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El irresponsable Rajoy será el responsable

Mariano Rajoy

Carlos Hernández

Lleva siete años dejando que corra el tiempo, sin hacer nada. Siete años en los que lo único que le preocupaba de Cataluña era lo que publicaba sobre el Barça el diario Marca. Siete años fumando puros, dejando que sus asesores políticos y mediáticos jugaran a su antojo con la cuestión catalana para crear cortinas de humo que ocultaran sus recortes, sus corruptelas y la pésima gestión de su Gobierno. Siete años creyendo que la gente se olvidaría de aquellos tiempos, nada lejanos, en que él mismo se dedicó a sembrar España de catalanofobia para arrancar un puñado de votos. Siete años confiando en que los deseos secesionistas se acabarían desvaneciendo por arte de magia; de la magia manipuladora que emana de TVE y del resto de medios de comunicación que se controlan desde el despacho de la vicepresidenta. «Si me funcionó la estrategia cuando mi contable desveló que cobraba sobresueldos, cuando se descubrió que mi partido se financiaba irregularmente con dinero procedente de comisiones, cuando se publicó que mi despacho y mi sede se habían reformado con dinero negro, cuando mi charca de ranas corruptas se transformó en un océano… ¿por qué iba a ser diferente ahora?», debió pensar hasta ayer Mariano Rajoy.

Sin embargo el 1-O ya está aquí y la infinita irresponsabilidad del presidente del Gobierno ha puesto a España al borde de la catástrofe y de la ruptura. Rajoy, diga lo que diga ahora, se negó sistemáticamente a dialogar con las autoridades catalanas; el político con mayor responsabilidad en este país renunció… a hacer política. No quiso hacerlo, como he dicho antes, por su tradicional desidia y su deseo de mantener vivo un problema que le resultaba útil para tapar las miserias de su partido; pero no lo hizo, también, por su infinito complejo de superioridad. Rajoy desprecia intelectualmente al discrepante. Él, como argumentó profusamente en aquel famoso artículo que escribió en los años 80 se considera “hijo de la buena estirpe”, superior al resto, tal y como “ha sido confirmado por la ciencia” (Rajoy dixit). Por eso se le ve tan molesto cuando un periodista osa preguntarle algo “inadecuado” o un rival político le afea cualquier comportamiento. Rajoy les desprecia porque no acaba de entender como alguien tan inferior se atreve a cuestionarle. Despreciaba intelectualmente, en público y en privado, a Zapatero porque no le entraba en la cabeza que ese “hijo de la mala estirpe” hubiera llegado a presidente. Desprecia hoy a los Iglesias, Sánchez, Junqueras, Gabriel y Garzón porque siente que ninguno de ellos tiene el linaje mínimo exigido para criticar a todo un Rajoy.

Desidia, corrupción y superioridad han marcado el desarrollo del drama catalán y lo siguen condicionando en su recta final, en la que ya no hay lugar para esconderse. El mundo entero ha girado su mirada hacia Cataluña y el presidente, de la noche a la mañana, intentó ponerse el traje de bombero encima de las ropas chamuscadas del pirómano. Entonces se dio cuenta de que sin puentes, sin margen para la política, solo le quedaba recurrir a la fiscalía, la policía y la porra. El disfraz de apagafuegos no le servía y tuvo que volver a encender el mechero para fomentar la estrategia del “¡a por ellos, oe!” Dicho y hecho, algunos de sus dirigentes y militantes se enfundan en la rojigualda para animar a la Guardia Civil a dar “ostias como panes”, mientras su partido arroja al fuego vídeos que arden más virulentamente que la gasolina.

Con este panorama, agravado por las irresponsabilidades del otro lado de las que ya he hablado en artículos anteriores llegaremos al 1-O. Confío en que la responsabilidad de los catalanes, no la de los Gobiernos central y autonómico, nos libre de una tragedia. Pase lo que pase el domingo, llegará un lunes en el que nada volverá a ser igual. Gracias a la irresponsabilidad de nuestro presidente, Cataluña y España estarán ese día más alejadas que nunca. Gracias a la irresponsabilidad de nuestro presidente se ha arrasado tanto el terreno de juego que se ha imposibilitado cualquier salida, a corto y medio plazo, que no pase por un referéndum pactado.

Rajoy ha logrado en siete años lo que los independentistas no habrían conseguido en otras cuatro décadas de democracia. Por eso, la única solución sensata, duradera y que incluso pueda permitir que Cataluña siga siendo parte de España, pasa por sacar al actual presidente de La Moncloa. Sánchez e Iglesias tienen la obligación patriótica de botar a Rajoy. El mejor servicio que pueden hacer a España es impedir que ese señor siga azuzando los odios territoriales y apelando a los instintos más básicos para ocultar sus corruptelas, su nefasta gestión y su profunda mediocridad… por muy de “alta estirpe” que sea.

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