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El sistema que quiere destruir Podemos

Rosa María Artal

Nada ha concitado más unánime odio y miedo en los últimos tiempos que el triunfo electoral de Podemos. Mentes preclaras como las de los populares Floriano, Aguirre o Cifuentes han liderado los exabruptos a la formación que consiguió 5 escaños en los comicios europeos cuando ellos no lo esperaban. Las jóvenes apuestas rubalcabistas del PSOE andan en parecida zozobra, lo mismo que viejos ideólogos de la desnortada socialdemocracia española. El cabeza de lista, Pablo Iglesias, es el enemigo a abatir en las altas esferas políticas y mediáticas. Expurgan su vida presente y pasada como lo harían fuerzas especiales conjuntas del MOSSAD, y están adiestrando en resistencia al acoso ejercido con las peores artes de la mala calaña a niveles de la Esparta de Leónidas. Si lo supera, estará preparado para afrontar cualquier eventualidad. De momento, han decretado una pausa en su pasión acribilladora por Ada Colau, pero volverá, con seguridad. Con cualquiera que amenace su privilegiado estatus.

Están aterrados. A estas alturas de la fiesta monárquica ya no cabe duda de que la irrupción de una candidatura ciudadana precipitó los acontecimientos. La improvisación desplegada en el precipitado proceso de sucesión en del Estado indica que la decisión tan meditada les pilló con toda la ropa sucia y sin meter en la lavadora. Incluso Juan Carlos ha demostrado su acreditada campechanía al exhibir con naturalidad una expresión de rey destronado que produce hasta lástima a los corazones sensibles. Las fotos de estos días son un impagable tratado de psicología.

Las élites extractivas tienen muy claro su objetivo: que todo siga más o menos como estaba. Deben andar en el baile que va del navajazo limpio a las serviles reverencias para situarse en la nueva Corte pero el enemigo común es uno: Podemos. Tan a fondo se han empleado en su contra, con tal profusión y altura en los ataques, que ya no debe quedar apenas nadie que no haya reparado en ellos. Y se pregunte (y se responda) a qué viene tal descarga de improperios.

Los ciudadanos se han puesto en marcha. El 15M no fue tan baladí como quieren hacer creer. Siguieron las mareas –la histórica e inolvidable de los mineros, la blanca de la sanidad con su podio de logros, la verde de la educación-sembrando con duros sacrificios lo que ahora se recoge. Las manifestaciones contra multa y palo, el continuar hablando. Y cristaliza una candidatura electoral con Podemos, un movimiento de gente muy preparada que sabe desmontar a la apolillada caverna mediática con argumentos y serenidad. Y más de un millón de personas vota a la formación. Y renacen los círculos de trabajo, las esperanzas de una política horizontal y trasversal donde todos cuentan.

Fue la ilustre pensadora Cristina Cifuentes la que dio en la diana: Podemos “dañaría la credibilidad de España”. Y su compañero de cátedra Carlos Floriano culminó el enunciado: aprovechan el dolor de la gente utilizando falsas promesas que no se pueden aplicar. Sí, eso está feísimo, el PP jamás lo haría.

¿De qué credibilidad habla Cifuentes y en qué círculos se vería dañada? No hay duda alguna: en quienes manejan el cotarro tanto aquí como fuera. Ese 1% que ha basado su estrategia en acumular dinero y poder exprimiendo y atenazando al resto, al otro 99%. Por primera vez en la historia no ejercen ni de dueños del cortijo. La supervivencia de este cortijo o el otro les da igual, si pueden sacar provecho. Se trasladan con sus maletas y sus cuentas corrientes. Punto. Con el egoísmo como motor político. Con la ley del embudo como modelo. Con ningún escrúpulo.

¿Y qué sistema destruiría Podemos o cualquier política desde la ciudadanía? El que ha llevado a España a unos niveles de pobreza y exclusión social desconocidos en décadas.El que ha asolado el empleo añadiendo un millón de parados. El que en 2012, primer año de gloria del PP, redujo los salarios de los españoles como nunca antes, de forma que trabajar ya no garantiza poder costearse una vida digna. El que ha agravado la disminución del nivel de vida con recortes y repagos. El que ha hecho crecer el hambre –se dice pronto: el hambre- en España, liderando la desigualdad en Europa. Uno de cada tres niños necesita la comida del colegio para alimentarse, y enfrentan el verano sin saber si la tendrán. 2.226.000 niños vivían en noviembre de 2012 en el umbral de la pobreza, ahora son 2.800.000. Disfruten lo votado.

Vibren entusiasmados con el sistema que se monta una rebaja fiscal electoralista donde las clases medias terminarán pagando las rebajas a los ricos para no variar. El que ha situado a las universidades españolas entre las más caras de Europa. El que expulsa a los jóvenes. El que penaliza la educación, la cultura, la ciencia y la investigación. ¿Y la sanidad? Los daños son ya de gran calado. No dejo de preguntarme qué ángeles de la muerte cruzaron nuestra tierra para haberla arrasado con tal sadismo. ¿Esto es lo que hay que mantener?

¿Y la democracia? ¿Qué ha pasado con ella que no se puede ni disentir? ¿Qué queda de una ciudadanía representada por genuflexos? ¿Esto es lo que amenaza Podemos?

El maravilloso sistema español a preservar podría definirse hoy perfectamente por la corrupción que envenena el cuerpo esencial del Estado, la impunidad, la confusión de poderes y la manipulación sistemática ejercida por los privilegiados. Los ciudadanos acaban de darle una nota de 1,9 en una encuesta del INE, pero esto es lo cabal, según ellos. Pues mire, igual es preferible probar otro sistema, otros demagogos, otros sátrapas incluso. Se precisa mucha dedicación para llegar a igualar las bajezas y atropellos de incontables próceres del país. Hay que ser muy miserable y estar muy podrido para situarse a la altura de unos cuantos que hoy dirigen el cotarro. Ya procuraremos vigilar y defender, desde el principio que es más fácil, un cambio real.

En cuanto a los programas de progreso sociales y de fin de los latrocinios y mamandurrias claro que son aplicables. Solo que esta vez quienes pierden algún privilegio, alguno, son los que ahora los detentan en exclusiva, pulverizando los derechos de la mayoría. No les quitan nada suyo, les impiden seguir llevándose lo nuestro.

Cuando ya el dinero y los recortes amenazan la supervivencia hay poco que perder. Cuando uno teme el desastre que deja a sus hijos, se vence el miedo. Cuando ya el asco por tanto atropello y tanta injusticia no cabe en el estómago, se está para muy pocas bromas. Cualquier cosa es mejor que seguir tragando esta atronadora injusticia servida además con insultante pitorreo. Lo saben. Lo intuyen. Por eso están tan nerviosos. No tengan ninguna duda, esa minoría extirpadora que se lucra a costa de los demás, no verá con buenos ojos una política destinada al bien común de la sociedad –sean quienes sean la que la lideren-, pero buena parte de la ciudadanía se sentirá tan aliviada que igual se anima y sigue el ejemplo. Es lo que les da miedo. Que se les acabe el cuento, su siniestro cuento.

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