desde Santa Claus a Melchor, Gaspar y Baltasar, más sus pajes- a entrar por las ventanas de las casas en plena noche tal como están las cosas. Y para dejar regalos, no para saquearlas. No me negarán que estos contrasentidos chirrían mucho. Igual viene de ahí la tolerancia al robo de lo público en España, eclipsado por los envoltorios de colores de unos presentes que en realidad han sido pagados por los obsequiados.

La fiesta del 6 de enero viene siendo un campo de batalla desde que en algunos ayuntamientos se impusieran mayorías progresistas. Hubo unos cuantos millones de ciudadanos que quisieron probar gestores diferentes a los que lo hacían siempre. En Madrid, eligieron a Manuela Carmena, un cambio drástico respecto a Ana Botella, la que vendió viviendas sociales a fondos buitre y se gastó un pastizal en intentar que los deportistas olímpicos viniesen, básicamente, a tomar una relaxing cup of coffee en la Plaza Mayor, por no entrar en más detalles. A Carmena ya se lo dijeron: “no se lo perdonarían jamás”. ¿Los trajes de la cabalgata? No, cualquier cosa que hiciera.

Mi experiencia, como la de muchos de ustedes, constata que los Reyes Magos son poco exactos al cumplir los pedidos que reciben: eligen algunos de la lista y añaden otros que igual estaban de oferta. Sea como sea, conviene ser precisos y razonables en describir lo que se quiere. Para entendernos: “la paz del mundo” no se puede pedir. Se trata de buscar cimientos o caminos que conduzcan a nuestros objetivos. Lo de enseñar a pescar en lugar de dar un par de peces, que era bien sensato. Vean que me estoy aproximando a las tradiciones tan de moda en esta España del siglo XXI que no lo parece. Precisamente, sería deseable que –repartiendo el presupuesto- hubiera dos cabalgatas. Una, con Reyes Magos vestidos de turcos medievales, hombres los tres, uno de ellos negro aunque pintado con betún, acompañados de personajes bíblicos como Darth Vader y Bob Esponja. Y otra cabalgata para personas normales que les preocupen problemas reales a los que buscan soluciones reales y  una felicidad, siquiera bienestar, no basada en aplastar a alguien. Ya tenemos pues una petición. Seguirían armando gresca, pero al menos se verían más claras sus motivaciones.

El procedimiento podría ser útil para aislar a los reyes del trinque, los magos de la estulticia, la mentira y la manipulación. Aislar, evidenciar, dejar al desnudo cómo son, a ver si alguno recapacita y los abducidos espabilan. Porque con ellos viene todo un paquete añorante de un tiempo que nos succiona hacia atrás. Basta ya de mordazas, autoritarismos, telediarios, radios y periódicos llenos de promos y estómagos agradecidos. Los logros son como las cerezas de mi tierra que, según dicen, si tiras de una, salen todas ellas.

No puedo evitar, por tanto, aunque engrose la lista, requerir trabajo, casa, comida, sanidad, escuela, luz, calor para el frío, varios de ellos son derechos constitucionales.  Pedir justicia, decencia, cordura, solidaridad; cuidado especial para los vulnerables, para los niños, los ancianos, las mujeres solas, los hombres solos.

Pido que saquen a los niños de las cocinas de la competición y los metan en el juego de preparar platos con sus padres. Y en el de crecer con fundamento. Pido que se preocupen de su futuro que lo tiene fastidiado, que les enseñen, les estimulen, les quieran, les digan la verdad y les faciliten el derecho a la fantasía.

Inaplazable, acabar con la aberración aceptada que nos coloca a las mujeres como ciudadanas de segunda. Para uso y abuso. Hay un día en el que te enteras de qué implica ser mujer, de tu lugar en las coordenadas del mundo y entiendes que no te ha tocado la parte más favorable. Pero, superadas algunas dificultades, llega otro día en que el ser mujer te llena del máximo orgullo y te aporta una fuerza poderosa. No es una conquista consolidada y obligará a seguir luchando para mantenerla y extenderla, pero sientes que vale la pena. Logremos que no nos lo pongan tan duro.

