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ANDALUCES EMIGRAOS

El día que llegué a Chile o la deportación inmediata

21 de mayo de 2025 21:22 h

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El día que llegué a Chile, uno cualquiera de octubre de 2013, tenía tan solo un billete de avión de ida. En la garita de revisión del pasaporte me recibió una chica uniformada de verde que debía tener mi edad. Lo primero que me preguntó fue: “¿Cuándo tienes tu vuelo de vuelta?”, a lo que yo le respondí que no tenía. 

Lo que yo no sabía, con mi inocencia de europea del sur que ha viajado solo por Europa sin necesidad de enseñar ni un papel, es que un billete de vuelta en menos de tres meses era por entonces uno de los requisitos de llegada a Chile. Lo que yo no sabía es que una mujer sola y española viajando en América Latina, despierta las sospechas de cualquier agente de aduana. 

Todas estas cosas que yo no sabía concluyeron en uno de los peores ratos de mi vida, y algo que muchos emigrantes han sufrido: la negación de entrada o deportación inmediata. Algo que, según Amnistía Internacional, es una violación de los derechos del refugiado

En mi caso, yo no llegaba a Chile como refugiada ni mucho menos (a no ser que a los millenial que nos graduamos de la Universidad de Sevilla en plena crisis del 2011 nos den estatus de refugiados, pero no lo creo). 

De entrada, la agente mostró un poco de recelo. Me siguió haciendo preguntas: qué pensaba hacer, cuánto tiempo me iba a quedar. Si tenía o no dinero. A lo que yo le respondí que sí. Ella me pidió que le enseñara el dinero. Yo le dije que estaban en mi cuenta del bando de Unicaja, como cualquier cristiano. Ahí fue cuando todo cambió.

Pude enseñarle a aquellos señores de verde que yo tenía unos modestos ahorritos en mi cartilla de Unicaja. Ellos se contentaron, y en seguida me dejaron pasar

Entre ella y otros agentes me llevaron a un cuartito, que debía ser pequeño, pero no lo recuerdo muy bien. Había un ordenador de esos como grisáceos de plástico antiguo. Un señor mayor, también vestido de verde, me pidió muy seriamente que le enseñara mis ahorros o me tenían que poner en un vuelo de vuelta a España. 

En ese momento, a mí me empezaron a sudar las manos y me empecé a marear. Creo recordar que estaba llorando, pero aun así me metí a unicaja.es a abrir mi cuenta del banco delante de aquellos agentes. Con los nervios, no atinaba a meter la contraseña, y Unicaja me bloqueó el acceso a la cuenta del banco. 

Ya no eran lágrimas nerviosas lo que caían por mis mejillas, sino sollozos de esos con hipo. Pero una, que es resolutiva, a pesar de mi estado de nervios, tuve una idea: el director del banco, que era un amigo de mi familia, me podría ayudar. Y yo, por suerte desmesurada, tenía su teléfono en mi agenda. 

Otro golpe de suerte, que el director de banco estaba despierto, en el trabajo, y me cogió la llamada. “María José”, me dijo, “qué pasa”. Y yo le respondí, llorando, “Emilio”, y le conté lo que estaba pasando. 

En menos de 10 minutos, el director de banco me resolvió la cuenta, me dio una nueva contraseña, y pude entrar y enseñarle a aquellos señores de verde que yo tenía unos modestos ahorritos en mi cartilla de Unicaja. Ellos se contentaron, y en seguida me dejaron pasar. 

Cuántas personas llegarán con el sueño de un futuro mejor y serán devueltas a sus países, algo que puede pasar si no cumplen los requisitos de entrada

En dos minutos, estaba en el aeropuerto, con mi maleta, y me recogió mi entonces amigo, hoy marido y padre de mis hijos, Miles. Me dijo que llevaba esperando más de una hora, y se estaba preocupando porque yo no salía. 

Hace casi doce años de aquel día. Echando la vista atrás, ahora pienso en que si eso me pasó a mí, con el privilegio que conlleva ser una mujer blanca europea de clase media, qué no pasará detrás de puertas cerradas en aeropuertos como Barajas. Cuántas personas llegarán con el sueño de un futuro mejor y serán devueltas a sus países, algo que puede pasar si no cumplen los requisitos de entrada

O aún peor, pienso en las devoluciones en caliente, como se denomina a cuando los agentes fronterizos expulsan a una persona que viene a pedir asilo sin siquiera escuchar su caso. Esta práctica, según Amnistía Internacional, terminó en la muerte de 37 personas y la desaparición de otras 76 en Melilla en junio de 2022, después de que casi las autoridades españolas deportaran a 500 personas de manera rápida y sin garantías a Marruecos. 

El día que salí hacia Chile, la emigración me parecía un sueño, una aventura. Pero ese mismo día aprendí que la emigración no es un camino de rosas, ni mucho menos un sueño, y que rápidamente puede convertirse en una pesadilla.