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Y encima, agradecido

El paro baja en 16.620 personas, la mayor caída en marzo desde 2006

Fernando Repiso

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Sí, lo peor de todo es que, encima, vamos a tener que estar agradecidos.

Después de seis años de destrucción de empleo, las cifras empiezan a ser algo alentadoras. La pasada semana nos enteramos de que el número de afiliados a la Seguridad Social aumentó en marzo en casi 84.000 personas, alcanzando los casi 16,3 millones. Comparado con el mismo mes del año pasado, son 115.000 más, la mejor cifra desde el aciago 2008, inicio oficial de la crisis.

Hasta aquí, buenas noticias. Está claro que este tibio crecimiento es apenas un grano de arena en el inicio de la recuperación; no olvidemos que frente a esos 115.000 puestos que se han creado, llevamos destruidos algo más de 3 millones. Pero algo es algo, qué demonios. Y por algo se empieza.

Y sin embargo…

... y sin embargo hay una espesa sombra empañando esta visión optimista y esperanzadora.

De esos 16,3 millones de afortunados que tienen empleo, sólo 6 lo tienen a tiempo completo y de manera indefinida. El resto, ya se sabe: precariedad, inseguridad, desprotección y vulnerabilidad. Tendencia que aumenta y lo seguirá haciendo: de cada 100 nuevos empleos el pasado trimestre, 30 eran a tiempo parcial y temporales.

Ya basta de cifras…

… ya basta de cifras. Ahora, los hechos.

Los hechos son que efectivamente en tiempo de crisis, cuando baja el consumo de la manera dramática en que lo ha hecho, lo normal es que las empresas se aprieten el cinturón, empezando por dejar de contratar y tirar para adelante con los recursos (humanos) disponibles. Aquí, eso que tanto se reclama, la productividad, no ha consistido en la mayoría de los casos en producir más y mejor trabajando de manera más organizada y profesionalizada, sino en que los mismos que pagan el pato siempre se ven obligados a trabajar más horas por menos salario. El “virgencita, que me quede como estoy” ha sido el trending topic laboral durante el último lustro.

Ahora que la cosita se está poniendo un poco mejor (sólo un poco, que el PIB aún está en la UCI y su curva es micro ascendente), lo lógico es que el empresario no pueda estirar más el chicle y que, ante una inminente rotura de costuras, haya tenido que empezar a contratar. Tibiamente, con pudor, sin que se note mucho.

Ciertos defensores de algunas causas indefendibles llaman a esto eufemísticamente flexibilidad laboral. Dicho así, y desde la teoría más aséptica, esa que se enuncia con guantes y mascarillas para que no molesten los humores y olores del vulgo proletario, suena hasta bien: en un mercado flexible, uno entra y sale de un empleo con suma facilidad y la tranquilidad de que a la vuelta de la esquina hay otro empleo, seguramente mejor que el anterior, esperándolo. Dicen estos que deberíamos estar agradecidos.

Ojalá…

… Ojalá esto fuera así, pero ya sabemos cómo va esto: chaval, ven para acá que te voy a hacer el favor de tu vida, te voy a contratar quizás en prácticas, a lo mejor en formación, por un par de horas al día y dos duros, para que luego eches las horas que yo te diga y ya veremos cuándo podré pagarte, y si no te gusta cómo suena, ya sabes dónde está la puerta, que hay gente haciendo cola, así que mejor dame las gracias y no rechistes, o es que tú no te enteras de cómo funciona el mundo.

Me imagino que ese chaval (no digo ya chavala, porque ellas lo tienen mucho peor, pero esa es otra historia) aceptará si no le queda otra. Pero lo más probable es que pronto decida que hasta aquí hemos llegado. Que él no se ha pegado años estudiando una carrera (o dos), varios idiomas y un master para esto. Y a la mínima que pueda hará las maletas y se irá a Alemania, a Chile, a China, o a donde sea…

… o a donde sea. Allá donde no tenga que, encima de todo, estar agradecido. Agradecido de haber salido del marrón de la crisis para caer en el gris de la precariedad.

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