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Un puñetazo absurdo, un miserable huyendo

Gumersindo Lafuente

Un bastón, un periódico, un paso de cebra, un coche veloz, un anciano (81 años), un joven (18 años), una discusión, un puñetazo absurdo, una persona muerta, un miserable huyendo. A veces, entre las desgarradoras imágenes de víctimas de atentados como el de Manchester, o de migrantes ahogados en el Mediterráneo, se nos cuelan historias terribles como esta. Tan cercanas, tan violentas, tan cotidianas. ¿Qué tendrán los automóviles que llevan al límite nuestra agresividad?

Justo estamos presentando estos días en eldiario.es el último número de nuestra revista. 'La ciudad civilizada' es el título de la portada. Ese lugar que soñamos acogedor, en el que podamos movernos caminando o en bici o en transporte público. En el que los niños y los mayores recuperemos la calle, libre de los ruidos y la contaminación de los coches, pero también de la agresividad y prepotencia de los conductores.

Parece que el ser humano en esta era industrial desdobla su personalidad cuando se pone al volante. La potencia del artefacto mecánico actúa de espoleta que libera lo peor, lo más violento, lo más abyecto de nuestra personalidad. Es como si toda la fuerza del motor de explosión se nos subiese a la cabeza y enajenase nuestro entendimiento. Y claro, ese efecto dopante no tiene el mismo resultado en todas las personas. En un mundo en el que se nos educa en la competitividad salvaje y el poder de la fuerza más que en la tolerancia y el poder de la razón, los resultados llegan a ser tan fatales como los de la agresión de hace unos días en Torrejón de Ardoz.

En la revista hablamos del coche como la máquina de morir y matar. Porque contamina nuestro aire y nos envenena. Porque produce unos niveles de ruido que nos altera y no nos deja descansar. Porque monopoliza un espacio físico que, siendo de todos, solo los que conducen lo pueden disfrutar. Todo lo anterior es cierto, pero, al menos en parte, tiene solución. Lo están demostrando algunas ciudades, como Pontevedra, Vitoria o Sevilla.

Lo que parece mucho más difícil de arreglar es la violencia arbitraria, la prepotencia sin límites del fuerte y la falta de unas dosis mínimas de respeto. Eso solo lo cura la educación, en casa y en el colegio. Y los resultados son a largo plazo. Y aunque es posible que hayamos perdido mucho tiempo, sobre todo en las épocas de bonanza económica, nunca es tarde para empezar.

Mi admirado Enrique Meneses siempre decía que el periodista debía ser fuerte con los fuertes y débil con los débiles. Y lo que vale para nuestro oficio, sirve también para la vida. No sé si este tipo, de impresionantes brazos y anchas espaldas, que frenó su coche y se abalanzó sobre un anciano para derribarle de un puñetazo, causarle la muerte y huir luego como un miserable, se habría mostrado tan agresivo de tener enfrente a alguien de su tamaño. Lo que sí sé es que después de huir debió pensar que su crimen iba a quedar impune y solo se presentó ante la Policía cuando supo que su padre, que es el dueño del coche, ya había sido localizado y estaba en la comisaría. En fin, encima resultó ser un cobarde.

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