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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

De la incómoda preçencia de un xaubinîmmo andalûh

Imagen de una manifestación el 28F

Jorge Jiménez Rodríguez

Doctor en Filología —

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Vamos a intentar tajar unos cuantos melones sobre la identidad y su representatividad política a lo largo de estas líneas. Ya no hay excusa para posponer el encuentro, pues no hay refugio que valga en el hecho diferencial, en la imagen del pueblo eternamente sufriente o en la bota opresora de Madrid. La identidad ha sido el vector principal por el que ha discurrido la coyuntura política de nuestra comunidad en los últimos años.

Jesús Jurado nos cuenta en La generación del mollete cómo el primer borrador de la campaña de la marca Adelante en 2018 se articuló en torno a una superación de los significantes de la autonomía (y su contrarrelato a la izquierda sindical del SAT) para reconfigurarlos sobre el rechazo al centralismo, la defensa de las hablas y la vinculación con propuestas culturales y estéticas de signo andaluz. Partimos aquí del hecho, ya comprobado, de que dicha estrategia se basaba en un cálculo muy al alza de sus potencialidades.

Como poco, que Moreno Bonilla haya sido capaz de aprovechar tal aparato afectivo para defender el expolio de nuestros parques naturales, o para que nuestras oligarquías puedan heredar a coste cero, debería haber servido hace meses para empezar a sacar los melones de la nevera.

Primer melón. Como quedó claro hace poco, insultar a la Blanca Paloma es insultar a la totalidad del pueblo andaluz. El motivo es que en la escuela antropológica sevillana se decidió que las cofradías y las romerías serían las formas esenciales de nuestro estar en el mundo. No negaban que también pudieran ser mecanismos aristocratizantes o que su modelo de participación fuese, cuanto menos, limitado a ciertos usos y costumbres por los que ha de transitar la política (nunca al revés). Quizá trataron de delimitar en exceso unos elementos contradictorios y ambivalentes, como casi todo en lo que a identidad se refiere. Por supuesto que existen mecanismos de reescritura, pero la eclosión de los últimos años los lleva al punto en el que una casa hermandad y una caseta contienen la potencialidad de un soviet.

Si está en nuestro propio consenso el habernos definido como pueblo sin autoestima, todo atisbo de amor propio siempre será insuficiente, y toda autocrítica "andaluzofobia interiorizada" o "trampas de la folklorización"

Sin duda, estamos reproduciendo la tesis de una radicalidad democrática-popular aletargada, pero en los únicos espacios a los que hemos podido volver después del último ciclo político. De no reconocer esto, corremos el riesgo de compensar con ritualidades lo que en política se nos presenta como inalterable. Una afirmación de la identidad que sólo toma sus aspectos más amables tendrá que dar cuenta de las incomodidades que terminan reapareciendo: los feriantes en el 36 comerciando con vinos que llevaban nombres de victorias golpistas, “Lola de España” (que antes que por el acento, se la conoció en todo el mundo por cantarle al alto mando franquista en la Granja de San Ildefonso) y otros hitos andaluces y muchos andaluces.

Si está en nuestro propio consenso el habernos definido como pueblo sin autoestima, todo atisbo de amor propio siempre será insuficiente, y toda autocrítica “andaluzofobia interiorizada” o “trampas de la folklorización”, pero también claudicar ante todo aquello que nos venga en herencia.

Segundo melón. Hay una tentación constante hacia el simplismo que viene con la idea unívoca y prescriptiva de lo que la identidad contiene, siendo “la Meseta” y sus mesetarians una paradójica forma de hacerse valer en plena dependencia de un Otro. En esa Meseta mental (donde caben hasta islas), las abismales diferencias entre Florentino Pérez y las luchas vecinales del barrio de Orcasur quedan por completo indiferenciadas. Una bochornosa estrechez de miras que ve ambas cosas como partes de una misma entidad extractiva.

La antesala del chauvinismo ante el que empieza a plegarse tanta búsqueda de amor propio da lugar a luchas estériles que concentran sus energías en posiciones enunciativas, a la vez que nuestro horizonte de cambio se empequeñece hacia mínimos históricos de movilización y sentido de proyecto. El foco puesto en el enemigo externo, el guiri o el madrileño veraneante no pocas veces distorsiona el hecho de que, una vez más, ha sido nuestra propia oligarquía autóctona y propietaria la que nos ha desposeído ante el capital turístico. Centralismo comienza a significar todo elemento externo que se oponga mínimamente a las políticas de privatización de la Junta gobernadas por los populares en el momento en el que toda crítica que venga del exterior se convierte en “tutela”, aunque la multa del TJUE sobre Doñana también se pague en Santander. No podemos faltar a la solidaridad de clase, porque si en algún lugar debiéramos destilar una esencia propia, quizá sea ese el mejor punto de partida.

