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La consulta

Imagen de archivo del 9N

Montero Glez

En una pared de San Francisco, el amigo Eduardo Galeano pudo leer: “Si el voto cambiara algo, sería ilegal”. Con tal sentencia, el grito del corazón se expresaba de manera llana y precisa, sin perder un gramo de razón en su contenido. Porque cuando las urnas las pone el pueblo, la democracia pasa a ser un asunto inconveniente para los de arriba. Lo estamos viviendo.

Convertir la solución en problema ha sido una constante del soberanismo del Régimen del 78. Si pensásemos un poco, la independencia de los pueblos no sólo sería garantía de espíritu colectivo sino posibilidad para la recuperación económica. Porque cuando el mercado local ha sido secuestrado por el mercado nacional y este, a su vez, por el mercado global, los modelos matemáticos en los que se basa la economía de mercado tienden a fallar. Pero claro, para los economistas neoliberales, cuando el modelo no se puede adaptar a la realidad, la realidad hace trampas.

En definitiva, la propuesta de independencia de los pueblos viene condicionada por la materia económica. No es una cuestión de lengua, sino de lenguaje y, en este caso, de lenguaje económico. Sacar la pata de la trampa globalizadora reactivando la dimensión del mercado local y no dejarlo absorber por dimensiones mayores es una posibilidad para salir de la crisis. Sólo los privilegiados del Régimen del 78 rechazan una consulta al respecto, convirtiendo las expectativas de un pueblo en asunto traumático.

Para sobrevivir, el Régimen del 78 necesita de muchos y múltiples actores, hombres y mujeres con predicamento débil y que por tendencia genética se encargan de escribir las leyes a su medida así como de poner fronteras al tiempo. Sujetos incapaces de adivinar otro mundo posible, pero capaces de pastorearnos como si fuéramos rebaño de ovejas.

Claro ejemplo es el de Saénz de Santamaría que con su tuit tacha de antidemocrático a un pueblo que exige hacer una consulta democrática. De tal manera que si Cataluña obtuviera su independencia tras la consulta, sería por culpa de la irresponsabilidad de su propio pueblo y de sus representantes.

Algo parecido viene a decir Felipe VI, “El Silbado”, que el otro día en Cuenca reveló preocupación en su discurso, no vaya a ser que el pueblo haga consulta acerca de la monarquía y tenga que coger el camino que dejó marcado su bisabuelo. A Roma.

Tan legítimo como lo que apuntó el amigo Eduardo Galeano cuando escribió: “No hemos sido consultados para venir al mundo, pero exigimos que nos consulten para vivir en él”.

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