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El grado cero del relato

Miguel Roig

«Sois unos asistentes de lujo: los ricos y los más ricos aún [risas]. Para algunos sois la elite; yo os considero mis bases [más risas y aplausos].» La frase la pronunció el expresidente George W. Busch en una cena que reunió, como él afirma, al núcleo más poderoso de la sociedad estadounidense poco antes de la invasión a Irak. La escena se incluye en el documental Fahrenheit 9/11 de Michael Moore.

Este reconocimiento, casi clandestino ya que fluye dentro de un relato bélico mucho más dramático, ¿qué efecto produciría sobre una amplia audiencia? ¿Indignación o desconcierto?

Mariano Rajoy, en una reunión en Moncloa con el Foro Puente Aéreo después de las elecciones del 20-D dio la razón a banqueros y empresarios con respecto a una posibilidad mínima de que Podemos se acercara al poder: «es una verdadera amenaza para el futuro de vuestras empresas».

Comunistas, disolventes, antisistema, radicales, agentes del caos. Los escritores del presidente no tienen contención a la hora de adjetivar a Unidos Podemos. A ninguno se lo ocurriría, en cambio, sugerirle verbalizar la raíz verdadera del problema: esta gente es un peligro para la Bolsa y para nuestros acreedores en nombre de quienes asumo el gobierno.

En el final del segundo capítulo de la serie The Young Pope, escrita y dirigida por Paolo Sorrentino, Pio XIII, el papa que interpreta Jude Law, en su discurso a la feligresía reunida en la plaza vaticana de San Pedro eufóricamente entregada al nuevo pontífice, les recrimina su equivocada idea de Dios, su mala praxis de la fe y, en un gesto extremo, no permite que se le ilumine el rostro para evitar que se proyecte hacia su figura la devoción. La multitud cae, entonces, en un estado de depresión masivo.

Esta y no otra puede ser la reacción cuando se nos enfrenta al grado cero del relato: la evidencia de que no hay relato, hay realidad.

El periodista David Remnick en una entrevista que hizo para The New Yorker a Philip Roth (Reportero, Debate) en los tiempos en que Bill Clinton estaba en la Casa Blanca enfrentando el juicio que contra él impulsaba Monica Lewinski, cuenta que Roth proponía a Clinton salir por televisión y «hablar con franqueza del adulterio, (…) hablar de la complejidad del matrimonio largo y difícil, de la fragilidad, y de atreverse a preguntar si verdaderamente estaba tan solo en sus flaquezas». Roth, cuenta Remnick, después desechó el argumento por no tener sentido políticamente.

Para Clinton, frente al juicio, mejor que abrir un debate nacional era responder con eficacia ante el tribunal para salir exonerado pero desde una perspectiva política, la idea de Roth hubiera abierto un debate de difícil control. Puede que, al igual que el Papa en la serie de Sorrentino, se hubiera topado con una audiencia que no quiere salir de su idea que tiene del mundo, la que se cuenta a sí misma. Hay una idea de Dios, hay una mirada sobre un presidente, hay construcciones, relatos sociales que se preservan por encima de la verdad.

Cuando comenzó a resultar difícil el ejercicio político en virtud de la actual hegemonía económica surgieron múltiples relatos alternativos, periféricos, como el de la vida íntima expuesta al plano público. La relación del expresidente Nicolas Sarkosy con Carla Bruni es una prueba de ello. El filósofo Michaël Foessel afirma que los políticos exhiben su intimidad para no tener que ser juzgados por sus actuaciones. El caso mencionado lo prueba, la relación del presidente François Hollande con la actriz Julie Gayet sigue en esa senda. No hay duda que Hillary Clinton comenzó a construir su figura política con esos mimbres: su estoica actitud frente al affaire sexual de su marido atravesó los poros de las capas medias de su país. ¿Habría sido distinto si hubiera abierto un debate en el que, como proponía Roth a su marido, invitara a participar en una terapia grupal a la Nación para interrogarse sobre la deriva de las relaciones afectivas?

El comentario de Mariano Rajoy ante el Foro Puente Aéreo tiene el mismo peso que la adulación de Bush a la elites: reconocerlas como su base real y no a la inmensa población de los Estados Unidos. He ahí la brecha.

Si Mariano Rajoy saliera a exponer que todos sus esfuerzos están orientados a mantener los privilegios de una clase dominante, que la financiación ilegal de su partido es el modo de sostener su estructura, de abastecer con recursos la máquina electoral y que para mantener vivo este proyecto necesita el apoyo de todos, la reacción lógica de sus votantes sería la depresión e incluso la negación.

Felipe González cuando dio luz verde para la destitución de Pedro Sánchez no utilizó los argumentos –compartidos– que expuso Mariano Rajoy en el circuito cerrado del poder fáctico. Hizo un relato emocional, íntimo: «Me siento engañado y defraudado por Pedro Sánchez». En la portada de una revista del corazón no hubiera generado ningún ruido, al contrario, la frase de González está extraída de ese campo semántico.

Susana Díaz, artífice de la logística que el pedido de Felipe González reclamó, al igual que Mariano Rajoy, se ha instalado en las antípodas del relato cero y se han impuesto un silencio total con un único fin: ejercer el poder.

El grado cero del relato vital es la muerte: se nace para morir. Un relato que nos negamos para poder sobrevivir. Para un creyente, el punto sin retorno desde la fe es la inexistencia de Dios. El de la política es su propia ausencia.

Hay excepciones. Ada Colau en Barcelona, por ejemplo. Pero su relato es antitético al de Bush o Rajoy: su base surge del conflicto y su gestión, como está demostrando, es inclusiva. En lugar del grado cero, Colau apela al grado de conciencia de sus interlocutores en un diálogo igualitario y no asimétrico: escribe el relato del otro. Un caso curioso: una dirigente que viene del campo social y no de la política pero se ha convertido en uno de los pocos agentes políticos activos.

«Lo más importante que se puede hacer por vosotros, es lo que vosotros podéis hacer por vosotros», afirmó Rajoy en una frase en la que el fallo de su sintaxis ilumina las intenciones del presidente y las posibilidades que abren propuestas como las de la alcaldesa de Barcelona.

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