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VÍDEO | Cuando rememorar el horror sana el alma

Carmen Reina

El Gran Teatro de Córdoba estaba a rebosar. No para una obra de teatro, tampoco para un concierto. Estaba lleno de familiares y víctimas de los crímenes franquistas que acudían al estreno de un documental sobre su historia, con la emoción a flor de piel, llamados para ser escuchados, para que se conozca de su boca sus vidas truncadas y, sobre todo, para no dejarles nunca más en el anonimato.

Dejadme llorar. El genocidio olvidado’ es el documental con el que se ha querido denunciar “el silencio y el terror que impuso el régimen franquista a los hijos y familiares de los desaparecidos y asesinados, que se ha prolongado hasta hoy”. Un documental para contar la historia silenciada y olvidada de los crímenes que el franquismo cometió en la capital y en la provincia de Córdoba. Crímenes ocurridos sobre todo en 1936, bajo el llamado periodo de terror de Don Bruno, el teniente coronel Bruno Ibáñez, enviado “con carta blanca” por el general Queipo de Llano a Córdoba.

Ochenta años después, “todavía las víctimas no han visto reconocidos sus derechos, no han podido llorar a sus seres queridos, ni recuperar los restos de familiares desaparecidos o que están en fosas comunes. Aún no han podido cerrar el círculo del duelo”, explica el director del documental, Jordi Gordon. Y a eso, a hacer el duelo, a contar lo que pasó, a levantar la voz por quienes ya no la tienen, es a lo que se ha dedicado este trabajo que, aun rememorando el horror, sirve de cura para quienes ahora han sido escuchados.

Emoción, aplausos, vellos de punta y más de una lágrima escondida en la oscuridad de la proyección. Presentes las fotografías y recuerdos de quienes les fueron arrebatados, de padres, hermanos, abuelos, hombres y mujeres que dejaron huérfanas a sus familias y por los que éstas nunca pudieron llorar.

“Yo aún siento miedo”. “En casa siempre se dijo que mi padre había muerto, nunca que lo hubieran matado. No se podía decir. Ahora, ya sí lo digo”, recuerdan la veintena de personas que, ya cumplida su octava década de vida, rememoran ahora en el documental lo vivido para ser escuchados y para tumbar al silencio impuesto durante todo este tiempo.

“Ríos de sangre bajaban por la calle abajo”. Es la imagen del terror, del “exterminio” que cuenta el documental con ejemplos como la matanza de hombres en pueblos como Baena, donde se necesitaron hasta ocho camiones para trasladar a las víctimas que fueron asesinadas en la plaza. O las 900 víctimas que se han documentado sólo en Puente Genil. O las más de 4.000 que están enterradas en fosas comunes en Córdoba capital. Una suma de muertes silenciadas porque lo ocurrido sobrepasa y desborda la mente de quien desconoce que todo eso pasó sólo en Córdoba y su provincia, donde la investigación hecha señala que “se emplearon todos los métodos posibles de la desaparición” de personas.

“¿Qué clase de sociedad somos para olvidar algo tan atroz?”

“No han podido llorar” dice el director del documental. “No se podía llorar a los muertos, no se podía hablar de ello, el miedo lo invadía todo. Durante los cuarenta años del franquismo estas familias estuvieron siempre marcadas y ahora, otros cuarenta años de democracia después, aún no se les ha reconocido como víctimas de las atrocidades más horribles”, denuncia sobre esa “realidad silenciada” quien rescata ahora los testimonios de represaliados y familiares de víctimas del franquismo para que puedan “llorar” su luto.

“¿Qué clase de sociedad somos para olvidar algo tan atroz y tan horrible?”, se pregunta. A su trabajo de altavoz le han prestado ayuda, además del historiador Moreno, el juez Baltasar Garzón –presente en el estreno- y la jueza María Servini que investiga desde Argentina los crímenes del franquismo. “No estamos completos democráticamente si no somos capaces de ver lo que tenemos delante”, reflexiona Garzón, quien recuerda que la ONU se ha pronunciado hasta en cinco ocasiones para señalar la falta de reparación y justicia de España con las víctimas del franquismo.

Contra ese inmovilismo del Estado, la respuesta de la sociedad civil en este documental. Y la respuesta de quienes, con este granito de arena, sienten por un día que se les da el lugar que merecen. “Lo que siento es esperanza”. Lo dice Antonio, lo repite Remedios. Son dos de las víctimas que se han dado cita en este estreno y que ven en el documental una luz para iluminarlos “en nuestra última fase de la vida”. “Ahora vemos que se puede, con la ayuda de la gente”, explica sobre sus sentimientos de que algo puede cambiar si se da a conocer la historia real que vivió una parte de la población y que había quedado silenciada, pero no para siempre.

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