Hay que pedir que los políticos en, larga ya, prisión preventiva por hacer política, salgan a la calle y regresen a su casa. Que quienes insisten en amarrarles los grilletes desde León, Alpedrete o Huelva, por poner un caso, reflexionen sobre los delitos que se les imputan. No deja de sorprenderme esa pasión por la unidad de España, cuando Mallorca es prácticamente alemana sin que nadie diga nada. Indica que tienen un patriotismo de territorio, no de personas. Nuevos tiempos, nuevas fórmulas, reformas legales y constitucionales. Es lo que hace falta.

Nuestra vida presente y futura cambiaría notablemente si Rajoy y su PP no estuvieran en el gobierno. A ver si conseguimos que Melchor, Gaspar, Baltasar, Pedro siquiera o cualquier otro, cuenten por qué partidos que se dicen progresistas siguen manteniendo a este presidente en el cargo. Canta mucho y no precisamente la Traviata.

Ruego que dejen de darnos recetas de comidas con ajo y más ajo o de emplatados con una serpentina de color verde o marrón a los lados. Que dejen de hablar de la teta de Sabrina y de los ejércitos de tuiteros. De establecer las bases del futuro comprando lotería. Un amigo me pide que añada la caspa, que se lleven la caspa. Y una amiga que nos traigan volquetes de inteligencia. Mis interlocutores más jóvenes solo piden a los Reyes que abdiquen. Pero eso, en este caso, que estoy ya a punto de contarles, no puede ser. 

Que no me falte la música ni los colores del verde en parques y campos ni el mar. Ni el mar, ni el mar. Las personas que logran hacer la vida mejor. Los afectos sinceros se presuponen, a salvo de sorpresas.

Vendrían bien, siempre que se precise, recambios para las piezas averiadas del cuerpo, y en ello se afana la investigación si no le siguen aplicando recortes. Y aguardar con esperanza que otros dolores no sean tan intensos que nos rompan. Se cumple aniversario de Albert Camus, premio nobel de Literatura de cuando eso importaba. “Bendito el corazón que se puede doblar porque nunca se romperá”, escribió. Pues eso, pero mejor que no lo tuerzan demasiado. No estaría de más pedir a los reyes magos que los corazones duros y secos se caigan por su peso y sus dueños se retiren a buscar los pedazos por el suelo. Indefinidamente.

A los Reyes Magos se les escriben cartas. Yo escribo dos por semana aquí, en la Zona Crítica de eldiario.es, y mando abundantes telegramas en Twitter, algo menos en Facebook. Y sé que son recibidos y leídos pero con una eficacia necesariamente limitada. Porque todavía hay muchos ciudadanos que discuten de las Cabalgatas a brazo partido en un país con el 40% de paro juvenil, el 90% de los nuevos contratos, temporales y parciales y copando el récord europeo en desigualdad. Porque aún hay muchas personas que se empeñan en creer en entelequias y fantasías. En venerables ancianos que entran por las ventanas de noche o en gobernantes mezquinos que cumplen lo que prometen. Es hora de entender que los Reyes Magos somos nosotros. Sin ser ni reyes, ni magos, ni hombres inexcusablemente, sabemos -como hicieron mis padres  e hicimos nosotros con nuestros hijos- llenar de ilusión la mañana del 6 de enero y muchas más. Aunque haya que quitar recursos de otro agujero por tapar o exprimir al máximo la imaginación. Por eso no podemos dimitir. Sería dimitir de nosotros mismos, como han hecho tantos ciudadanos.

Nos faltan más manos, mayor convencimiento y coraje. Solo con que piensen en qué creen los amantes de las tradiciones excluyentes encontrarán las razones para defender los logros posibles.

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