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Adiós Mary Poppins, vuelve pronto
Lucre y yo cumplimos años el mismo día, un 24 de marzo. A mí nunca me ha gustado hacerme mayor y a ella le encantaba. Le gustaba tanto que no podía celebrarlo todo en un solo día, por eso se inventó el “cumple-mes”. Cada 1 de marzo atravesaba la puerta de la redacción radiante, felicitándonos a ambos, canturreando, adivinando nuestros regalos y maquinando proyectos.
A mi Lucre, mi jefa, se le ha acabado el tiempo, pero no la vida. Pocas personas han vivido tanto en tan poco tiempo. Le he visto exprimir cada segundo. Por eso ahora no está, pero quienes la habéis tratado sentís aún la resonancia de sus palpitaciones, de su energía desbordante, de su maravillosa risotada. ¡Qué importante es reírse fuerte y a lo loco!
Mi amiga tenía unas cuerdas vocales imponentes, podría haberse ganado la vida cantando, pero el periodismo se le cruzó en el camino. Lucre siempre canturreaba en la redacción, era el hilo musical de nuestra jornada laboral. Subía y bajaba el tono como quien ejercita la voz antes de un concierto. Los viernes se acompañaba de alguna canción bailable y aquello era un descontrol absoluto.
Lucre tenía cinco escalas de alegría ascendente y sólo dos subescalas de tristeza. Debió aprenderlo en los Boy Scouts: “no cargues la mochila con nada que no te sirva para sobrevivir una noche en el bosque”. Tenía bajones, claro, pero le dedicaba al derrotismo y al pensamiento negativo el tiempo justo y necesario. Ocurría esas raras veces en las que permanecía en silencio, con el rostro serio, y era mejor no interrumpirla. Ella misma buscaba la salida y aprendía algo en el camino de vuelta. “Hasta aquí. Basta”. Y a otra cosa. Lucre tenía perspectiva de lo que significa la vida.
Con la cota cinco de alegría, la más alta, la que habitualmente nacía de cualquier gesto de cariño de Noa, de Clara y de Héctor, las ganas de cantar de Lucre a pleno pulmón se desbordaban en la redacción… A la mierda la concentración, más te valía haber terminado los artículos del fin de semana antes, porque cuando le daba por la ópera-rock ya no había vuelta atrás.
Lucre tiene varios hit memorables, pero si tengo que quedarme con uno, elijo su versión de Rata de dos patas, una ranchera gamberra de Paquita la del Barrio que solía entonar mientras hacía números para el periódico (lo odiaba).
Fundadora, directora, becaria
Mi jefa era la fundadora, propietaria, directora, redactora, comercial y becaria de elDiario.es Andalucía. Era una Persona-Periódico, un poco como las Personas-Libro de Ray Bradbury en Fahrenheit 451. Llevaba todo a la vez en la cabeza, pero solía llegar andando a la redacción leyendo un libro de 600 páginas por la calle.
Lucre no era la directora de un medio de comunicación al uso. Primero por ser mujer, eso ya la convertía en una rara avis del periodismo andaluz. Y segundo, porque en el fondo le importaban una higa los saraos de los poderes fácticos de esta ciudad, que se citan en el salón de los espejos deformantes y bailan alrededor de la hoguera de las vanidades. Se tenía que codear con sus iguales -todo señores- que no la trataban como a una igual.
Mi amiga, para desesperación de nuestra Pilar, era en esto como Groucho Marx pero sin bigote -“Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”- y si hubiera podido, se habría dejado el bigote.
Para nosotros, su redacción, Lucrecia creó un microcosmos excepcional, un hábitat más propio de una familia o de un campamento de verano que de una empresa. Lucre nos construyó un espacio de libertad, autonomía y seguridad para perseguir, atrapar y publicar la noticia, para apuntalar la democracia. A cambio, sólo nos pidió mucho cariño y que nos diviertiéramos mucho trabajando.
O sea, que aquí nos tomamos muy en serio nuestro oficio y la función social que representa el periodismo, pero para que merezca la pena tantas horas de trabajo, había que dejar siempre un espacio a la irreverencia y al humor. “Me voy al Parlamento, Lucre”. “Ok. Llévate el cazamariposas”. En las paredes de la redacción tenemos un póster de Los Cazafantasmas, no de Todos los hombres del presidente, y un retrato de Chiquito de la Calzada, no de Iñaki Gabilondo.
Con el tiempo, he entendido que toda esta armonía servía para que la redacción fuera un espacio libre de toxicidad, un sitio al que siempre querías volver a ver a tu gente, a apoyarte en los tuyos, donde crecías como periodista, pero también como persona. Y eso repercutía en nuestro trabajo. El matriarcado, el feminismo, como fuerza matriz de una redacción pequeña, una idea revolucionaria del oficio periodístico.
Nuestra directora estaba orgullosa de que hoy elDiario.es Andalucía circule por un carril distinto al resto de medios, con una agenda propia, fiable, honesta, con unos principios y un compromiso reconocibles para nuestros lectores, reflejo de las profundas convicciones que han guiado la vida de Lucre.
Para ella lo que hacíamos, lo que éramos, tenía una importancia capital en el devenir de la democracia. Lo sentía de veras, con toda solemnidad, pero lo expresaba con la humildad que hizo de ella una de las periodistas más grandes que he conocido.
Cuando Lucre pronunciaba la palabra democracia, sin necesidad de remarcar cada sílaba, sin pomposidad ni grandilocuencia, no te evocaba el Congreso de los Diputados ni el Capitolio de los malditos Estados Unidos de América, sino la escuela pública donde estudian sus hijas o el centro de salud de su barrio. En esa frontera de proximidad ubicó nuestro trabajo, en ese compromiso con las gentes de Andalucía.
A Lucre le cabreaban muchas cosas: la intolerancia, el machismo, la condescendencia, la mala educación, la hipocresía, el fascismo… Le exasperaba el avance de la extrema derecha a lomos de la ignorancia militante y de la conjura de los necios.
Mi jefa se preocupaba mucho por estas cosas, pero sabía ser feliz a pesar de todo. Lo del fascismo es capítulo aparte. A Lucre el fascismo renaciente le tocaba el coño, no porque degenere y pudra la política, la sociedad y la convivencia (que también), sino por la amenaza real que supone para sus hijas.
Lo único real que afectaba a Lucre era pensar que Clara y Noa no tenían un buen día, que el mundo de mañana será más difícil para sus hijas de lo que fue para ella. Eso sí que era una montaña escarpada para mi jefa. Todo lo demás, incluso el avance del fascismo en el mundo de hoy, tiene solución. Palabra de boy scout.
Creo que la época del año favorita de Lucrecia era la Navidad. Empezaba a vivirla mucho antes que El Corte Inglés, era como si tuviera espumillón en las venas. Mi amiga se encendía por dentro antes que las bolas del árbol del Rockefeller Center, estaba de buen humor todo el año, pero en estas fechas, parecía poseída por el espíritu de Mary Poppins.
Yo creo que a ella le gustaba verse a sí misma como aquella institutriz mágica, con soluciones para todos dentro de un bolso sin fondo, y con hollín de chimenea para maquillarse en la polvera. Para mí la Navidad siempre se acaba cuando Mary Poppins remonta el vuelo hacia el cielo de Londres, agarrada a su paraguas con la cabeza de un loro en la empuñadura, y Dick Van Dyke la despide desde tierra con una sonrisa: “Adiós Mary Poppins, vuelve pronto”.
Vuelve pronto.