Tercer melón. No nos hace falta un pasado mítico, sino un futuro al que mirar. La historia de los primeros andalucistas vinculados al Ateneo de Sevilla es bien conocida: una vacilante ida y venida entre el regeneracionismo, el federalismo republicano y, tras la intensificación de los enfrentamientos en el campo y el influjo de Pedro Vallina sobre Blas Infante, la lucha por la reforma agraria. En toda la obra infantiana, la tentación de justificar el derecho a la soberanía de la tierra a través de un mito fundacional para un pueblo hambriento, también de referentes, delimitó fuertemente nuestros espacios de consuelo. En la actualidad, Antonio Manuel [Rodríguez Ramos], ha querido asegurar la continuidad del mito para los tiempos de la afecto-política. Licenciado en Derecho, como el Padre de la Patria, ha dibujado en su obra un relato repleto de injusticias históricas y reconstrucciones divanescas.

Es increíble la cantidad de tiempo que perdemos en malos juegos de historia medieval, y no serían importantes si no estuviésemos presenciando un programa coordinado de des-ilustración que favorece a las derechas, especialmente si quienes debieran ofrecer un programa de educación racional y colectiva ofrecen un espejo. En el manifiesto de la ASA (1973), redactado en la clandestinidad, se decía que “lo verdaderamente revolucionario será pues, la búsqueda permanente; la insatisfacción; el no retorno practicado como método; el no apego a las estructuras de hoy que serán viejas mañana”. Esta es la única voz del pasado que hoy nos convendría escuchar, pues los mitos son estancos ante una cultura cambiante, pero las incomodidades siempre obligan a poner en marcha mecanismos de pensamiento y ajuste de cuentas con la realidad que son, de suyo, más emancipatorios que cualquier cuento de la Alhambra.

Cuarto melón. Estar al sur no te hace parte del Sur Global. Venimos arrastrando una autopercepción que, en el mejor de los casos, nos refiere a una preocupante situación de atraso con respecto al resto del país, y, en el peor, pretende una simbiosis con el colonizado no occidental. Por algo venimos ya henchidos de tanto auto-orientalismo. Los desarrollos teóricos de Aumente, Rojas-Marcos, Osuna y otros militantes de la ASA incorporaron la idea de “colonia interior” que toma en la actualidad elementos de las epistemologías del sur en los textos de Javier García Fernández o Manuel Ares. La cuestión de las relaciones centro-periferia simplifican toda una red de expolio interno, jerarquías entre el campo y los centros urbanos desarrollados que suelen atajarse asimilándolas a otra interiorización, esta vez del centralismo. Tampoco atendemos a cómo la construcción cultural de una Andalucía “genérica” homogeneiza sus componentes gitanos y migrantes en un silencioso ejercicio de expropiación hacia dentro, o que toma del campo una visión tan exotizada como la del pasado andalusí. Ares llega incluso a comparar la situación de Andalucía con la de Nigeria o Senegal antes de matizar que “el encontrarnos como parte del Primer Mundo nos permite ser parte de lo que queda del Estado del Bienestar”. Tales comparaciones resultan bochornosas en tanto partícipes del problema general que España tiene con un pasado colonial del que nuestra historia posterior de emigración, paro y latifundio pretende eximirnos. De aquellos polvos, estos lodos patrioteros que aplauden aquí cuando la poeta argentina Claudia Capel afirma que al otro lado del Atlántico se habla andaluz, como si haber sido un lugar determinante en el comercio de esclavos fuese motivo de orgullo. 

Viene julio y hay que abrir la fruta de temporada, aunque algún xaubinîtta de estrella tartésica continúe torpedeando todo debate mínimamente incómodo hasta hoy. Cabe preguntarse qué hacer tras un domingo electoral en el que el Ayuntamiento de Sevilla se perdió por una diferencia mínima, en el que el oasis gaditano vuelve a teñirse de un traumático color azul. Suele decirse que algunos discursos se afianzan en la medida en que sus ejes más groseros comienzan a circular en piloto automático. Estos llevan años regurgitando los mismos automatismos a la espera de un portal en el tiempo que nos sitúe de nuevo en un Diciembre del 77 que nunca llega. Deberíamos pararnos a reflexionar si la identidad por la identidad no viene ocultando una profunda crisis de proyecto, tal que, por ejemplo, reivindicar nostálgicamente el Canal Sur de hace veinte años impida hoy hablar de una maquinaria de propaganda derechizada. En 2015, EncuentrosTV entrevistaba a Rojas Marcos, quien respondía ante la disolución del PA señalando que su error histórico fue centrar el discurso en la toma del poder sin atender a la toma de conciencia. Quizá nuestro error haya sido justamente a la inversa. 

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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